A dieta de redes sociales
El mundo del podcast

Es editora, locutora, escritora, productora y mamá. Ha escrito en diversos medios sobre música, feminismo y cultura digital. Actualmente produce y conduce distintos podcasts para Audible y HBO, entre otros. Twitter e Instagram: @rominapons.

A dieta de redes sociales

Tuve una semana horrible, mal organizada, con demasiadas cosas que hacer y poco tiempo para hacerlas. Además tuve un problema con mi coche que me tardé día y medio en resolver porque los trámites en esta ciudad siguen siendo tan ineficientes como hace 30 años. Generalmente llego a mi fin de semana contenta, sintiéndome productiva, con ganas de hacer cosas con mi familia. Esta vez llegué drenada, de malas, sin ganas de levantarme de la cama. Entonces hice lo que siempre hago cuando me siento así: plasmar todo en papel e ir entendiendo qué está pasando y qué debo cambiar. 

Fue ahí cuando me di cuenta que no estaba tan saturada de cosas como pensaba y que, en realidad, las distintas áreas de mi vida están bien balanceadas, pero entonces, ¿por qué me sentía así?

La respuesta, cuando por fin la vi, era obvia: redes sociales y WhatsApp. Empezaré por la segunda. WhatsApp dejó de ser un lugar en el que te escribes con tus más cercanos para convertirse en una enorme red social privada en la que muchísima gente tiene acceso a ti. Mi celular todo el día está sonando, y dejo lo que estoy haciendo para ver de qué mensajes se tratan. Y ahí sigue el problema, bien puede ser un mensaje urgente de trabajo, o una mamá que ni conozco pidiendo consejos en un chat de mamás, o el vecino que se queja de la humedad de su departamento. Es demasiado. Demasiada información, la cual más de la mitad no me sirve y sin embargo me distrae, me roba tiempo, y hace que tareas que podría realizar en 20 minutos las haga en una hora por tanta y tanta y tanta distracción. 

Mucho de lo que veo en WhatsApp llena mi cerebro de información que no necesita en ese momento y que ocupa energía que debería estar usando en cosas que me hagan bien a mí. No es nada en contra de quienes ahí vierten sus cotidianidades, yo también lo hago, se trata de poner un alto al incesante estímulo de información en el que vive mi cabeza. Y no es sano que el ritmo de tu día lo dicte el otro, el que escribe en un chat. Hasta el libro más básico de productividad menciona esto. 

Y ahora, las “benditas” redes sociales. Instagram cada vez me gusta menos. Me encantaría decir que soy inmune a ver historias de vidas perfectas en la playa tomando un Clamato mientras yo estoy sacando mis mil pendientes pero no, sí me termina generando un sentimiento de valer menos, de merecer más, de que mi vida –que en el día a día me encanta– es mucho peor que todas las que veo ahí. Podría echarme toda una letanía del daño que hace Instagram en el autoestima, especialmente en mujeres, pero eso lo tenemos todos a un clic de distancia. El enfoque, creo, es curar tu timeline. Al final estás consumiendo ese contenido, como consumes una bolsa de papas o una manzana. Así como en la alimentación cuidamos que sean cosas que nutran a nuestro cuerpo, con Instagram debería ser igual. ¿Te hace sentir bien? Keep scrolling. ¿Te hace sentir mal? Unfollow o silenciar. Así de sencillo. 

Y llegamos entonces a mi red tóxica favorita: Twitter. No sé si es por que me encanta discutir, porque siempre tengo una opinión o porque ya es una rutina de más de 10 años pero amo Twitter. Sí, me enoja, me frustra, me quita tiempo pero la amo. Tal vez es como esa relación tóxica con un guey donde sabes que te estás haciendo daño pero también la pasas bien y por eso no te sales. Sin embargo, llegó también el tiempo de ahí poner un alto. No se trata de dejar de formar parte de ese espacio virtual pero sí de ser más selectivos con nuestros tiempos. No soy la única que, lista para dormir, entra “tantito” a Twitter para darse cuenta que estuvo ahí 40 minutos leyendo puras noticias que generan miedo, angustia o mal humor. Y una vez que estoy en esa sintonía, me cuesta mucho trabajo llegar a un estado de relajación para poder dormir. Es como un círculo vicioso adictivo y delicioso pero que a la larga hace más mal que bien. 

Si sumamos el tiempo que le dedicamos a todo eso en una semana, asusta. Queda claro que es demasiado tiempo que pudo usarse para algo más. Y con algo más no me refiero a algo productivo o de trabajo: leer un buen libro (sí, por placer), tomar un café con una amiga, escuchar música, dormir, o lo que sea que nos guste hacer. Hoy empiezo una dieta de redes sociales para ser más consciente de lo que consumo y conocer qué me suma y qué no. Ya les contaré cómo me fue.

Síguenos en

Google News
Flipboard