Por los abrazos perdidos
Decidencias

Escritora y periodista independiente. Feminista. Ha publicado en medios como Chilango, Animal Político, Emeequis, Quién, Cambio, Esquire, entre otros. Coautora de Amar a madrazos, Los Nadie, A mí no me va a pasar y Siempre estuve en riesgo. Twitter: @baronesarampant

Por los abrazos perdidos
María Paula Moraes abraza a su padre Wanderley de 82 años, que vive en una residencia de ancianos en la ciudad de Sao Paulo (Brasil). EFE/Sebastião Moreira/Archivo

Las risas de las personas ahora se cubren con cortinas tricapa. Al saludar las manos se niegan, dan dos pasos hacia atrás. Los abrazos se han ido extinguiendo, son una expresión en peligro de extinción.

Yo todavía vivo en el mundo de las sonrisas cubiertas, de tacto intacto y de abrazos perdidos. Sigo en rojo. Mi semáforo personal ha estado en rojo desde que empezó la pandemia. El miedo ha sido grande desde los inicios de la pandemia. No querer enfermar. No querer morirse. Ese terreno extraño de aislamiento se ha convertido ahora en un espacio cotidiano para habitar. ¿Se extraña la humanidad?

En este proceso han fluctuado las permisiones. Si estábamos en semáforo verde, podríamos gozar de un poquito más de libertad. Si ya estaba la vacuna, pues la vida sería diferente. Si volvíamos a rojo… ya no habría marcha atrás, rojo y verde son colores que parecen sinónimo, pero ¿eso era parte de aprender a vivir con el virus?

El aislamiento no es nuevo para mí, durante mucho tiempo he desarrollado cierta distancia con la humanidad. Sin embargo, este año y muchos meses ha sido una actividad extrema privarme de las pocas cosas de las que me daba permiso.

He decidido mantenerme a salvo y eso ha generado una especie de miedo a la vida. ¿Lo siento solo yo o a alguien más le pasa? Ahora miro con muchísima sorpresa esos abrazos de los que soy testigo en la calle, las muestras efusivas de un coqueteo que en la intensidad se juegan la vida, los encuentros todavía me parecen una especie de ruleta rusa y poco lo intento.

También entiendo que de forma paralela a mi experiencia, algunos han vuelto a su trabajo diario, otros a las escuelas y algunos han tomado la decisión –posvacuna– de que es hora de volver al ruedo porque la vida es muy corta. Nunca pensé, que en esta línea recta reconocida como vida, habría que volver a aprender sobre la cercanía, las relaciones y la posibilidad de que vuelvan los abrazos.

Presiento que las experiencias son paralelas y poco se habla de las distintas realidades. Los que siguen en casa viviendo en esta máquina del tiempo llamada pandemia, los que han vuelto a sus empleos porque la economía no puede dar marcha atrás, los que exhiben en sus redes sociales que su vida continua como si se hubieran mudado a otra realidad, los que siguen perdiendo gente por la enfermedad y los que todavía no sabemos qué hacer.

He pensado mucho en las emociones humanas estos interminables meses. A veces tengo pensamientos de distopía donde planteo la posibilidad de que el nuevo orden humano señala la distancia como una forma de vida, donde la resistencia es la que se acerca, se roza, se ama y se abraza. Se abraza siempre.

Probablemente la gente no ha dejado de abrazarse y lo sigue haciendo ahora como un acto de valentía, pero para algunos los abrazos se han extinguido, los hemos perdido, entonces pienso que extraño humanidad.

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