Aún recuerdo mi número de cuenta de la UNAM
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Es jefe de información en Imagen Noticias con Yuriria Sierra en Imagen Televisión. Ha colaborado en Nexos, Proyecto 40 y Dónde Ir.  IG y TW: @alanulisesniniz

Aún recuerdo mi número de cuenta de la UNAM
Una fotografía de archivo de Ciudad Universitaria (CU). Foto: UNAM

Ese domingo nos levantamos muy temprano, mi papá salió a buscar el periódico. Eran cerca de las siete de la mañana cuando regresó a casa con La Jornada y la Gaceta bajo el brazo; preguntó por mi número de folio y de inmediato lo buscamos: ahí estaba, un número que significaba tanto, mi futuro, principalmente. Había sido aceptado. Alguna pista tenía, en los últimos días, vecinos de mi edad, que también presentaron ese examen de admisión, recibieron un sobre con una carta de agradecimiento por sus intenciones, pero les deseaban suerte para la próxima. A todos les llegó menos a mí. Era 1994, no había internet, la única forma de consultar lo que fuera era en formato físico; y ahí estaba, un número, un boleto para cambiar mi vida por primera vez. Todo estaba dicho: sería estudiante de bachillerato de la UNAM y luego de eso, lo que yo eligiera.

No quedé en mi primera opción, en realidad me tocó en la tercera. El CCH Naucalpan estaba a una hora de distancia de casa; pero tenía buenas referencias, mi hermana había estudiado ahí. A diferencia de la mayoría de mis compañeros de secundaria, que acabaron en preparatorias donde el uniforme y el horario se seguía escrupulosamente, yo llegué a una escuela en la que las puertas estaban abiertas todo el tiempo. Cuatro horas de clases al día, compañeros que lo mismo vivían por mi zona que en alguna colonia céntrica del entonces Distrito Federal que me parecía la tierra prometida. Nada de uniformes, nada de reglas, ¿qué carajos iba a hacer con tanta libertad?

Y como nos sucede a todos: conocí a gente increíble. Casi 30 años después, aún tengo contacto con algunas personas gracias a la redes. Ellas y ellos me vieron estar muy dentro o de plano muy instalado afuera del clóset; pero también me vieron titubear. Esa escuela fue testigo de momentos de tantas dudas. Terminé el bachillerato y el azar se llevó mis ganas de convertirme en arquitecto y casi me hice contador; llegué a un campus de Ciudad Universitaria, luego paré y retomé el camino en un plantel al norte de la ciudad. Ahí pasé cuatro años, más gente increíble, más destino incierto, pero más seguridad.

Tanto que he conocido gracias a esa institución de la que siempre me sentiré parte: profesores que siguen al pie el temario, los que lo retan; los compañeros que te obligan a enfrentarte a tus miedos, los que sabes que acabarán en las grandes ligas (lo que sea que eso signifique)… pero ahí están, aquí están, todos esos recuerdos y referencias que solo se adquieren en la escuela. Y la mía, como la de millones de personas, es la que daba unos formatos horribles de pago semestral: 20 centavos más la comisión bancaria para abrirte las puertas del mundo. En un país como este, llegar ahí, haciendo larguísimas filas en Av. del Imán, era la única opción para avanzar en la pirámide social, pero también, y sobre todo, para entender el mundo. La UNAM me permitió ir de un lado a otro, acabar donde jamás me imaginé y dedicarme a algo para lo que nunca me había preparado. Yo prefiero recordar esto y así reconocer la importancia que la universidad nacional ha tenido en mi vida, más allá de calificativos y provocaciones que sólo sirven para la estridencia ante la falta de activos propios. 

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