Un gran salto
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Un gran salto
Los datos de la Agencia Internacional de Energía mostraron que para diciembre de 2020 las emisiones de carbono eran un 2% más altas que en el mismo mes del año anterior. Fotografía: Jeff Zehnder / Alamy

¿Cuánto representa México a nivel mundial en las emisiones de carbono y hasta dónde puede contribuir a reducirlas?

México representa aproximadamente 1.3% de las 34 mil millones de toneladas de emisiones mundiales de CO2 registradas en 2019, el año previo a la pandemia. Doce países superan a México en emisiones, en un rango que va de 1.4% (Sudáfrica) a 29% (China) del total. Otros 74 países emiten menos carbono que México y, en conjunto, aportan 27% de las emisiones mundiales. Es decir, es necesario agregar a los 75 países que menos emiten para alcanzar un nivel de emisiones similar al de China.

Si por arte de magia la economía nacional se descarbonizara mañana, la reducción en las emisiones de CO2 apenas se registraría en la atmósfera. Pero como la magia no es posible, esta pequeñísima reducción en emisiones de un día para otro costaría una enormidad. Habría que parar por completo la economía nacional, centros de trabajo y hogares incluidos.

Es obvio que no vale la pena intentarlo. La opción real es seguir por una ruta gradual, como todos los países, reemplazando poco a poco energías contaminantes con otras más limpias, siempre que las muy diversas condiciones locales lo permitan.  

Hasta hace muy poco, las tecnologías de generación eléctrica con el viento y el sol eran bastante más caras que las basadas en combustibles fósiles, de modo que los países de ingreso medio y bajo no podían adoptarlas. Quienes habían logrado instalar la mezcla de generación eléctrica más limpia generalmente poseían agua en abundancia, un alto ingreso, una economía basada en servicios más que en manufacturas, un mayor grado de urbanización, un territorio pequeño e interconexiones de gran capacidad con países vecinos. Y, por supuesto, podían brindar la certidumbre de largo plazo que las inversiones en generación eléctrica requieren para madurar, recuperar costos y generar ganancias.

No es extraño que los países amazónicos de Sudamérica y los países escandinavos posean la mezcla de generación eléctrica más limpia del mundo: les sobra agua. Brasil y Noruega son ejemplos destacados donde la hidroelectricidad juega un papel primordial. Los países europeos de la OCDE tienen un ingreso alto, hidrocarburos insuficientes y una gran dependencia de energía importada, de modo que más de uno ha debido y podido subsidiar por largo tiempo inversiones en energías alternativas a las fósiles. Dinamarca, Alemania, España, Portugal y Reino Unido han impulsado a las renovables; Francia a la nuclear. Entre los miembros asiáticos de la OCDE, el agua escasea y el aislamiento geográfico abunda, de modo que Japón, Corea del Sur y Australia descansan mucho más en el uso de carbón, petróleo y gas natural. 

¿Y México? No tiene tanta agua como Brasil ni tanto carbón como Australia, ni tanto ingreso por persona como Dinamarca ni un territorio tan pequeño como el de Suiza. Es natural que utilice proporcionalmente más petróleo y gas, dada la tecnología disponible cuando evolucionó su mezcla energética. México es uno de los países que más descansa en combustibles fósiles para activar su economía todos los días. Aunque sus opciones para reducir las emisiones de CO2 provenientes del sector eléctrico son limitadas, ha dado un paso importante para disminuirlas: emplear más gas natural que derivados de petróleo para generar electridad. El gas natural emite aproximadamente 33% menos carbono que el petróleo y casi 50% menos que el carbón. 

La CFE generaba en 1990 dos tercios de su electricidad con derivados de petróleo; en 2018, la CFE, de la mano del sector privado, generó la misma proporción con gas natural. Aunque en el tránsito de esos casi 30 años las emisiones de CO2 del sector eléctrico mexicano se duplicaron, como corresponde a una economía que se va expandiendo (eso sí, con tremenda lentitud) y diversificando, Climate Watch reporta que en el mismo periodo el carbono liberado a la atmósfera por las centrales eléctricas ha caído más del 50% por cada millón de dólares de producción nacional. Y cada mexicano emite 25% menos CO2 por la energía total que consume, sea en electricidad, transporte, centros de trabajo y hogares. En otros términos, de no haber sido por el mayor uso de gas natural y algunas mejoras en la eficiencia para aprovechar las nuevas tecnologías, las emisiones de cada mexicano y por cada dólar producido serían mayores.

Esto no es necesariamente música para los oídos de los activistas del medio ambiente, sin embargo, ha sido un paso hacia menores emisiones. Si el gas natural es el combustible “puente” hacia un sistema energético bajo en carbono, como se sugiere con frecuencia en más de un foro internacional, México básicamente lo tiene construido. El puente cuesta menos, emite menos y en general es capaz de respaldar el suministro eléctrico cuando el viento no sopla y el sol no brilla. El inconveniente aparente es que tres cuartas partes del gas natural que México consume proviene de Texas, pero el riesgo de interrupción de suministro por cuestiones políticas es bastante menor que en otras latitudes porque el destino de ambos está ligado.

¿Nos damos una palmadita en la espalda por este desempeño? En absoluto. No se trata de componer una oda al gas natural ni de minimizar el reto ambiental. Es claramente imperativo desplegar a mayor escala las renovables y reducir poco a poco la participación de los combustibles fósiles. Además de limpiar el ambiente, fortalecería la seguridad energética mexicana mediante la diversificación. Dada su pequeña contribución a las emisiones mundiales, quizá signifique un pequeño paso para la humanidad, pero significaría un gran salto para México.

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