“Y qué hiciste del amor que me juraste…”
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

“Y qué hiciste del amor que me juraste…”
Foto: Pixabay

No sé de quién fue la frase, si de Ramón o de Aguilar, cuestión de años, pero en Amor propio, la extraordinaria novela que Gonzalo Celorio publicó en 1992, el personaje principal dijo una frase que se convirtió en un mandato para mí: para fumar pipa y escuchar boleros se necesita edad.

Entre el recuerdo de una consola Phillips que compré hace nueve años y el aniversario de la muerte de José Emilio Pacheco, el miércoles mi día comenzó a puro bolero, un género muy ligado a la música que se escuchaba en mi casa durante mi infancia. En Las batallas en el desierto, Pacheco repite estrofas de Obsesión, el bolero que el puertorriqueño Pedro Flores compuso en 1935; la primera canción que sonó en la consola fue Total, en la versión de Celio González, uno de tantos cantantes de la Sonora Matancera.

En la casa de mis abuelos paternos había muchos discos de la Matancera, pero también del Trío Caribe, el Trío Matamoros y Daniel Santos, ya como solista. En casa, mis papás escuchaban poca música en inglés y muy poca música ranchera, pero el bolero fue uno de los géneros predominantes. Entre un montón de LP’s que aún conserva mi madre, hay platos de Los Tres Ases, Los Tres Caballeros y uno que particularmente ponía ella y que a mí me encanta: Eydie Gormé canta en español con Los Panchos, de 1965.

Sin duda, muchas personas de mi generación se aficionaron a los boleros después de la salida al mercado de Romance, aquel disco que Luis Miguel, bajo la batuta de Armando Manzanero, grabó en 1991. A mí me cautivó el poderoso bajeo de Abraham Laboriel en Inolvidable. Canciones como Usted, La mentira y Mucho corazón me las sabía a fuerza de escucharlas en la casa, pero yo las conocía, particularmente la última, en la versión de Benny Moré, uno de los cantantes favoritos de mi papá.

Una noche de borrachera en casa del “Chévere”, mis amigos de la prepa me miraron sorprendidos cuando me puse a cantar con la mamá del anfitrión no solo los boleros del Romance, sino algunos más de Javier Solís. Pero mi reputación de metalero quedó intacta, a pesar de cantar canciones como Gema, Bonita o Esclavo y amo. En la novela de Celorio, Aguilar termina escuchando boleros en el desaparecido Bar León de la calle de Brasil, yo los iba a escuchar a otro lugar mucho menos arrabalero: el Café de Tlalpan.

Pero no siempre me gustó el género. Los sábados en casa de mi abuela Enriqueta, después de los partidos del futbol de las cinco de la tarde, la televisión se quedaba encendida y los “mayores” veían Nostalgia, el programa que tenía el periodista veracruzano Jorge Saldaña en Canal 13. Para mí era un aburrido intermedio antes de los partidos del Atlas o los Leones Negros que narraba don Roberto Guerrero Ayala.

Cuando camino por la calle y en algún lugar suena un bolero, a veces me detengo a escucharlo hasta el final y lo entono muy bajito, como el día que terminé cantando Aunque me cueste la vida, de Alberto Beltrán, parado en la puerta de una tortería de la calle Victoria. A mi colega Héctor Quispe sí le gusta la cantada y a veces lo hace acompañado de un piano en algunos bares de la Ciudad de México. Yo no me atreví a tanto.

Y que me disculpe el espíritu de don Daniel Santos y Luis Miguel, pero si no es con Benny Moré, a mí no me gusta Obsesión.

PD: Nunca he fumado y todavía no estoy en edad de fumar pipa.

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