La lectura, remedio infalible… 
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

La lectura, remedio infalible… 
Foto: selecciones.com.mx

A principios de los años 80 en mi casa, como en muchos otros hogares clasemedieros de México, esperábamos con ansia los primeros días del mes para recibir por correo la revista Selecciones.

Fundada por Dewitt Wallace en 1922, la edición mexicana vio la luz en 1960 y los primeros ejemplares que leí fueron por ahí de 1979. A pesar de su marcada tendencia conservadora y pro estadounidense, nunca he negado que adquirí el hermoso hábito de la lectura a través de sus páginas.

En mi casa no se leía mucho y mi proceso formativo como lector fue peculiar. Leía el Selecciones porque mi mamá estuvo suscrita durante más de 30 años a la revista. También el Esto, el Ovaciones y la Segunda de Ovaciones, que llevaba mi papá a casa entre semana y, a veces, los sábados, compraba El Heraldo de México.

Además revisaba la revista ¡Hola! que mi tía Martha recogía de las habitaciones de los turistas españoles en el Camino Real, donde trabajó muchos años como recamarera, y leía Proceso y el UnoMásUno, que sus hijos dejaban en casa de Enriqueta, mi abuela paterna. Mis primos, militantes del PSUM, me molestaban todo el tiempo: “¿Crees todo lo que dice el Selecciones de Rusia y de Cuba?”. Obvio no, porque tenía otras fuentes de información y ya veía y escuchaba noticieros. Creo que desde ahí comencé a adquirir la manía de “contrapuntear” lecturas, aunque sí, para mí los alemanes del Este y los soviéticos eran los malos de mi película.

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Mis secciones favoritas eran Citas citables, Gajes del oficio, La risa, remedio infalible y, con el tiempo, Enriquezca su vocabulario y Temas de reflexión. Para la sección Así es la vida escribí un par de anécdotas que mandé por correo, pero me quedé con las ganas de ver mi nombre en la revista. Cuando me comenzaron a gustar lecturas más extensas, me interesé en la Sección de Libros que era la que cerraba cada edición; Héroes entre nosotros me hizo llorar muchas veces y los artículos con la etiqueta “drama de la vida real” me ponían los pelos de punta.

A través de las páginas del Selecciones conocí a personajes que marcaron mi vida para siempre como Terry Fox, aquel muchacho canadiense que intentó cruzar su país de costa a costa en el Maratón de la esperanza, mientras recaudaba dinero para la lucha contra el cáncer, pero murió antes de concluir su épica carrera; también lloré la muerte del “héroe del Potomac” y me angustié con el arresto de Kaarlo Tuomi, un espía de la KGB capturado y reclutado por el FBI en los años 60.

La primera enciclopedia que hubo en mi casa fue la de Readers Digest y sus libros sobre los inventos que cambiaron el mundo o el diccionario de las maravillas de la naturaleza, que aún conservo, eran un deleite. Tampoco podré olvidar que en su colección de “libros seleccionados”, que supuestamente llegaban solo a sus suscriptores más fieles (en realidad todos los que recibían la revista), una noche de insomnio encontré Ciudad de huesos, de Michael Connelly. Desde entonces he leído más de 20 novelas del detective Harry Bosch.

En 2003 el director de la revista, Martín Holguín, quien fue mi jefe en Editorial Televisa, me invitó a trabajar en Readers Digest. Después de la entrevista laboral, me dejó solo en una sala de juntas donde estaban todos los números de la edición mexicana. Me sentí en el cielo, pero no acepté su oferta, a pesar de que Martín ya hasta oficina me había asignado.

Es difícil describir la gratitud que le tengo al Selecciones y ya es muy tarde para arrepentirme de haber regalado más de 30 años de revistas y libros en un arranque de minimalismo. Hoy, cuando la edad me comienza a pasar factura, me gustaría tener a la mano un viejo ejemplar para conocer el origen de mis achaques en Yo soy el (cualquier órgano del cuerpo) de Juan.

Después de tantos años de relación, solo tengo dos reclamos con la revista: una espantosa colección de discos de Ray Coniff que compró mi madre y que nunca nos ganamos ni la renovación de la suscripción en sus sorteos. ¿Conocen a alguien que se haya ganado algo?

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