La niñez y las familias LGBTIQ+
Rosa flaminga

Psicoterapeuta feminista, lesbiana tropical, me especializo en los avatares de la vida lésbica para resistir la discriminación y violencia sin que estas me sean ajenas, pues son parte del día a día.

La niñez y las familias LGBTIQ+
Foto: Sharon McCutcheon/Pexels

En estos días he reflexionado bastante sobre la importancia de la visibilidad y protección de familias LGBTIQ+ como parte de la inclusión y respeto de estos vínculos consanguíneos o por elección.

No somos ni las primeras ni las últimas personas LGBTIQ+ en nuestros contextos y, por lo tanto, tampoco es ninguna novedad encontrarnos en las convivencias y crianzas.

Si bien la discriminación tiene un carácter estructural, es decir, está inserto tanto en las instituciones como en los mecanismos de control y orden social, no se pueden descartar las pequeñas acciones que intentan dar satisfacción de nuestra necesidades vitales.

Y es que, los estereotipos, los prejuicios y los estigmas se van adquiriendo desde edades muy tempranas, configurando creencias que sustentan diferentes tipos de discriminación, como la sexista y la antiLGBTIQ+, creando un ambiente propicio para prácticas de violencia escolar, laboral y comunitaria.

El germen de estas reflexiones tuvo lugar a partir de una experiencia un tanto peculiar, resulta que una queridísima amiga es madre de una criaturi que prácticamente ha vivido dos tercios de su vida en pandemia por Covid-19.

Mi amiga, como otras miles de mujeres, a duras penas se está incorporando a la actividad laboral para sostener a su peque y enviarle por primera vez a la escuelita. Total, este martes se realizó un pequeño festival en la escuelita preescolar con motivo del inicio de la primavera, al cual no pudo asistir debido a su trabajo. Entre una cosa y otra fui “asignada” como acompañante para asistir a dicho evento.

Sobra decir que la mami, nene y yo somos bastante inexpertas en estos menesteres, y, bueno, que al llegar me encuentro con la heterosexualidad en pleno apogeo: súper mamás femeninas y jovencitas, padres ausentes, abuelichis, niñitas-mariposa en rosa y niñitos-conejitos en gris.

Para ser franca hace muchísimos años que no me veía en una situación semejante y, claro, en ese momento me di cuenta del contraste con mi propia apariencia. La situación fue bastante incomoda, no fue fácil socializar ni adaptarnos al grupo y a las miradas de las mamis.

Mi peque a duras penas aguantó una hora y ya pedía irse, la verdad es que yo también quería escapar lo más rápido posible, sin embargo, esperamos con paciencia a que otras personitas se retiraran primero.

Una vez que se despidieron un par de nenes procedimos a la fuga, dijimos adiós y peque se subió a su moto de plástico para ir a toda velocidad al parquecito más cercano.

En unos cuantos minutos, la chiquillada fue llegando al parquecito, corrían y jugaban sin incluir a mi pequeña compañía, que corría de un lado a otro tratando de alcanzarles.

Para qué mentir, me rompió la corazona y también sentí mucho enojo, sin embargo, ver a mi acompañante disfrutando un día soleado en el parque fue más que suficiente para mantenerme optimista.

En una de esas, se subió a un plato giratorio con bancas suficientes para seis. Al principio solo le di vueltas a mi criaturi que me pedía más velocidad y se divertía de lo lindo, si algo me consta es que felicidad es contagiosa, pues bastaron unos segundos para que la chiquillada viniera a subirse al carrusel y ahí entre giro y giro, risa y risa, fueron integrándose.

Agotadas y felices nos regresamos a casa, y me quedé pensando en la convivencia como un elemento fundamental para desmantelar los mitos, estereotipos, prejuicios y estigmas.

No se puede dejar solo a la suerte que un día cualquiera se garanticen las condiciones para que nuestras familias LGBTIQ+ puedan estudiar, trabajar, divertirse y hacer todo aquello que las otras familias hacen.

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