La socióloga francesa Monique Haicault propuso el concepto de carga mental para explicar los efectos de tener que coexistir trabajando en un lugar de manera presencial mientras se organiza, coordina, planea o resuelven los retos a distancia, es decir, en aquellos lugares en los que una no está, pero que, aunque no sea nuestra responsabilidad directa e inmediata, otras personas nos demandan resolver.
Tal vez ya te has dado cuenta del cúmulo de actividades de cuidado cotidiano que recaen en ti o en tu pareja y que, al igual que millones de mujeres, tienen a cargo el cuidado de otras personas en los ambientes familiares, educativos, laborales y comunitarios.
El cansancio, la fatiga y el agotamiento pueden ser efecto del sistema social sexo-género que refuerza la idea de que las mujeres/feminidad(es) tienen una disposición “natural“ para brindar soporte emocional y las habilidades de cuidado a sus seres queridos. No es casual que las labores de cuidado sean poco reconocidas, valoradas y escasamente remuneradas, de hecho, es resultado de creencias machistas que devalúan todas estas actividades, por considerar que no requieren ningún esfuerzo especial y, por lo tanto, es un trabajo invisible: sin remuneración, prestigio o reconocimiento.
Desafortunadamente, dentro de un sistema heteronormado, se hace una división del trabajo, con la cual es común para las parejas sexo-afectivas (incluyendo las relaciones LGBTIQ+) desempeñar roles desproporcionados e inequitativos en lo referente a las actividades domésticas versus las actividades laborales.
De ahí que una persona puede desarrollarse dando prioridad a su oficio, profesión o trabajo y, para ello, su compañera/o/e se queda con la carga de los cuidados de la casa y sus habitantes con el consecuente desequilibrio de poder en la pareja.
Como resultado, la persona que funge como proveedora puede ir perdiendo el contacto consigo misma y sus seres queridos, al percibirlos solo como una carga económica que limita el potencial de vivir su vida.
A la larga es común que esa desconexión conlleve a una ruptura mientras que la persona que ha desempeñado las actividades domésticas y de cuidado de la familia queda en condiciones de vulnerabilidad económica y patrimonial, además de las secuelas de la sobrecarga física y emocional.
Se ha planteado que la fatiga o el agotamiento emocional afectan de manera muy especial a las personas que desempeñan roles asociados a la feminidad, es decir, mujeres heterosexualas, lesbianas, bisexualas asexualas, trans o queers, sobrecargadas de labores domésticas y el cuidado emocional de la pareja, hijas/os/es así como de otros integrantes de la familia, a la par de realizar labores eventuales para obtener ingresos precarios.
La exigencia de postergar nuestras necesidades vitales y autonomía económica es la fórmula del desastre, ya que un buen día esa suma de tensiones se traducen en cansancio extremo que nos hacer ver como imposible un asunto sencillo y cotidiano, ademas de un estado de tristeza, desesperanza, vacío y frustración por la falta de autorrealización.
Abrumadas y en estado de urgencia, nuestra cuerpa manifiesta malestares como mala memoria, insomnio, confusión, irritabilidad, insatisfacción, estrés crónico, dolores de cabeza, musculares o estomacales.
Si detectas algunos de estos malestares, tal vez es tiempo de hacer una pausa para centrarte en recuperar un poco de tu energía implementando alguna estrategias como:
- Priorizar tus necesidades vitales: respiración, alimento, agua, ejercicio moderado, relajación, diversión, descanso, afecto, sueño.
- Explorar tus emociones y tratar de reactivar las que casi no experimentas.
- Contactar a las personas que te escuchan y apoyan sin juzgar.
- Poner límites. ¿Qué te toca a ti y qué les toca a las otras personas?
- Establecer metas a corto plazo en las que puedas ver tus avances.
- Romper la rutina con otras actividades.
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