Fábula sobre la credibilidad (I)
Ciudadano Político

Provocador de ciudadanos, creador de espacios de encuentro y conocimiento. Exservidor público con ganas de regresar un día más preparado. Abogado y politólogo con aspiraciones de chef. Crítico de los malos gobiernos y buscador de alternativas democráticas. Twitter: @MaxKaiser75

Fábula sobre la credibilidad (I)
Foto: Pixabay

Hace muchos años, en un país muy lejano, entre las paredes del un gran castillo, vivía una enorme colonia de ratones. Escondidos de los humanos que habitaban el palacio real, habían creado una gran colonia, con un complejo orden social. El escalafón inferior estaba ocupado por los ratones que tenían que jugarse la vida todos los días para conseguir la comida que alimentaba a toda la colonia. Aventurándose a diario en una gigantesca cocina real, cuidada por tres gatos, los “siervos” tenían que arriesgar la vida para llenar los almacenes de comida, que alimentaría a todos los demás. Un escalón arriba, estaban los “obreros” que, además de salir de las guaridas a conseguir materiales, tenían que transformarlos en enseres que convertían las oscuras cuevas en una auténtica ciudad oculta. Un escalón arriba de ellos estaban los “maestros” que resguardaban las experiencias y lecciones aprendidas por años, y las enseñaban a otros para sobrevivir de los peligros que asechaban a toda la comunidad de ratones. El último escalafón estaba ocupado por los “jefes”, que era el grupo que ponía las reglas, las aplicaba y hacía justicia en toda la colonia.

Por años, un grupo anterior de “jefes” había abusado cruelmente de su función, en detrimento de toda la colonia de ratones. No solo habían creado bodegas escondidas para acumular comida y cosas que luego vendían a los otros ratones, sino que varios de los “jefes” fueron descubiertos acordando con los gatos guardianes el sacrificio de varios “siervos”, a cambio de permitirles pasear libremente por la cocina, y gozar de los alimentos más exquisitos.

Esta traición fue denunciada por un ratón que siempre había aspirado a ser uno de los “jefes”. Desde hacía varios años se había hecho famoso por su vida sencilla y su lucha permanente por la justicia y la igualdad en la colonia. Su popularidad crecía con cada denuncia que se comprobaba en los hechos, pero también por su aparente desinterés en la acumulación de cosas y su capacidad para conectar con los ratones más desfavorecidos. Por años les prometió que, si él se convertía en el “jefe máximo” de los ratones, las cosas cambiarían: todos tendrían una ración justa de comida y utensilios para vivir, todos estarían seguros de los gatos y todos trabajarían por el bien de la comunidad, en condiciones de igualdad.

Un día, la colonia entera se organizó y decidió derrocar a los “jefes” que habían abusado de ellos y eligieron como “jefe máximo” al ratón que las había prometido un cambio radical. La fiesta duró varios días. Llenos de esperanza los ratones celebraban la idea de una nueva colonia. Los “jefes” anteriores fueron enviados a las cuevas de la torre mas lejana. Desde ahí, sus gritos y quejas incesantes hacían poco eco en los demás. Reducidos a un bonche de gruñones quejumbrosos, perdieron toda relevancia.

Las primeras semanas fueron muy difíciles. Muchos “siervos” murieron en las garras de los gatos y la comida no llegaba.

“Estamos cambiando todo, tengan paciencia”, decía el nuevo “jefe máximo” con una sonrisa confiada.

Pasaban las semanas y las cosas empeoraban. Muchos ratones enfermaban y no había nada para curarlos. Los “obreros” que tenían que traer medicinas y material de curación de los botiquines de los humanos habían dejado de hacerlo, porque estaban ocupados convenciendo a los demás ratones que el nuevo jefe estaba haciendo las cosas mejor.

La colonia de ratones empezó a dividirse en dos. Por un lado estaban los que insistían en que un día las cosas mejorarían, y recordaban insistentemente lo que habían hecho los “jefes” anteriores. Del otro estaban aquellos que habían dejado de creer en el nuevo sistema, porque veían que todo empeoraba. En medio de ambos grupos el “jefe máximo” insistía en que todo estaba mejor que antes, y los llenaba de promesas y datos que sólo él conocía. Pero las cosas sólo empeoraban.

Todo cambió cuando varios ratones descubrieron que la familia y los ratones más cercanos del “jefe máximo” hacían exactamente lo mismo que los anteriores: guardar, acumular, esconder, mentir y abusar del trabajo de todos. Un escándalo tras otro minó la credibilidad del “jefe máximo” y el aprecio que tantos le tenían. Sus discursos empezaban a sonar tan huecos como los de los “jefes” anteriores. “Quiero creerle, de verdad. Nada me gustaría más que ver sus promesas cumplidas. Todos vivimos aquí” decía un “maestro”, con cara de tristeza, mientras platicaba con un nutrido grupo de atentos ratones.

“Vamos a darle una última oportunidad”, dijo un ratón en una reunión secreta, en la esquina de la cava subterránea. “No necesitamos milagros, solo la confianza de que nos dice la verdad, y de que podemos confiar en él” dijo otro, con su último vestigio de esperanza. “Pongámosle una prueba, si la supera, lo seguimos apoyando. Si falla, no volveremos a creerle jamás”, dijo un tercero.

“Tengo una idea”, declaró el ratón más viejo de todos…

Continuará

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