América Latina en el limbo
Peripatético

Es chileno, tiene 40 años, es cientista político de la Universidad de Chile y asesor parlamentario. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Fue jefe de Gabinete del Ministro del Interior el 2014, y del 2015 al 2018, jefe de la Avanzada Presidencial de la Presidenta Michelle Bachelet. Es agnóstico y socialista. Twitter: @FelipeBarnachea

América Latina en el limbo
Foto: Pixabay

No es un misterio que América Latina ha seguido con permanente atención los procesos políticos europeos y regularmente compara sus instituciones, sus indicadores y sus políticas generales con lo que hace o deja de hacer el viejo continente. Aún más, con incauta obstinación de cuando en vez se trae a colación la situación de los países nórdicos, que, como se sabe, son mirados como paraísos en la Tierra por sus sistemas fiscales, educacionales y provisionales.

Las comparaciones siempre son complejas, sobre todo cuando se trata de realidades tan disímiles. Aun así, los más exigentes insisten en observar lo que ocurre allá, mientras que los más “realistas” promueven las comparaciones a nivel continental.

Pero cuando la realidad europea parecía un modelo a imitar, la crisis del euro –de finales de 2011 y comienzos de 2012– hizo tambalear las bases del Estado de bienestar, que parecía inconmovible hasta esa fecha. La llamada burbuja inmobiliaria hizo estragos en España y cuando íbamos en camino nos tuvimos que detener.

Habíamos creído que después de las dictaduras que campearon en el continente existía un futuro un tanto más halagüeño para estos pueblos inundados de desigualdad y pobreza. Y en este tiempo tuvimos de todo, pero con acentos muy marcados. La derecha parecía no tener escrúpulos si se trataba de defender el modelo neoliberal y la izquierda parecía tener demasiados en la defensa de un Estado omnipresente en la vida social.

La derecha se quedó sin relato y la izquierda se estancó en la promesa del socialismo del siglo XXI: ni Correa, ni Morales, menos aún el chavismo venezolano, fueron capaces de marcar una hoja de ruta para el continente. Las potencias del continente como México y Brasil tampoco procuraron una respuesta, porque mientras Andrés Manuel López Obrador resultó ser un completo desastre como referente para una izquierda moderna, en Brasil optaron por Jair Bolsonaro, cuyo “legado” es una vergüenza sobre todo para la derecha democrática brasileña y latinoamericana.

¿Para dónde va América Latina? ¿Alguien marcará el rumbo? Sin López Obrador, y descontado a Nicolás Maduro y a Daniel Ortega, ¿podrá Gabriel Boric generar las condiciones para una nueva ola de gobiernos de izquierda con responsabilidad económica, que sean capaces de sortear las crisis sin caer en el intento?

Por lo pronto, hay una sensación de que no vamos para ninguna parte, y que no hay anclajes firmes que pudieran dar algún halo de esperanza para el futuro. Sin modelos a seguir, habrá que aceptar una realidad abyecta: que aún perviven entre nosotros líderes autoritarios (como Maduro), totalitarios (como Bolsonaro) extremos (como casi todos los mencionados), y, en último caso, mediocres (como López Obrador) y corruptos (como Ortega), y que será aún muy difícil deshacernos de ellos.

El estándar está muy por debajo de lo esperado, porque terminamos valorando gobiernos con responsabilidad económica y compromiso democrático, como es el caso de Luis Lacalle de Uruguay y Gabriel Boric de Chile, en circunstancias de que debiéramos exigirnos un poco más. El caso de Alberto Fernández es un capítulo aparte, por las particularidades, excentricidades y rarezas de la política argentina, aunque igualmente está en esta última categoría.

América Latina se encuentra en un limbo difícil de salir. No es fácil mantener la esperanza, cuando no hay indicios de que nos movamos con nitidez hacia alguna parte. Pero somos nosotros los que, aún, decidimos nuestro destino. Para bien o para mal, como diría Hegel, los pueblos tienen los gobiernos que merecen.

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