Abierta a la vida
Friso corrido

Promotora cultural, docente, investigadora y escritora. Es licenciada en Historia del Arte y maestra en Estudios Humanísticos y Literatura Latinoamericana. Ha colaborado para distintos medios y dirige las actividades culturales de La Chula Foro Móvil, Mantarraya Ediciones y Hostería La Bota.

Abierta a la vida
Foto: Carolee Schneemann, 'Interior Scroll', 1975.

La mujer entra en el cuarto a oscuras,
conoce al tacto los objetos, sabe,
sonríe al salir, con un tarro
en las manos. Es una casa
de pintura agrietada. Sólo veo
la fachada de atrás, ese pequeño
cuarto que ahora queda a oscuras
y al que la mujer entra.

Olvido García Valdés

Estábamos sentadas en diagonal, una respecto de la otra, en un sillón gris, flojo y demasiado bajo. Al entrar en la sala yo había dado los buenos días y ella respondió parca. No cruzamos más palabras. Me miró de reojo cuando di mi nombre en el mostrador y luego cuando saqué de mi bolsa un libro de Emily Dickinson. Era mayor que yo. Probablemente rondaba los sesenta años. Miraba su teléfono celular. Un par de minutos después, salió del consultorio una mujer cercana a mi edad, con un vestido suelto gris y el cabello chino un tanto enmarañado. Su desparpajo era agradable. Parecía un árbol alto, con el tronco estriado y la fronda agitada por el viento. La mujer mayor en la sala de espera era, posiblemente, su madre. Le dijo que le habían sacado sangre, que estaba adolorida y que quería irse ya. Giró un tanto, me miró y dijo: “Ciao, suerte”. Yo respondí con una sonrisa, intentando ser cariñosa y cálida con aquél bello árbol que sufría y dije: “que te vaya bien, que te sientas mejor”. Nos miramos un instante y fue suficiente para poner todo en claro: que temíamos algo y por eso estábamos ahí, que nos dolía el cuerpo tanto como el alma, que no nos habíamos sentido bien a últimas fechas. Que de vez en cuando dolía nuestro ser mujeres.

Hace poco me reconcilié con la sangre que emana de mi cuerpo. He llegado, incluso, a venerarla y a aceptar el dolor de un par de días con algún beneplácito, como algo pasajero, una especie de metrónomo que cada cierto tiempo resuena alto para recordarme el tempo de la sinfonía que me habita, que me hace ser. Soy mis pensamientos, la química y la electricidad en mi cerebro. Soy los laureles que apuntan al sol y los pájaros que alimento. Soy lo que ignoro, lo que apenas conozco y el interlocutor con quien más fuertemente dialogo. Soy también la carne que crepita y siente, que desea y envejece, que ama la vida y se resiste a la muerte: soy la vagina que no solo significa por haber arrojado un niño al brillo de las estrellas y al rumor del mar, sino porque, por sí misma, palpita. Esa puerta de entrada que elijo imaginar como un madero suntuoso labrado con motivos fitomorfos, es el acceso a un mundo absolutamente desconocido y, hoy por mí, temido. Estoy ahí sentada, con Dickinson sobre un asiento desvencijado en la blancura séptica de la hiperracionalidad de un entorno medicalizado, y soy solo una paciente más. Llegué ahí porque no quiero que el cuerno de la abundancia que mora mi vientre enferme; no se trata de una cama que espera al dulce visitante que ahí tome una larga siesta, sino de una parte de mí, completamente mía, que hoy grita y duele. Aguardo, pese a la animadversión por el entorno, en silencio, porque no quiero morir.

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Quizá el cenote profundo y turquesa que me habita ha entrado en crisis porque mi feminidad enfrenta un violento proceso de cambio. La mujer que soy hoy, la que se reveló contra sí misma y las estructuras circundantes, que se ha reconciliado con la de hace unos años pero no desea tenerla cerca, está en crisis como lo están muchas más feminidades en este país: otro cuerno de la abundancia, donde lo que abunda es el terror y las muertes, las miles de desaparecidas, hijas paridas por un cuello uterino que se desgarra porque las que nacen llevan el puño levantado y una bandera verde y morado en alto. En la camilla de exploración, observo el interior de mi útero en retroveresión en una pantalla al frente. Líquido, sombras, orillas, valles. Leo mi historia ahí, como en la performance de Carolee Schneemann, Interior Scroll: la vagina como forma escultórica, la vulva como espacio arquitectónico, fuente de conocimiento sobre quienes estamos siendo. Escribo desde el centro, con el lenguaje como emanación de un interior tenso. Recuerdo a Shigeko Kubota y su Vagina painting, convirtiendo a la escritura en un gesto interior exteriorizado a través de los genitales en acción para un fin distinto y nuevo: crear mundos en palabras y trazos dinámicos. La escritura que aquí se asienta, las marchas en las calles, los puños violeta en las ventanas, las pañoletas lavanda en muñecas o atadas a miles de cuellos, son llamados sociales donde lo que habla también es el cuerpo, para romper la idea de las mujeres como herramientas y, en cambio, convertirnos en significado nuclear: en lexema abierto con poder de construcción social.

Krinein: yo. Krinein verbo griego que señala que hemos puesto en el banquillo a la sociedad heteropatriarcal que nos domina desde hace tantos siglos, que parecen la eternidad del tiempo mítico. Krinein que nos ha transformado y vuelve imposible mantener el sistema antiguo donde somos placebo e instrumento reproductivo, donde quedamos abajo o detrás de masculinidades dominantes y controladoras, violentas de formas múltiples que acaban por volverse una sola: la reiteración de la supuesta nulidad de nuestro ser, por el simple hecho de que ese ser es femenino y distinto. Krinein que nos ha separado de lo que fuimos obligadas, aunque fuera sutilmente, a ser y que nos conduce al análisis juicioso y reflexivo de lo que, en cambio, deseamos construir: libertades sin miedo, asistidas por la verdad y la belleza de la alteridad equívoca: comprensible de muchas maneras, con acepciones distintas pero en igualdad de fuerzas, idealmente constructoras pero, al ser necesario, combativas.

El útero es un músculo. No es hueco: está lleno de memorias y miedos, de pactos y herencias filiales, de truenos e inflorescencias que vibran y propagan ondas elásticas. Motor más que vehículo. Aljibe en llamas. Parcela abierta donde suenan todas las palabras. Tierra empapada de ausencia. Palabras antiguas de lluvia. Colorín en la noche verde. Adobe asoleado y fresco. Reverso que rebrota. Azul intenso que se retrae y desboca. Lo que estoy siendo desde dentro y que se construye hacia el hostil ambiente que habremos de convertir en mar abierto. En mar abierto.

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