¡Lástima, Margarito!
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

¡Lástima, Margarito!
Foto: www.gob.mx

Hace un par de meses, mientras visitaba Tlaxcala, me encontré al actor y comediante Ausencio Cruz. No había recorrido ni media cuadra después de bajarme del auto cuando vi al célebre intérprete de “Margarito” y le pedí una foto. Después de cambiar un par de anécdotas y tomarme una foto con él, Marcela y yo continuamos nuestro camino hasta que una señora me detuvo: “¿Señor, me puedo tomar una foto con usted?”.

—¿Por qué señora?, le respondí de manera amable.

“Porque veo que se toman fotos con usted, entonces pensé que es alguien famoso”.

—El famoso es aquel chaparrito, le dije señalando hacia donde Ausencio ya era solo una sombra.

Mientras manejaba de regreso, esa tarde pensé por qué nos interesan los famosos. ¿De dónde surge esa fascinación por la gente que sale en la televisión, la radio, en alguna revista o ahora es un influencer? ¿Son inalcanzables para nosotros o nos hacen ver que podemos ser como ellos?

“Las celebridades se conectan con las fantasías primordiales y las emociones básicas del público, sacan a la gente de sus vidas cotidianas y les hacen creer que cualquier cosa es posible”, dice el doctor John Lucas, profesor de psicología del Colegio Médico Weill Cornell y psiquiatra asistente del Hospital Presbiteriano de Nueva York.

Cuando Camila se mudó a la Condesa hace algunos años, un día me dijo decepcionada que no tenía vecinos famosos ni tampoco se había encontrado a alguna “celebridad” por la calle. Una tarde nos cruzamos a Damián Alcázar en el Parque España y mi hija se rehusó a tomarse una foto con el famoso “Varguitas” de La Ley de Herodes.

En las fiestas de mi familia paterna era común que dos personajes relativamente conocidos, más el primero que el segundo, se hicieran presentes. Uno era Pepe Jara, “El trovador solitario”; el otro, el comentarista de futbol Octavio Hernández, muy popular en Guadalajara y parte del equipo de José Ramón Fernández en Canal 13 e Imevisión.

En Torres de Mixcoac, nuestro vecino fue Juan Carlos Iracheta, el hombre del clima en el noticiero matutino Hoy mismo, conducido por Guillermo Ochoa y Lourdes Guerrero, tía, por cierto, de mi amiga Irene Díaz de León. En la Rhodesia, la primaria que está atrás del Walmart de Plateros, Karla Gloria de la Fuente, “Mimoso Ratón”, era compañera de banca de mi hermano Omar y en la colonia Avante hace casi 40 años que soy vecino de Javier Ramírez, el “Cha”, bajista de Fobia y Moderatto. Otro músico célebre en la colonia es Alejandro Ortiz “El Satán”, conocido en el ambiente metalero mexicano como bajista de la banda Pactum. De la secundaria 150, a la que asistimos mis hermanos, algunos primos y yo, también fueron alumnos el excapitán de Pumas Miguel España y Gerardo Gallardo, el alburerísimo y recordado “Chef Ornica” (QEPD), que salía en el programa de Horacio Villalobos en Telehit.

¿Popularidad o prestigio?

Después de una extensa carrera en medios impresos, el periodista argentino Horacio Pagani se convirtió en la primera década de este siglo en una figura muy popular en la televisión argentina. Cuestionado sobre su exitosa participación en el programa “Estudio Futbol”, Pagani dijo: “(La televisión) me dio una popularidad que nunca había soñado y me quitó esa seriedad que tenía como periodista, porque el periodismo escrito te da prestigio y la televisión te da popularidad. Prestigio es que alguien te diga: ‘Me gustó la nota que escribiste’. Que un tipo te diga: ‘Te vi por televisión’, eso es popularidad”.

A principios de los años 90, Manolo Almazán se quejaba de una banda de argentinos escandalosos que habían llegado a vivir a Rinconada Coapa. Él, tan distante del mundo del futbol, no sabía que en la casa que colindaba con su jardín vivía Ricardo La Volpe con su familia y que el melenudo que llegaba a visitar a su sobrina en un Z 24 rojo escuchando “Vuela, vuela” a todo volumen era Roberto “Demonio” Andrade. A unas cuadras de ahí, en el Liceo Albert Einstein, a donde también asistió Manolo, un tipo chaparro y desde entonces desinhibido fue compañero de clase de Gastón Figueroa: era Yordi Rosado. No puedo dejar de mencionar que en la UVM Xochimilco, Manolo, Gastón y yo nos cruzábamos todos los días con Rosaura Pérez Islas, la famosa “Pituka”, de Chiquilladas.

Cuando eres periodista, te acostumbras a tratar con personalidades de muchos ámbitos: el deportivo, el político, el cultural o de la farándula, y a mucha gente le gusta que le platiques cómo te trató tal o cual personaje.

Cuando llegué a Televisa Deportes, en 2008, en las primeras comidas que compartí con mis nuevos compañeros, me llamaba la atención escuchar a esas voces tan conocidas hablar con malas palabras o de temas coloquiales. A veces entrecerraba los ojos para escuchar con atención lo que decían, anécdotas que nunca iban a salir por TV. Muchos de ellos harían cualquier cosa por salir más a cuadro y disfrutar esa popularidad; a otros les incomoda; algunos más, a los que no les piden fotos o autógrafos, tratan de hacerse notar y en una noche de copas reparten más tarjetas que el árbitro Bonifacio Núñez en un América-Chivas.

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