Ofrenda a los cerros de mujeres que cantan
Friso corrido

Promotora cultural, docente, investigadora y escritora. Es licenciada en Historia del Arte y maestra en Estudios Humanísticos y Literatura Latinoamericana. Ha colaborado para distintos medios y dirige las actividades culturales de La Chula Foro Móvil, Mantarraya Ediciones y Hostería La Bota.

Ofrenda a los cerros de mujeres que cantan
Foto: Mercedes López Calvo, Círculo de sombras, 2012.

La Virgen del Carmen, monte de donde emergen las ánimas, donde hallan salvación los que murieron. Y la de la Soledad. Un pueblo entero se reúne y rinde ante ellas: Costa, Cañada, Tuxtepec, Sierra Mixteca, Sur, Norte, Valles Centrales e Istmo, son referentes más precisos que nombrar los puntos cardinales. Lunes del cerro, del Carmen, de la belleza absoluta de todos los altozanos, que aquí son uno solo: vientre que aloja la vida y la pare, da a luz a todos los pueblos que también son uno solo, el que ilumina a un país con su sabiduría ancestral y sus artes. Collado plegado en mil oteros que refulgen frente al cielo de zopilotes y gavilanes. 

Árbol del pan, algodón amargo en semilla verde,

jícara colorada de mañana, inundada de cacao, maíz y agua,

fosforescencia del coquito en sonrisa de tarde clara, porque sí,

azul celeste sobre piedra antigua, conmoción esculpida o a penas modelada.

Relieve de agua que canta, de flor que llama por su nombre al niño

hilo, profusión de filigranas del algodón o hebra dorada amplia, tejida

como ataurique de guayacán amarillo y rosa, flamboyán en llamarada terrosa.  

Tus órganos, gigantes de pulpa y agua, escoltan todo lo que los ojos rozan, 

vigilan los valles reverdecidos, frijoles germinados en pueblo vivo.  

Pero resulta que aquí, precisamente aquí, en esta tierra sinuosa de dicha, de belleza incluso promiscua de la tierra, las artes, los sabores, la gente y sus saberes, aquí en Oaxaca, tan solo desde 2015 se han cometido seiscientos sesenta y siete feminicidios. Las víctimas tienen nombres y apellidos conocidos, pero sus victimarios gozan de la impunidad del anonimato. Se ha dicho hasta el cansancio, pero unos y otras en las curules, sillas presidenciales y balcones con bandas tricolor terciadas, súbitamente se ensordecen y ciegan ante vocablos como justicia, desapariciones, asesinatos, feminicidios, homicidios y violencia. Queda insistir y tomarlos por sorpresa. 

Solo aquí mis cenizas podrán levantar el vuelo, 

encontrarse con la serpiente y el halcón,

con la tortuga y el conejo para rozar los astros que vieron nacer la lumbre, alumbre en tinaja.

Fuego fatuo de flor de mayo, prensada en tórculo de donde emanan millares de voces,

verdadero quetzal de tinta y fibra, de corteza remojada en agua de día,

potencia absoluta petrificada como atávica caída de flujo mineral. 

Caldo de todas las piedras, incendio calizo de alcohol pétreo

que enciende y entorcha tus pasillos de humo, mercados e iglesias de fe maridada,

terraplenes y plazas escudriñadas por niños con ojos de liche,

perfume de granada y manos de rambután.

Críos engendrados por mujeres al pie del cañón, rebozo en el omóplato con semillas de jinicuil,

hijos de la tierra henchida, de los cerros y montes fruncidos por arte geológica,

llevan el verbo de bala en la pólvora del esternón abierto en canal, por hueso de mamey y obsidiana.

Porque efectivamente es una tierra que lo tiene todo para complacencia y beneplácito de quienes en ella se regocijan, pero sobre todo de aquellos que la expolian, ultrajan y defenestran. Por eso este año la Guelaguetza se tiñó de protestas que confrontaron con la verdad a políticos que ignoraron, desalojaron y acosaron a las manifestantes: la Colectiva Jurídica por la Dignidad Disidente como presencia súbita en cada día, María Elena Ríos con la manta “Oaxaca feminicida”, la mujer que alzó la leyenda “666 feminicidios” mientras desfilaba junto a Murat y las miles de voces que proliferan en los muros forrados de gráfica doliente feminista, convierten al valle en una polifonía donde no queda lugar al equívoco: el pueblo está harto de las agresiones a mujeres, de un extremo al otro, de una frontera a otra, aunque los gobernantes finjan que las proclamas no existen y las acusaciones son falsas. 

Amate y ahuehuete no han sido suficientes para salvar la memoria del chico zapote,

porque brilló tu oro en las pupilas de mil demonios, mito de Monte Albán revelado,

los buitres se perfilaron, un siglo tras otro, al exterminio calculado: 

vida nueva por carroña, todo cuanto saliera de la tierra, tu tierra, 

habrían de succionar, pecuño en lugar de leche tibia.

El calostro de tu cultura se mezcló con la sangre de tus fosas, con el salitre del temporal.

Los paridos por ti perdieron los sueños florecidos del petate, 

amortajaron de madrugada a vivos y muertos, 

todos juntos porque no quedó más que tierra empapada,

siempre en defensa, siempre a contrapelo, 

sin solaz ni viento de justicia en mano:

porque eso no se ase, sino que se vibra y canta,

se roza y baila, se come y palpa.

Guindhá, colectiva de gráfica femenina, aglutina las estéticas de Mercedes López Calvo, Soledad Vázquez y Viridiana Carmona. Hoy ellas nos trazan como pueblo de vestigios y huellas, de desaparecidas y desparecidos, no por arte de magia, sino por obra calculada por el contubernio entre la corrupción y el mal, Círculo de sombras como en la obra gráfica de López Calvo, siempre buscando, excavando, apresados por la injusticia, con las manos en la nuca por el poder conferido a unos cuantos: pavor militarizado, terror organizado contra el pueblo mexicano. Hoja Santa es otra colectiva de gráfica que cuenta con la plástica de Rosario Hernández y Daniela Ramírez; en su carpeta de grabados Sororidad aparece una pieza donde una mujer sostiene una pancarta con la consigna “Me cuidan mis amigas, no la policía”. Nos cuidamos todas, pero no alcanza, el mal se ha enraizado en nuestra tierra y, aunque no impide que seamos semilla, nos sofoca y devasta, nos llena de la plaga de cuerpos silentes enterrados en fosas anónimas multitudinarias. 

Cómo no dejar tus calles empedradas empapeladas, 

la cal convertida en canto que clama, clamor de justicia, amor de vida,

esa que para ti siempre es ingrata, ánima de dolores y soledad que brama.

Tus cerros no pueden vestirse de fiesta, se han enlutado el verdín y el barro quemado, 

plañidera es la cantera aterciopelada de templos y palacios,

todos tus valles son Mictla, casa de las tumbas,

hierve el agua funesta de los cuerpos calcinados, carcomidos por el negro del miedo,

desaparecidos por el olvido de aquellos que juraron terminar con el esperpento.

Al vuelo levanto contigo 667 papalotes violáceos, jacarandas trenzadas en las ramas,

duelo y aspaviento, alarido tremebundo porque el horror cese,

que no sea la belleza de tu suelo más moneda de cambio,

compraventa que dé felicidad a los extraños y te convierta en deuda de ti misma,

ánima en pena, guaje cadavérico por ocultar. 

Levántate y anda a la vida en marcha: 

juntas haremos soles de las piedras, lunas de agua y azhares de manantial.  

“Me cuidan mis amigas, no la policía. Me cuidan mis amigas de la policía. Me cuidan mis amigas, mis ancestras y mis hermanas”.

*En esta ocasión, la poesía y la reflexión corresponden al pensamiento de la autora. Se distinguen en la tipografía y abonan sobre el mismo tema, en una misma voz. 

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