Fuego de palabras 
De Realidades y Percepciones

Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.

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Fuego de palabras 
El presidente López Obrador en conferencia de prensa. Foto: EFE.

El presidente sabe que su palabra es poderosa. Que resuena entre el pueblo como un mantra. Que pretende ser el lema del “humanismo mexicano”. Que se respire en los callejones, que lo pregonen los siervos de la nación y lo repitan con orgullo los funcionarios en la plaza pública.

Andrés Manuel lo sabe, por eso la palabra es su principal estrategia de gobierno y comunicación social. Por eso las suma como un tumulto de ofensas y promesas. Como un timbre de orgullo que merece ser recitado. Como una barricada de descalificaciones en contra de la crítica. Como costales amontonados de resentimiento bloqueando las calles. Como pólvora a granel en manos de un desubicado. 

Por eso me parece importante recordarle que sus palabras tienen eco y cobran vida propia. Que no son estáticas ni tampoco inofensivas. Que son el aval que muchos esperan. Que son la reivindicación mal entendida y la reconquista de venganzas olvidadas.

El presidente tiene que ser consciente del odio que siembra entre la gente. No debe pasar de largo ni minimizar los hechos. No puede darse el lujo de ver las consecuencias de reojo. 

Porque, aunque esta pluma no lo hace responsable de jalar ningún gatillo ni tampoco de idear algún ataque; si lo hace de fomentar un ambiente peligroso, un campo fértil para la confrontación y un álbum de personas y periodistas estigmatizados.

Porque a pesar de las mentiras, la palabra no es una moneda de cambio devaluada. Sigue siendo el arma que apunta desde la trinchera más alta del Estado. Una flecha dirigida con nombres y apellidos. Un dardo que hiere impunemente. Un banderazo de salida a las ofensas más bajas en las calles. 

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No podemos engañarnos, los discursos incendiarios son lanzas de fuego en un país de pastizales secos que poco necesita para arder entre las llamas.

Y aunque los dichos populares aseguren que las palabras se las lleva el viento, la verdad es que regresan envueltas en las balas y escriben sus mensajes en los parabrisas, en las criptas, en esquelas y en silencios.

Porque la realidad nos arroja decenas de periodistas asesinados, cientos de plumas amenazadas y una prensa sentenciada contra el paredón de los adversarios. De los traidores a la patria. De los mercenarios a sueldo. De los enemigos del Estado. 

Hay quienes argumentarán que las palabras no son las balas y que todos tenemos derecho a disentir. Quizás sea cierto, pero es preciso mencionar que la frontera entre las columnas de opinión, las investigaciones periodísticas y los cementerios es cada día más delgada. Que la verdad no se mata y que el costo no debería ser el silencio ni la muerte.

Porque en este trabalenguas político que vivimos, debemos ser muy cuidadosos de no confundir el discurso, con un fuego de palabras.

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