Suprema Corte, ¿favorablemente impopular?

Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.

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Suprema Corte, ¿favorablemente impopular?

Los textos que nos rigen son un espejo que sirve para escudriñar los temores, las insuficiencias, las certezas, la soberbia y las fortalezas de las sociedades de las cuales formamos parte. En muchos casos, sus modificaciones atienden a una evolución progresiva, pero también, en muchos otros, responden a contextos y escenarios complejos en donde la escasez de liderazgo termina por traducirse en ley.

A 106 años de historia, la Constitución Política de 1917 ha tenido 748 reformas al texto original; solo 20 de sus artículos se mantienen intactos, es decir apenas el 14.7%, intentar comprender la evolución y estado actual del país pasa irremediablemente por identificar en qué contexto se han dado y se están dando dichas modificaciones a la Carta Magna.

¿A cuántos mexicanos en 1953 les pareció aberrante que la mujer pudiera votar? Y es que, años atrás, la mayoría de las sociedades habían decidido sencillamente invisibilizar a este género en cuanto a la decisión de elegir a sus gobernantes. ¿A cuántas personas les parece hoy un disparate que ciertos grupos poblacionales reciban programas sociales por orden constitucional? Tal vez a muchos; sin embargo, aún está por verse si esa política ha sido efectiva en términos de disminución de la pobreza o sólo la perpetúa.

En ocasiones, perdemos de vista que aún cuando estamos en un sistema presidencial que, en algunos casos, puede abrevar lo peor de la Revolución (como lo es el caudillismo) nos regimos, gracias a la recién celebrada Constitución de 1917, por un orden constitucional, el cual en términos simples se traduce en una división de poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en donde cada uno tiene el mismo peso y a su vez mecanismos para revisarse y controlarse entre sí.

El poder controla al poder, decía Montesquieu, bajo la premisa comprobada, una y otra vez a largo de la historia, de que “todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo, hasta que encuentra límites”. Es un aspecto intrínseco a la naturaleza humana.

Este breve contexto sirve de pretexto para analizar las nuevas tensiones que hoy prevalecen entre el titular del Ejecutivo, personificado en Andrés Manuel Lopez Obrador, y la nueva presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Norma Lucia Piña Hernández, la primera mujer al frente del Poder Judicial, un hecho en sí mismo histórico.

Los dos encabezando un poder que, nos guste o no, tienen el mismo peso, miden sus fuerzas para que el texto constitucional sea reformado, o no, con afanes e incentivos totalmente distintos; sin embargo, en esta tensión natural entre ellos se asoma un aspecto que, aunque difícil de medir en el momento, es posible sentir y verlo materializado en la justas electorales: la legitimidad.

¿Cuál es el beneficio de desgastar al Poder Judicial si los objetivos a alcanzar carecen de legitimidad? Sin duda, puede algo ser legal sin ser legítimo. Un ejemplo claro de ello se puede palpar al interior de la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación en donde despacha legalmente la ministra Yasmín Esquivel sin un ápice de legitimidad. ¿Cuántas leyes “legales” o constitucionales sin legitimidad son necesarias para allanar el camino de la Cuarta Transformación?

Ante este panorama, considero que al presidente y su equipo le conviene más tener un Poder Judicial fuerte, que haga su tarea de control constitucional, que uno débil, obsequioso o inmóvil como lo fue con el ministro Arturo Zaldívar al mando, pues todo lo que alcance en la nueva era de la Suprema Corte revestirá al presidente Andrés Manuel López Obrador con un manto de legitimidad que, en medio de una sucesión adelantada, vale oro en términos de gobernabilidad. ¿Acaso los mexicanos no querrán extender al partido en el poder su permanencia si se sienten mejor gobernados?

Parece paradójico, pero a mayor consenso, menor control. La historia nos dice que los mayores desastres llegan de la mano de la unanimidad. Es decir, el conflicto político y la tensión entre poderes es necesaria e inherente a un estado democrático sano. Hace bien la nueva presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de prescindir de la popularidad en pro de asumir el mandato de funcionar como un contrapeso y control. Eso nos conviene a todos, incluido al presidente.

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