Fortaleza, ¿debilidad o virtud?
Entre la libertad y la locura

Comenzó hace siete años con un blog llamado My Vintage Armoire. Ha colaborado en Elle México, Quién, Instyle, Life&Style, Reforma y Finding Ferdinand. Licenciada en mercadotecnia y comunicación por el Tec de Monterrey, escribe sobre la felicidad y la tristeza, el amor y el desamor, la duda, los reproches, el amor propio, el existencialismo, la introspección y el crecimiento personal. Lanzó el podcast Libre&Loca, uno de los 50 más escuchados en México y Latinoamérica. Twitter: @rowoodworth

Fortaleza, ¿debilidad o virtud?
Foto: Rosy / Pixabay

A los 16 años añoraba tener la fortaleza que hoy, a mis 26, poseo. En aquel entonces me daba miedo, lo que más escuché mientras crecía fue que necesitaba fortalecerme, pues soy una persona que toda su vida ha sido tremendamente sensible. Pero al mismo tiempo he leído miles de frases y extractos de novelas que dicen que “el verdadero poder está en no dejar que el mundo te cambie”.

Entonces pensaba que si me volvía un poco más “dura”, si me hacía una coraza, iba a perder una parte de mi esencia. Iba a dejar de ser yo, esa niña que se vuelve loca con los detalles, que vive por placeres como la comida, la poesía y los viajes, que llora con la música y prefiere siempre ver lo bueno en la gente.

¿Cuál era la verdad? ¿La fortaleza cambia la esencia o solo la protege? Hoy, una década después, diría que ninguna de las dos opciones.

Las tres vidas

Sobre este tema hay una gran frase en alemán que aparece en la serie de Dark, en Netflix, la cual dice lo siguiente: 

“El ser humano tiene tres vidas. La primera termina con la pérdida de la ingenuidad, la segunda con la pérdida de la inocencia y la tercera cuando perdemos la vida misma. Es inevitable pasar por esas tres fases”. 

Hay un antes y un después de la ingenuidad y la inocencia, hay un antes y un después de la traición y la mentira, hay un antes y un después de darle tu corazón a alguien que no lo cuida y, sobre todo, hay un antes y un después de saber cómo se ve eso.

Muchas veces no es la esencia la que cambia, sino que gracias a las lecciones que dejan las experiencias tenemos más información para tomar decisiones. 

Crecemos y nos damos cuenta que el mundo no es tan bonito ni tan perfecto como quisiéramos. Las cosas no son tan simples, ni todos tienen las mismas intenciones que nosotros. El amor no lo puede todo. Hay quien nos quiere en su vida, pero no sabe tenernos. Hay quien dice valorar nuestra amistad, pero le incomoda nuestro éxito. 

La solución para todo aquello es aceptar cuando algo ya cumplió su momento y propósito en nuestra vida, decir gracias y a otra cosa mariposa. 

Eso no nos endurece el corazón, sólo nos vuelve precavidos y sería inútil ignorar que esa precaución ahora representa una cerca que lo protege. 

Virtudes

A mitad de esta reflexión, como si se tratara de una señal, me topé con un video del psicólogo canadiense Jordan Peterson que dice que es muy útil para todos escuchar que debemos volvernos peligrosos para reclamar nuestro lugar en el mundo. 

Según el psicólogo, si no eres una fuerza formidable, no hay moralidad en tu autocontrol. Si eres incapaz de violentar, no ser violento no es una virtud. Las personas que enseñan artes marciales lo saben muy bien. Si aprendes un arte marcial, aprendes a ser peligroso, pero al mismo tiempo aprendes a controlarlo. Ambos se juntan y la combinación de esa capacidad de peligro y la capacidad de control es lo que produce la virtud. De lo contrario, confundes debilidad con virtud moral.

“Soy inofensivo, por lo tanto, soy bueno”. No. No es así como funciona en lo absoluto. Si eres inofensivo, eres débil. Y si eres débil, no vas a ser bueno. Y sobre todo, añado en este contexto, no vas a ser bueno para ti, porque no te vas a poder defender.

Lo que aprendí de esa entrevista es que tienes que convertirte en una persona con tal responsabilidad existencial que haya consecuencias de relacionarse contigo. Consecuencias de ganar tu confianza pueden ser obtener como resultado tu lealtad, amor y presencia. Y consecuencias por traicionarte o herirte, siempre unidas por la integridad para convertir esa fortaleza en virtud, puede ser simplemente revocarles el acceso a ti, a tu vida, a tu historia. En pocas palabras: límites.

Una virtud es algo que poca gente posee. Pregúntate: ¿cuánta gente dirías que es peligrosa y cuánta gente débil o interesada? 

El otro día pensaba: ¿por qué en nuestra sociedad se habla más de perdonar y tener compasión que de responsabilidad e intención? Pues porque somos seres que buscan el hábito y el confort. Cambiar es incómodo. Vulnerarnos para descubrirnos, para aceptar nuestros errores, es incómodo, por eso no mucha gente lo hace. Por eso hay quien allá afuera no está haciendo lo mejor que puede ni está siendo su mejor versión, hay personas que hacen lo que es bueno para ellos porque la alternativa es más difícil. Y en lugar de ofrecer una amistad o un amor del cual tú después no tengas que sanar, piden perdón indiscriminadamente. Piden otra oportunidad, compasión y un pase ante sus acciones. 

En un episodio de mi podcast Libre&Loca, llamado El perdón 2.0, mencioné que la dignidad nace de la rabia que es el reconocimiento de aquello que está mal, que es injusto, inhumano, desconsiderado, grosero y que, al final, es lo que te empuja a pararte, cambiar, defender o solucionar. 

Hay una frase que dice: prefiero ser un guerrero en un jardín que un jardinero en una guerra. Es decir, no te vuelves peligroso para lastimar a la gente, te vuelves peligroso para que cuando haya una guerra puedas traer paz a tu entorno sabiendo defenderte. 

A veces hay que volverse peligroso para traer paz a uno mismo, dar media vuelta y alejarte de lo que no te suma y ha probado que no es para ti.   

Nos leemos en la siguiente.

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