¿Blanqueamiento de la música ranchera? ¿Los blancos se roban la música?
Contextos

Reportero egresado de la UNAM, formó parte de los equipos de Forbes México y La-Lista. Con experiencia en cobertura de derechos humanos, cultura y perspectiva de género. Actualmente está al frente de la Revista Danzoneros. X: @arturoordaz_

¿Blanqueamiento de la música ranchera? ¿Los blancos se roban la música?
Bad Bunny incursiona en el regional mexicano con Grupo Frontera. Foto: Captura

Tras el éxito de Peso Pluma y la colaboración de Bad Bunny con Grupo Frontera comenzaron a circular en redes sociales comentarios sobre el “blanqueamiento” de la música regional mexicana. Por ejemplo, sugieren que la aceptación de Hassan Emilio Kabande en los corridos tumbados fue por su color de piel a diferencia de Natanael Cano. 

La diversificación musical del ranchero, como se le aglutina a este género, no es reciente, ya que hay fusiones como la de C Tangana con Clarín León y la de Camilo con Grupo Firme. Incluso Karol G se inspiró en el ritmo mexicano para sacar su canción Gucci y los paños. Acciones como estas han derivado en que los públicos de diversos ritmos se mezclan o se interesen unos a otros, o como el último caso, artistas hagan música en referencia a otro ritmo que está sonando demasiado. 

Esta situación ya ha pasado con otros géneros como la cumbia, tras el proyecto sinfónico de Los Ángeles Azules con varios artistas su alcance multiplicó, de tal suerte que Nunca es suficiente fue una canción que no podía faltar en los eventos sociales de mayor poder adquisitivo. “Afresaron la cumbia”, era el reclamo de algunos seguidores del ritmo, otros simplemente lo llamaron estrategia comercial por que lo “under” sigue siendo para conocedores. 

Algo similar le pasó al reguetón, cuando en sus inicios era una música para los jóvenes de barrio, los cuales eran discriminados por su manera de hablar y vestir. Tras el éxito de esta música en la industria, fue teniendo una evolución, hasta que cantantes de otros géneros se vieron obligados a retomarlo para seguir en tendencia como Shakira, Justin Biber y Enrique Iglesias. Incluso surgieron artistas europeos que cantan reguetón como Rosalía. 

A lo largo de la historia se ha repetido este proceso, hay quienes reclaman que los blancos se robaron el blues de las personas de color y lo volvieron rock and roll, aunque lo interesante es el transfondo que hay detrás de cada comunidad. Cuando otro sector de la población adopta gustos, actitudes y acciones definidas de otro grupo pueden surgir problemas, la amenaza de un atentado a la identidad y pertenencia es lo primero que se viene a la mente. 

Si bien la definición de cultura es una de las más polémicas en la academia, hay escritores como Yuval Harari que la definen como la forma en que “acostumbramos a pensar de manera determinada, comportarse de acuerdo determinados estándares, desear ciertas cosas y observar determinadas normas, por lo tanto crearon instintos artificiales que permitieron que millones de extraños cooperaron de manera eficiente en esta red de instintos artificiales”. 

Un género musical puede hacer eso, acoplar a un número de la población por tener gustos en común en melodía y letra, lo cual desencadena en una serie comportamientos de cómo expresarse, cómo vestir o incluso seguir ciertas normas intangibles para los integrantes de una comunidad. 

Dicho apartado, por más arbitrario que suene, es realidad, y doy fe de ello como danzonero, una persona que le gusta el danzón. Dentro de la comunidad hay formas de vestir, de bailar o incluso de expresarse; todos esos elementos son lo que le dan identidad a cada uno de los integrantes o los diferencian de los soneros, salseros o cualquier otro grupo. Sin embargo, también es importante reconocer el peligro que esto conlleva, como etiquetar a la gente y crear arquetipos que puedan ser funcionales para la discriminación: “el danzón es para viejitos”. 

La invasión a lo que cada uno define como su cultura puede leerse como una agresión, si algún danzonero ve que un grupo de extraños baila en su salón de baile con una orquesta que fusiona este género musical con reggaeton, le generaría un gran problema porque ha llegado alguien que no entiende la esencia de música y la transforma. 

Para mejor ejemplo, en la investigación “Sobre el dilema de la apropiación cultural: arte, diseño y sociedad” del académico Francisco Javier González Tostado se le considera apropiación cultural “al fenómeno de tomar elementos de una cultura minoritaria y emplearlos sin sus significados originales en el concepto ajeno casi siempre con fines comerciales”. 

Para este punto entendemos por qué el reggaeton, la música regional o en su momento el rock pasó por un proceso como este, porque para la industria musical eran apuestas rentables. ¿Por qué no hay ese tipo de sinergia con el danzón u otros géneros más locales? Porque no es redituable para el mundo globalizado, aunque esto no significa lo mejor para un ritmo. 

¿Los blancos se roban la música? Yo diría que es la industria musical y sólo con la que le conviene, la transforma en un producto rentable hasta que se apaga su brillo y lo coloca en la alacena. ¿El color de piel es un referente para el éxito musical o formar parte de la oligarquía de la industria? Tal vez sí, pero sería tema de otro espacio en Contextos. 

¿Y qué pasa con aquellos géneros musicales que son ignorados por las grandes compañías? Que sobreviven por iniciativas de su propio público, con artistas independientes, pero que también luchan por mantener su esencia pura y ortodoxa de identidad. Pues van contra viento y marea en una lucha interminable por seguir existiendo. 

Con o sin el apoyo de la industria de la música, el colmillo nunca se va de la yugular. Mejor preguntémonos, ¿cómo voltear ese monstruo a nuestro favor? 

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