IMSS Bienestar: El desastre que viene 
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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IMSS Bienestar: El desastre que viene 
Fotografía: Archivo/ Secretaría de Salud.

La noticia de la desaparición del Insabi puso los ojos, para la mayoría de la gente y por primera vez, en el IMSS Bienestar, pero, lo que para el presidente de la República es el sistema de salud que será “igual o mejor que el de Dinamarca”, no es otra cosa que la aglutinación de los servicios de salud de cada uno de los estados, bajo una marca que ya existía y que, además, comparte con el Instituto Mexicano del Seguro Social solamente en el nombre y parte de su estructura administrativa.

En octubre pasado, mencioné en un foro mi visión sobre este supuesto “Dinamarca” y expuse los cuatro motivos por los que pienso que arranca con el pie izquierdo: 1. Se carece de un modelo o una visión, es solamente un buen deseo motivado ideológicamente; 2. No hay un presupuesto adecuado ni un plan de financiamiento; 3. No contempla aspectos elementales, como indicadores de salud y 4. El modelo no está pensado en el beneficio de los pacientes sino en la creación del modelo mismo. 

Como el resto de las decisiones que esta administración ha tomado en salud, incluyendo al Insabi, el IMSS Bienestar es el producto de la improvisación y refleja exclusivamente el deseo de centralizar y controlar desde la Federación el presupuesto y los recursos para la salud de todo el país.

En noviembre del 2021, terminaba de escribir mi libro La Tragedia del Desabasto y allí mencionaba (desde entonces), las múltiples fallas del Insabi y como éste “se había convertido en una caricatura ante los ojos de médicos y profesionales de la salud de todas las instituciones”. En ese momento, dije que seguramente el Insabi desaparecería y sus funciones serían transferidos al IMSS Bienestar, cuya marca se reutilizaba ahora para la centralización de la salud.

Ya han pasado cuatro años desde las primeras promesas de un sistema de salud de clase mundial y efectivamente, lo único que hemos visto ha sido un ambicioso proyecto de centralización administrativa y financiera de los servicios de salud. En este escenario, el papel del Insabi fue el de apropiarse de los recursos del Seguro Popular y crear la base administrativa para manejar el dinero de los servicios de salud estatales. En el camino, se hizo cargo, además, del fallido abasto de medicamentos e insumos para la salud que va desde la compra consolidada, hasta la entrega final en los almacenes de las unidades médicas. 

Mientras que los desatinos en el abasto de medicamentos se han convertido en parte del discurso cotidiano en este país, prácticamente cada peso gastado, cada tableta, cada jeringa o cada bolita de algodón, es administrada bajo la discreción burocrática del Insabi, ante la frustración del personal médico. Solo las instituciones con grandes presupuestos como el IMSS o las Fuerzas Armadas, tienen la capacidad de comprar de forma directa sus propios insumos.

El miércoles pasado, en mi cuenta de Twitter ofrecí una explicación de la diferencia entre el IMSS y el IMSS Bienestar y, debo decir que me sorprendió que más del 90% de quienes la leyeron desconocían que se trataba de dos entidades completamente distintas y separadas, que solo comparten una administración y una dirección. 

Los derechohabientes del IMSS tienen acceso a atención médica y hospitales que nunca admitirán a los pacientes del IMSS Bienestar. Los primeros tienen acceso los tres niveles de atención; desde los consultorios de sus Unidades Médico-Familiares, hasta los Centros Médicos Nacionales con los últimos avances de la tecnología y la ciencia. En contraste, los no derechohabientes deberán conformarse con el primero y segundo niveles de atención, en las clínicas de siempre, enfrentando un verdadero calvario al momento de requerir acceso a procedimientos más especializados. 

No sobra recordar que este acceso hubiera sido garantizado y pagado a través del Seguro Popular, si éste no hubiera desaparecido por motivos ideológicos. En palabras del Dr. Julio Frenk, vuelve a haber una discriminación enorme entre quienes pagan una derechohabiencia y quienes no lo hacen, como existió en los años 70 del siglo pasado.

Una vez más se deja todo a la improvisación. Aunque quienes están a favor e impulsaron este cambio no dejarán de mencionar que todo está en una ley “que se irá adaptando” y que “paulatinamente la Secretaría de Salud tomará el control”, la realidad es que este proceso, como todos los anteriores, fue decidido de manera compulsiva. Se nota inmediatamente la prisa frente a los menos de 18 meses que quedan de esta administración, periodo en el que no dejarán de machacar la idea de que ya tenemos un sistema de salud “como el de Dinamarca”. 

Les es urgente consolidar la centralización operativa y administrativa de todos los servicios de salud estatales, por lo menos, de la mayor parte de ellos, brindándole con ello una victoria política y administrativa al director del IMSS.

Lo más importante, por supuesto, será contar con algo que parezca un servicio unificado de salud, a tiempo para las elecciones del año 2024.

Seguramente por estas prisas es que están pasando por alto detalles tan simples como una adecuada asignación de recursos. Al momento de escribir esta columna, en un ejercicio presupuestal de suma cero, no existe mayor asignación de dinero que la sumatoria del que originalmente hubieran tenido los gobiernos estatales para sus servicios de salud; es decir, IMSS Bienestar cuenta con exactamente los mismos recursos que siempre se han tenido, pero si recordamos que el Insabi prácticamente desapareció cien mil millones de pesos del Fondo de Gastos Catastróficos, el “nuevo sistema de salud” no tiene forma de atender a pacientes con enfermedades de muy alto costo, con los recursos actuales. En esos términos, los pacientes están completamente desprotegidos.

Citando de nuevo al Dr. Frenk, esto se trata de un “apartheid” médico donde, quien pague por su salud mediante una cuota de derechohabiencia, tendrá una mayor posibilidad de sobrevivir que quien reciba los servicios de forma “gratuita”.

Hablando de los medicamentos, aunque se ha mencionado que la responsabilidad de la adquisición de insumos para la salud a través de las compras consolidadas pasará a ser responsabilidad de la Secretaría de Salud, tampoco existe hoy una evidencia de que así será o una metodología para ello. A decir del secretario de Gobernación, la Secretaría de Salud cuenta con 90 días para escribir todos los reglamentos, lineamientos, procedimientos, etc., con los que se regirá el nuevo modelo de salud.

De la misma forma, se desconoce cuál será la interacción normativa u operativa del IMSS, con el organismo descentralizado llamado IMSS Bienestar. Tal y como ocurrió en enero de 2020 con el nacimiento del Insabi, estamos ante un escenario de incertidumbre y de caos potencial.

IMSS Bienestar enfrentará enormes retos debido a que la promesa es demasiado ambiciosa y los recursos son limitados. A algunos problemas básicos se les ha querido dar soluciones simplistas e irreales como que, ante la falta de personal médico, se lanzaron convocatorias para que los médicos jubilados regresen a trabajar. Aparentemente no entienden que, cuando un médico del Sector Salud se jubila, lo hace, la inmensa mayoría de las veces, con el deseo de no regresar jamás y mucho menos, con los salarios y condiciones laborales que se ofrecen para ello.

Es claro que el problema más grande que enfrenta el sistema de salud en México es su diseño mismo. El sistema no fue creado pensando en los pacientes y lamentablemente esa es la misma tónica que vemos hoy. IMSS Bienestar y el modelo de salud en general han sido planeados para un cumplimiento y lucimiento político. Su intención nunca ha sido el salvar vidas humanas.

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