La verdad absoluta, ¿el nuevo producto de la inteligencia artificial?

Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.

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La verdad absoluta, ¿el nuevo producto de la inteligencia artificial?
Foto: Gerd Altmann/Pixabay

Mientras los gobiernos generan esfuerzos para controlar y legitimar su verdad frente a sus gobernados, los grandes corporativos tecnológicos están en búsqueda de la verdad absoluta que ilumine a los ciudadanos. La intención por sí misma parece salida de una novela de ciencia ficción.

La búsqueda de la verdad absoluta puede enmarcarse en el crucial anhelo de evitar la autodestrucción de la humanidad pues, en teoría, nos ayudaría a tomar mejores decisiones, sin embargo, es difícil saber si como especie podremos o no lidiar con ella. Se trata de un riesgo que estaremos próximos a conocer en medio de la encarnizada carrera por el desarrollo y uso de la inteligencia artificial.

De momento, este nuevo producto llamado TruthGPT está siendo pensado y diseñado para ejecutarse en Twitter, la plataforma de la que Elon Musk es dueño. El incentivo parece, de inicio, mantener la confrontación con los grandes medios de comunicación a partir de un modelo de negocio en donde los usuarios empiecen a pagar por acceder a la “verdad” sobre un hecho. Intentando con ello desplazar a las casas editoras, en medio de toda la basura y fake news que persiste y que a su vez tolera la red social.

Para el magnate y dueño de esta plataforma sobre la cual distintas sociedades, particularmente de Occidente, han edificado de manera equivocada una parte importante de su libertad de expresión, es indispensable desenmascarar las noticias falsas y propaganda que desde su perspectiva generan, construyen y difunden medios tan influyentes como The New York Times.

Pero ¿qué tan efectivo será intentar ponerle punto final a una discusión con una inteligencia artificial que aporte una “verdad máxima” si la plataforma por sí misma parece alimentarse y promover la polarización? Paradójico y totalmente inútil sería que una inteligencia artificial funcione a partir de algoritmos diseñados bajo la arcaica visión de libertad de expresión que promueve Elon Musk, en la que las manifestaciones racistas, discriminatorias, xenofóbicas o llamados a la violencia tienen cabida.

Si bien parece que el empresario se incorpora algo tarde a la carrera de la inteligencia artificial frente al avance de gigantes como Google y Microsoft, es posible que el universo de datos e información que le ofrece la adquisición de su nuevo juguete, Twitter, lo posicione como un rival serio en la conquista de las herramientas sobre las cuales la humanidad está construyendo su futuro próximo.

Es un hecho que la disrupción digital y los avances tecnológicos de principio de este siglo han sido tan rápidos y exponenciales que, a diferencia de otros momentos de la humanidad en los que se han ido incorporando nuevos canales de comunicación como el teléfono, la radio o el internet —con tiempo de latencia y asimilación mucho mayor—, ha sido complejo comprender y evaluar la alteración o distorsión del humano, tanto a nivel individual, como en su interacción en el ámbito social.

Edificar nuestra capacidad de debatir acerca de los asuntos públicos sobre una plataforma privada con valores cuestionables es en principio erróneo, sin embargo, hoy parece un hecho consumado. Darle a esa misma herramienta privada el poder de enseñarnos la “verdad máxima” es abiertamente riesgoso. Remediarlo exigiría un nivel de conciencia colectiva más allá de imposiciones regulatorias desde el Estado/Nación.

Esto último nos coloca en un debate que no se ha dado y que es necesario promover: ¿Estamos listos para ejercer nuestros principios y derechos de ciudadanos desde el nuevo enfoque de consumidores? La pregunta resulta importante porque parece que, cada vez más, estamos cerca de acceder y practicar nuestros derechos, como la libertad de expresión, a cambio de unos cuantos dólares y “gracias” al uso de dichas plataformas tecnológicas. El principio mercantil no debería regular lo ciudadano.

No hay duda de que el tecnosolucionismo llegó para quedarse. La idea de resolver o arreglar todo, incluso nuestra capacidad ciudadana, a partir del uso de nuevas tecnologías es seductora. Es posible advertir avances pero también riesgos en lo que se refiere al uso de la inteligencia artificial para estos fines. Es necesario discutirlo ¿o esperaremos a que un privado y sus algoritmos nos digan cuál es la mejor forma de interactuar con ellos?

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