La coronación recordó a los estadounidenses que hay personas más excéntricas
Corona en Marble Arch, Londres, 3 de mayo de 2023. Foto: Sinai Noor/Shutterstock

Uno de los aspectos más sorprendentes de vivir en el extranjero es adaptarse a la menor importancia de cuestiones que en casa son consideradas muy importantes. Recuerdo el momento en que me di cuenta de que muy pocas cuestiones que no fueran un cambio de primer ministro o un acto terrorista aparecían en las listas de noticias de Estados Unidos. Fue como la primera vez que ves uno de esos mapas elaborados por países que no son Gran Bretaña y en los que Gran Bretaña no está en el centro del universo. (El de Australia me dejó realmente asombrada en este sentido).

En Estados Unidos, a nadie le importa quién es Suella Braverman –para ser justos, una opinión que comparte un gran número de británicos en su propio país– o quién entra y sale de la cadena BBC. Una vez escuché a un ejecutivo editorial estadounidense referirse a Gran Bretaña como un “pequeño mercado extranjero”, lo que me provocó una experiencia extracorpórea similar, además de cierto patrioterismo residual aparentemente inalterable. Como suelen decir, “¿cómo te atreves?”.

En contraposición, siempre ha estado la familia real, que, independientemente de sus fluctuaciones de popularidad, es mencionada en los debates escolares sobre el futuro de la monarquía como irrefutablemente “buena para el turismo”. La muerte de la reina fue triste y también un momento importante para un país que, después del Brexit, parece estar cada vez más marginado. Fue noticia en el periódico New York Times tres días seguidos, ¡tres días seguidos! Ya no somos tan irrelevantes, ¿verdad?

A pesar de todas las impresiones de “país pequeño y tonto” que rodean a la coronación que se celebrará este fin de semana, la esperanza seguramente será que, por razones positivas esta vez, se produzca un efecto similar: un recordatorio para aquellos que lo necesiten de que Gran Bretaña es un país glorioso, antiguo y extremadamente digno donde ocurren cosas que no podrían ocurrir en ningún otro lugar. Este último punto, aunque rotundamente cierto, no logra eliminar la interrogante que se cierne sobre todo el asunto: es decir, ¿hasta qué punto le importará al resto del mundo?

Y se trata de una semana de feroz competencia por el espacio informativo en Estados Unidos, con Donald Trump enfrentándose a acusaciones de violación en Nueva York, más presuntos mensajes de texto de Tucker Carlson que saldrán a la luz –estos calificados como explícitamente racistas– y otra probable ronda de aumentos de las tasas de interés que se avecina.

En este contexto, la coronación apareció esta semana en el lugar que le corresponde en los Estados Unidos, como el tema y finalmente, un recordatorio para los estadounidenses de que a pesar de todas sus excentricidades, la gente que lleva los desconcertantes trajes de fantasía todavía tiene la ventaja.

Hay un artículo en el periódico Washington Post que se centra en la cobertura del quiche –el quiche existe en Estados Unidos, pero no es el catalizador proustiano que es en Gran Bretaña– y también expresa dudas sobre la sensatez del juramento masivo de lealtad. A los estadounidenses les encanta el juramento de lealtad, como sabrá todo aquel que se quede en los pasillos de la escuela primaria de su hijo después de dejarlo en la mañana.

Sin embargo, el juramento que se invitará a hacer a los británicos el sábado, que comienza con “Juro que rendiré verdadera lealtad a su majestad” y termina con “Dios salve al rey Carlos. Larga vida al rey Carlos. Que el rey viva para siempre”, parece haber sonado en los oídos estadounidenses como algo más extravagante que cualquier cosa de Hollywood. Como señaló el Post: “Consulten la página 28 de la liturgia oficial si creen que estamos inventando esto”.

En el New York Times, un reportero fue enviado a Gloucester para llegar al fondo de algunas noticias sobre el pay de la coronación, rompiendo una tradición de 800 años, informó el Times, se trata de un cambio del platillo tradicional de anguila de la coronación al pay de cerdo para la gente de Gloucester, y de un cambio de la prensa internacional a la local para el Times (también consultaron –prepárense– a los Pearly Kings; presumiblemente porque nadie podía contactar a un bailarín morris).

El New York Post, por su parte, se ha centrado, como era de esperar, en lo que harán Harry y Meghan: “El príncipe Harry y Meghan Markle esperaron ‘durante algún tiempo’ la llegada de la invitación a la coronación”, fue la decepcionante noticia de ayer, aunque una mejora en comparación con la que ofreció el día anterior, en la que enviaron a un reportero a hablar con la comunidad de dobles del rey Carlos, momento en el que uno empieza a sentir pena por todos.

El tono dominante de esta cobertura fue indulgente, incrédulo y ligero, y afectuosamente burlón, en noticias que han aparecido muy abajo en la lista de los noticieros estadounidenses.

Obviamente, esto es muy diferente de la cobertura que habría recibido el período previo a la coronación de la anterior monarca en 1953. Supongo, sin embargo, que en un abarrotado mercado mediático plagado de lealtades divididas y atenciones fragmentadas, la realeza puede conformarse con ello como una opción mejor que la alternativa.

Emma Brockes es columnista de The Guardian.

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