La vida, esa maestra
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

La vida, esa maestra
En el ITAM, la relación con mis profesores fue todo respeto, porque muchos de mis maestros de ciencia política (y los de otras carreras) ya eran figuras en el mundo académico y publicaban artículos en los diarios que yo leía todos los días. Foto: Pixabay

“A tu escuela llegué sin entender por qué llegaba, en tus salones encuentro mil caminos y encrucijadas, y aprendo mucho y no aprendo nada…”, dice Rubén Baldes en Maestra vida, la que considero una de sus canciones más generosas. Una de las premisas de mi vida adulta es nunca dejar de aprender, aunque a estas alturas no haya aprendido a tocar más que unos acordes de bajo, nunca haya escrito un poema, a andar en patineta y no sepa cocinar un buen arroz.

“Paso por días de sol, luz y de aguaceros, paso por noches de tinieblas y de lunas, paso afirmando, paso negando, paso con dudas, entre risas y amarguras, buscando el porqué y el cuándo…” Los altibajos me han hecho conocer que la vida no es plana. Utilizo la palabra conocer, porque a veces repito errores y siento que no he aprendido nada. Las épocas de bonanza las he disfrutado, pero en las crisis he encontrado el coraje para seguir adelante.

“Maestra vida, de justicias e injusticias, de bondades y malicias, aún no alcanzo a comprenderte…”. A vivir se aprende viviendo, me dijo alguien por ahí. Por eso, las mayores enseñanzas las he encontrado en la calle, lejos de las aulas, entre la gente común y corriente con la que platico todos los días; con mi mamá y con Silvia; con Camila y mis hermanos; con los colegas y amigos con los que me mensajeo por WhatsApp; con los recuerdos de mi padre o amigos entrañables como Javier Sahagún, Jorge Witker o don Jorge Ventura. ¡Cómo me gustaría tenerlos cerca, para que me dieran algún consejo o un buen coscorrón!

“Maestra vida camara’a, te da, te quita, te quita y te da…”

Mis maestros

En primero fue Juan Carlos Garibay, aquel que me fue a sacar de una cancha de futbol para ir a recoger mi diploma del concurso de lectura. Lo recuerdo paciente y afectuoso, nada que ver con Anabella, ya en Mixcoac, que me hizo la vida pesada en segundo, pero con la que descubrí que soy del “Team Buñuel-Tarantino”, ¡Ah, como me gustaba verle los pies!

En tercero fue Emita, una maestra de ascendencia española que cantaba muy bien en las ceremonias de la Rodesia; en cuarto, María Luisa, una señora gritona que tenía a su hija Jenny en el mismo grupo; Evangelina Andraca fue mi maestra de quinto grado, su presencia imponía, pero al final fue una de las maestras que más me quiso. Cerré la primaria con Edith y Chela, supe mucho tiempo después que la primera tuvo un breve affaire con mi papá.

A la secundaria 10 sólo fui un año y los ojos verdes en el rostro moreno de Emma Argentina Parra Luna se me grabaron para siempre, no así sus clases de historia. De la 150 sólo recuerdo a la flaca Adelina, que me reprobó en Español en tercero y a Camacho, un ingeniero del Politécnico que me enseñó más de física en el taller de electricidad que al cursar la propia materia. Su halitosis era legendaria.

De la prepa recuerdo a muchos maestros, pero ninguno entrañable. Vaya, ni siquiera esa miss de inglés con la que salí cuando yo tenía 18 y ella 26. A veces, algún despistado, se encarga de recordarme ese episodio.

Los únicos maestros de la UVM con los que entablé alguna plática fuera de las aulas fueron Juan Miguel, el fanfarrón profesor de literatura universal del que me alejé cuando me enteré que invitó a salir a una compañera para subirle puntos en su calificación final, y Mario, un sociólogo que manejaba un destartalado Datsun modelo 76 y llegaba al salón de clases con el UnoMásUno o La Jornada bajo el brazo. Con él charlaba de cine, rock… y de Rubén Blades.

En el ITAM, la relación con mis profesores fue todo respeto, porque muchos de mis maestros de ciencia política (y los de otras carreras) ya eran figuras en el mundo académico y publicaban artículos en los diarios que yo leía todos los días. Ahí, la admiración, más que la camaradería, era la norma. Eso sí, recuerdo muchas tardes con Pepe Fernández Santillán en el Olímpico Universitario apoyando a Pumas y también a una profesora de Ideas III que, ante la reiterada negativa de un compañero para salir con ella, me invitó a tomar café varias tardes después de clase.

A los maestros que recuerdo, a los que no, a todos mis amigos y amigas que tienen el valor y el privilegio de pararse frente a un grupo a impartir cátedra, les deseo un feliz día del maestro.

Síguenos en

Google News
Flipboard