Memoria inmersiva
Futuros alternos

Es escritor, periodista, locutor, productor de radio y gestor cultural. Sus textos han aparecido en catálogos como Crafting our Digital Futures (Victoria & Albert Museum) y Do Flex Text (Buró Buró).

Ha escrito para Vogue, RollingStone, Revista 192, Esquire, Código, El Universal, entre otros, y colaborado en Imagen Radio, Ibero 909, Reactor, Milenio Televisión, Bullterrier FM y Aire Libre FM.

X: @mangelangeles

Memoria inmersiva
Foto: Cortesía Museo Memoria y Tolerancia

Hace años ya que el Museo Memoria y Tolerancia funge como nodo museístico de la Ciudad de México. Nada sencillo si tomamos en cuenta la alta concentración de recintos del tipo no solo en el lugar en el que se encuentra –el primer cuadro del Centro Histórico, justo frente a la Alameda Central– sino también en la ciudad misma. 

La propuesta del recinto ha apuntado siempre a generar reflexión y activar conversaciones en temas vitales como lo indica su nombre: memoria, tolerancia, pero también en inclusión, diversidad y, me atrevo a decirlo, en creación de paz. 

A inicios de mes, el anuncio de un nuevo proyecto me tomó por sorpresa: este museo que cuenta ya con una de las muestras permanentes que considero más importantes en el país –la de la memoria del Holocausto– lanzó en colaboración con Meta una serie de experiencias de realidad aumentada (AR) para varias de sus salas. 

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Con la aplicación AR-Museo MyT (que está disponible al público tanto en Android como en iOS), quienes asistan al Museo Memoria y Tolerancia podrán experimentar de una forma distinta –con tecnología disponible para casi cualquier persona con un smartphone o un dispositivo apto– las propuestas de sus salas. El famoso cubo blanco empieza a resquebrajarse. 

El ejercicio tiene muchas aristas y por ello un potencial fenomenal. Algunas cosas que vienen a la mente: lo acertado que es entender que lo bidimensional no es tan atractivo para generaciones con relación cuasi simbiótica con la tecnología. Otro acierto: el entendimiento de que el museo puede ser un ente cambiante que, si las cosas se dan, puede un día ir y habitar otros espacios de vida del espectador. ¿El museo en casa? Tal vez, ojalá. 

A la par de estos aciertos conviene también hacer una serie de cuestionamientos: ¿qué tanto posibilita esto su réplica en lugares más allá de la Ciudad de México? ¿Cuántas más posibilidades existen en alianzas de desarrollo como esta realizada con Meta? ¿Cómo se medirán los resultados de una iniciativa así y qué uso podría dársele a esa data?

Mientras fantaseo con la manera en que mis sobrinos experimentarán con esta tecnología las muestras del Museo Memoria y Tolerancia, también me pregunto qué tanto podemos hacer desde la ciudadanía para lograr que proyectos de esta índole, que no reciben recursos públicos, sigan adelante. 

En tiempos áridos para la cultura del país, en los que la llamada austeridad ha mermado terriblemente la producción, conviene recordar que hay, en el centro de la antigua Tenochtitlán, un espacio lleno de memoria y tolerancia. 

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