Puede que Berlusconi se haya ido, pero Trump sigue aquí: El despreciable legado populista está en todas partes

Es sociólogo de la Scuola Normale Superiore de Pisa, en Italia, y del King's College de Londres, y el autor de The Great Recoil.

Puede que Berlusconi se haya ido, pero Trump sigue aquí: El despreciable legado populista está en todas partes
Silvio Berlusconi en el set del programa de televisión Porta a Porta en Rai 1, en Roma, 2018. Foto: Alberto Pizzoli/AFP/Getty Images

Cuando abandonó por última vez la residencia oficial del primer ministro, el Palazzo Chigi, el 16 de noviembre de 2011, Silvio Berlusconi tenía el aspecto de un hombre humillado. Las finanzas de Italia estaban en apuros, con los inversionistas internacionales apostando en contra de los bonos del tesoro del país; los fiscales pisándole los talones debido al infame escándalo “bunga bunga”, que involucró a una trabajadora sexual menor de edad; los aliados europeos Nicolas Sarkozy y Angela Merkel hicieron público su disgusto con él. Pocos habrían adivinado en aquel momento hasta qué punto la política futura seguiría el modelo populista de Berlusconi.

Berlusconi murió a los 86 años, tras ser hospitalizado en Milán para que recibiera tratamiento para infección pulmonar. Sin embargo, si observamos a nuestro alrededor, veremos su legado por todas partes. De hecho, los años posteriores a la salida de Berlusconi de la presidencia reivindicaron su estilo político, el cual combinaba una personalidad política extrema, un hábil uso de los medios de comunicación visuales y una demagogia desvergonzada, todo ello para explotar la desilusión y el escepticismo de los votantes respecto al statu quo. Cuesta pensar en otro político que haya prefigurado mejor la política del futuro.

Muchos políticos populistas de derecha que fueron dominantes en la década de 2010 han sido comparados con Berlusconi, el primero de ellos el expresidente estadounidense Donald Trump. Al igual que Trump y mucho antes que él, Berlusconi insistió en el hecho de que no era un político de profesión, sino más bien un exitoso “empresario que se hizo a sí mismo”, que decidió entrar a la política para salvar a su país de la izquierda. Al igual que Trump, Berlusconi le debía su éxito a su extraordinario uso de la televisión, que, en su caso, resultó más sencillo por el hecho de que era propietario de la mayoría de los canales de televisión privados del país. Y, por último, muy parecido a Trump, Berlusconi irrumpió en la escena política haciendo caso omiso de todas las normas de cortesía y educación institucional, presentándose a sí mismo de forma absurda como una víctima de los jueces y las autoridades electorales, al tiempo que nunca escatimó las tácticas más vulgares y sensacionalistas para captar la atención del público, entre ellas su famosa afición a los chistes sexuales.

Berlusconi encarnó lo que Antonio Gramsci describió como el “gusto” del pueblo italiano “por lo operístico”, con sus mítines e intervenciones televisivas en los que protagonizó momentos que habrían sido propios de un programa de variedades. En términos de contenido político, no obstante, era simplemente un neoliberal: su revolución consistía en reducir los impuestos y los trámites burocráticos además de liberalizar el trabajo. De hecho, históricamente, se le considera como el vínculo entre el neoliberalismo y el populismo.

En Italia, Berlusconi fue clave para permitir la entrada de la extrema derecha en la política dominante, forjando alianzas con el partido separatista Liga Norte y con el partido posfascista Alianza Nacional, del que desciende el partido de la actual primera ministra, Giorgia Meloni. (Meloni se dio a conocer por primera vez al ejercer como ministra de Juventud en el último gobierno de Berlusconi).

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‘Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, se dio a conocer por primera vez como ministra de Juventud en el último gobierno de Berlusconi’. Foto: Domenico Cippitelli/LiveMedia/Rex/Shutterstock

Curiosamente, en retrospectiva, el cambio de la política italiana cada vez más hacia la derecha nacionalista ha hecho que Berlusconi parezca relativamente moderado. Sin embargo, sus constantes ataques contra los trabajadores, sus reportados vínculos con la mafia, su manipulación del sistema judicial, sus desastrosas políticas económicas que precipitaron el declive industrial del país y su celebración del individualismo extremo sentaron las condiciones para el actual cambio reaccionario de Italia.

Un elemento clave de su éxito, que han imitado los populistas de derecha de todo el mundo, fue su capacidad para transformar las acusaciones presentadas contra él en estímulo para su supervivencia. La carrera de Berlusconi estuvo, como es bien sabido, plagada de procesos por delitos relacionados con la mafia, la corrupción y la evasión fiscal. En respuesta, adoptó una estrategia de doble vertiente. Por una parte, insistió enérgicamente en que era inocente, víctima de los jueces comunistas, la persona más perseguida de la historia de la humanidad. Por otra parte, en beneficio de sus partidarios más hipócritas, especialmente aquellos que pertenecían a una clase empresarial que solía incurrir en prácticas ilegales o dudosas, con frecuencia hacía alusión al hecho de que su conducta no era del todo intachable, pero ¿de quién sí lo es?

Las similitudes con los actuales infortunios legales de Trump en Estados Unidos son evidentes y no presagian nada bueno para aquellos que piensan que el destino del expresidente quedará sellado con una nueva acusación.

En Italia, el ascenso de Berlusconi fue posible debido a la fatiga que la democracia liberal italiana cultivó en la gente común, desde el escándalo de corrupción de Tangentopoli ocurrido a principios de la década de 1990. En otros países, las figuras de la derecha han aprovechado los sentimientos similares de desilusión respecto a una política que no parece promover los intereses de nadie más que de la élite.

Mientras la política sea considerada –a veces de forma justificada– como un gran “pantano” (por citar la retórica trumpista) de corrupción e hipocresía, la política egoísta de la que Berlusconi fue pionero, y que perfeccionaron los populistas de derecha, seguirá triunfando. La única manera de romper este hechizo tóxico es reinculcar en la política una misión moral y al mismo tiempo tangible que realmente aporte mejoras concretas a la ciudadanía. Esto es precisamente lo que Berlusconi no hizo.

Paolo Gerbaudo es sociólogo de la Scuola Normale Superiore de Pisa, en Italia, y del King’s College de Londres, y el autor de The Great Recoil.

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