La bocanada experimental de Gustavo Cerati
Historias peregrinas

Periodista, escritor y editor. Autor de los libros Norte-Sur y El viaje romántico. Director editorial de purgante. Viajero pop.

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La bocanada experimental de Gustavo Cerati
La bocanada experimental de Gustavo Cerati. Foto: Gaby Herbstein

Resulta más o menos normal evocar a Morrissey cuando suena la voz de Damon Albarn en The Universal, pero no tanto hacer lo propio con José José en los primeros compases de Bocanada, de Gustavo Cerati: Cuando no hay más que decirnos / Habla el humo, nada el humo / Y rema en espiral. Me alegro, por otro lado, no haber sido el único en advertirlo, aunque las licencias creativas de la canción y el álbum homónimo (Bocanada, 1999) a la que pertenece nada tienen que ver con el rey de la bohemia y la alta madrugada en México sino con bandas clásicas de rock alternativo y progresivo.

Dejando de lado el hallazgo de sobremesa, Bocanada es el trabajo que mejor sirve para explicar la mitología del Gustavo Cerati solista, asumiendo que también existe evidencia incontrovertible que delata una cierta línea continuista con el epílogo experimental de Soda Stereo: Dynamo (1992) y Sueño Stereo (1995).

Lo primero que hay que decir es que Amor Amarillo (1993), el debut de Cerati en solitario, jamás tuvo la ambición de ser la piedra fundacional de una carrera solista sino que fue idealizado como un material que orbitara en torno a Soda Stereo, una banda de culto cuyas fracturas comenzaban a multiplicarse y a volverse irreconciliables; especialmente en ese año del 93, cuando Cerati se bajó de una gira por Latinoamérica tras un concierto privado en una panadería de Ecatepec —¡en una fiesta de XV años!—, para acompañar el embarazo de su mujer, la modelo y artista chilena Cecilia Amenábar.

Dicho esto, Bocanada supuso para Cerati la incursión definitiva al mundo del sampling, con el que abrazó influencias tan eclécticas como Portishead, Massive Attack o Moby y, sobre todo, con el que pudo explorar las posibilidades ilimitadas de la música electrónica, fundiendo el rock con country épico, funk, psicodelia, ritmos latinos, trip-hop, art-pop y soul: “Hasta Amor Amarillo estuve trabajando sin computadora. Pero cuando me compré la Macintosh empecé a investigar, y ya en Sueño Stereo hay muchas programaciones que están hechas dentro de la máquina”. De ahí que se desprendan los sampleos con piezas de The Spencer Davis Group (Tabú), Steve Miller Band (Engaña), Focus (Bocanada) y The Verve (Verbo carne).

Curiosamente, pese a toda la energía volcada en la idea de subversión, en ese mismo disco sobresale Puente, parte del repertorio insignia del Cerati solista y un himno de pop artesanal más directo y, quizá, con mayores pretensiones de posteridad desde su concepción lírica.

El impacto cultural del álbum tampoco se puede entender sin la histórica fotografía y diseño de portada de la artista visual Gaby Herbstein, con el humo en espiral que provocaban los ya legendarios Jockeys suaves largos, una de las “excentricidades” que cimentaron la leyenda del músico.

Ya sea por nostalgia o como mecanismo de supervivencia, que nunca nos falten los motivos para volver a Gustavo y recuperar una de las obras maestras de finales del siglo XX.

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