Naked City Bar
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Naked City Bar

La última canción que pedí en la cabina del Naked City Bar, el 20 de agosto de 2017, fue Ride on, de AC/DC. Aquella madrugada cerraba sus puertas, dolorosamente para mí, un lugar que se convirtió en un icono para los amantes del rock en la zona de Coapa.

Inaugurado el 7 de septiembre de 1988 como Bar Pop (cambió su nombre en 1993), el pasado jueves el Naked hubiera cumplido 35 años, de los cuales fui cliente durante al menos 20. El bar sólo cerraba dos veces al año: 24 y 31 de diciembre. Su mejor noche era la penúltima del año, más concurrida que las del propio aniversario, en la que viejos clientes, algunos radicados fuera de la ciudad, llegaban hasta Acoxpa 550 a “dar el abrazo”. El Naked City fue nuestro Bada Bing (Los Soprano), nuestra Taberna de Moe (Los Simpson), nuestro bar de barrio, como los de Argentina, con un gran arraigo y clientes que con el tiempo formamos algo así como una familia, con peleas, traiciones e infidelidades incluidas.

La primera vez que intenté entrar fue a los17 años con el permiso para conducir que quise hacer pasar como licencia, pero me dieron una patada en las nalgas y terminé bebiendo cerveza en una pizzería de la zona con mis amigos. Al Naked iba cualquier día de la semana, menos viernes y sábado, cuando llegaba al lugar gente desconocida que muchas veces ocasionaba problemas. Comencé a frecuentar el bar en 1996, pero a partir de diciembre del 2000, cuando conocí a Jesús Galindo, el Naked se convirtió en algo así como la sala de mi casa, donde lo mismo festejaba mis cumpleaños (cuando me cedían el control de la música y recibía de regalo una botella de Bacardí), que un ascenso laboral, los aniversarios de Soccermanía o los campeonatos de los Pumas. Ahí terminábamos después de los conciertos en el Circo Volador y el Foro Sol o de regreso de los partidos nocturnos en el Azteca o Ciudad Universitaria. Con Chucho compartíamos el fanatismo por los Raiders de Oakland y bandas como Exodus, Sepultura y Mötley Crüe. Aunque hace una década vive en China, hablamos un par de veces por semana. Es el único amigo que me dejó el bar, en el que a veces coincidía con viejos compañeros de la desaparecida UVM Xochimilco y al que llegué a invitar a los ciclistas con los que rodaba los jueves por la noche; a los gordos de la Horda Dorada o a mis amigos y colegas argentinos, como Natalio Balderrama, Pablo Aro y Rodolfo Palacios, que se quedó sin habla cuando le conté que Christian Castro era sobrino de Don Ramón. Fito me aseguraba que el cantante era hijo del futbolista Miguel Ángel Brindisi, vieja gloria de Boca Juniors y Huracán.

Crea fama…

“En busca de una picante noche de reventón salvaje, qué tal una vueltecita por el Naked City Bar o el nuevo Rockotitlán del sur, cuna del nuevo sonido villa cloaca”, decía un famoso promocional de la estación Radioactivo a mitad de los 90. Quizá por aquello de “picante”, siempre que invitaba a alguien nuevo al Naked, incluido mi papá, la pregunta común era: “¿Dónde están las ‘viejas’?” Pensaban que se trataba de un table dance y no un bar con mesa de billar y máquina de dardos, donde sólo se escuchaba rock y podías amanecerte platicando de música con Mauro Jaime, su único propietario y una auténtica enciclopedia de rock. Por él conocí la vida y obra de Fleetwood Mac, Bruce Sringsteen, T-Rex, Steely Dan o los españoles de Barón Rojo y Loquillo.

Después de su cierre, para convertirse en un lugar de música cubana, nunca regresé a Acoxpa 550 ni a ninguno de los bares de la zona. Prefiero quedarme con el recuerdo de Alex y Mayra jugando dardos; del “Malverde” en la mesa de billar con el “Zovek”, al que le faltaba un brazo; de Rosalinda echando el “palomazo” con alguna de las bandas que tocaban el fin de semana; del Gordo Ricardo, Patiño, el “Cha”, Betsa y Omar Chong, que ya no están en este mundo; de Eleazar “gorreando” eternamente tragos y el “Chato” cantando a Charlie Montana; de Raúl pidiendo, de manera inútil, que le pusieran una canción de Estelita Núñez; de Luis y Fernando cuidando los autos afuera del bar; del “Wash” poniendo las mismas canciones una y otra vez; de los poderosísimos tragos “de la casa” después de pagar la cuenta, que muchas veces me mandaron a dormir.

Las paredes hablan

Los muros del Naked City estaban adornados por las portadas de 40 LP’s cuidadosamente enmarcados. Desde el Darkness on the edge of town, de Springsteen; el Iron fist, de Motörhead; la tapa roja del Simplemente, de El Tri; el Oxygene, de Jean Michel Jarre; el infaltable Highway to hell, de AC/DC, y hasta el En la mira, de una de mis bandas mexicanas favoritas: Ritmo Peligroso.

Hace unos años, me propuse elegir una canción de cada disco para contar la historia de algunos de los personajes más singulares que acudían al bar. Así nacieron, hasta ahora, tres relatos: Night prowler (AC/DC), dedicado a una acosadora que cuando fue corrida del bar, se paraba en el camellón de enfrente para ver quién llegaba al Naked y cruzarse a saludarlo. También escribí El Malo (Barón Rojo), la historia de un amistoso dealer que el día de la graduación de su hija se sentó en mi mesa y con lágrimas en los ojos me confesó que pagó la carrera de su hija vendiendo “perico”. El último cuento terminado fue Iron fist (Motörhead), acerca de un divertido y violento episodio ocurrido en el bar. Los demás quedaron en notas sueltas que algún día terminaré de redactar.

La madrugada del viernes, cuando regresé a casa, destapé una cerveza y brindé por el Naked City Bar… “I’m gonna ride on, ride on, standing on the edge of the road, thumb in the air, one of these days I’m gonna change my evil ways…”

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