¿De qué nos quejamos?
Poder prieto

Actriz, artista multidisciplinaria, defensora de derechos humanos, docente, orgullosa guerrerense. Licenciada en Arte Dramático por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y estudiante de neuroeducación. Con más de 16 años de trayectoria en teatro y cine, integrante de Proyecto 21, cofundadora de Mina/Taller colectivo de artistas plásticos y Poder Prieto. Amante del cine, el baile y los tacos.

¿De qué nos quejamos?
Foto: Ron Lach/PEXELS

Hace unas semanas los sindicatos de escritores y actores de Estados Unidos se posicionaron en defensa de sus derechos laborales, ya que las condiciones en las que trabajan vulneran garantías básicas para nuestro gremio como los derechos de autor, de imagen, regalías, etc.

Toda esta situación, atravesada por una experiencia personal, me llevó a pensar como artista (actriz, productora y docente porque sí, dar clases es todo un arte, sobre todo con los salarios que ofertan), retomo, esto me llevó a pensar en las condiciones laborales en las que trabajamos en el cotidiano los artistas mexicanos. Recordando mi experiencia que podemos decir, sucedió ayer y que quizá muchxs otrxs colegas se identificarán porque seguramente a más de uno le ha pasado.

Bueno, resulta que me invitaron a colaborar en un proyecto artístico, en el que se supone todas las personas involucradas son profesionales y en donde todos los acuerdos fueron de palabra, sabiendo que esa seguridad de palabra suele ser suficiente. Meses después, por azares del destino (ja) el proyecto se termina, en este caso para mí. En otras palabras: me corrieron. Aunque el verdadero problema es que el pago por mis servicios nunca llegó. Por lo que ya se imaginarán el gran problema que eso conlleva para una persona que vive al día con su dinero.

Muchos cuestionamientos vinieron a mi cabeza, desde si hice mal mi trabajo hasta ¿Qué estuvo mal en este proceso? La respuesta ya parece obvia: ¡Todo! Para empezar, no existió un contrato que diera certeza a ambas partes y de aquí se deriva toda una cascada de situaciones irregulares, indeseadas y a pesar de todo persisten en una realidad marcada por una difuminada línea entre la legalidad y la costumbre:

  • No existió seguro médico
  • Ni pensar en otras prestaciones sociales
  • No había un horario laboral específico, porque debemos estar disponibles cuando se necesite
  • No existen derechos de autor sobre los productos o diseños realizados durante el desarrollo del proyecto
  • No había tareas específicas porque ya saben, hay que ir resolviendo sobre la marcha
  • Y lo más importante, al menos por lo que implica para la subsistencia a corto plazo, no hubo acuerdo previo sobre el monto a recibir por los servicios prestados y que al final terminan pareciendo regalados. Carita triste

Pero eso no es todo, porque cuando suceden estas cosas se termina con la moral por los suelos. Porque encima te hacen mobbing (acoso laboral sistemático) prácticas que parecen tan naturales que nadie lo nota o simplemente se aceptan porque todos los trabajos son así y si llegas a quejarte o pedir (que no exigir) un pago por tu trabajo o que se respeten tus derechos básicos, entonces resulta que no eres profesional, que eres esa clase de “gente”, que no sabes trabajar, que eres una persona problemática… por decir lo menos.

Esto es en el caso de que trabajes con “amigos” o conocidos y con “poco presupuesto”. Pero, ¿qué sucede si el trabajo es a través de un sindicato de artistas? Relativamente se respetan los puntos antes mencionados, porque si lees las letras chiquitas del contrato (de las famosas plataformas) tus derechos de imagen,  en el caso de las actrices o actores, pueden ser explotadas sin que uno reciba un sólo peso, o que te paguen menos por no saber negociar o por ser una persona poco conocida aunque tengas años trabajando en el medio, también puede suceder que la producción por ahorrarse unos pesos ponga en peligro tu vida como lamentablemente ha sucedido con varios compañeros que han muerto en traslados o haciendo escenas de alto riesgo sin medidas de protección porque en México se tiene que resolver, ya y rápido sin importar qué o quiénes.

Pero, ¿qué hacer en estos casos cuándo no existe un contrato, cuando te discriminan o violan alguno de tus derechos laborales? Yo me di a la tarea de buscar instancias que protejan al trabajador para exigir, ahora sí, el respeto a mis derechos. Lo que me llevó a iniciar un recorrido que a veces parece un calvario, pero que es necesario si queremos combatir estas prácticas discriminatorias, a veces clasistas y muchas veces racistas, que termina vulnerando nuestros derechos y que terminan afectando la valiosa aportación social de quienes nos dedicamos a las disciplinas artísticas. 

Próximamente, parte 2.

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