Dar por sentado el trabajo del hogar

Es licenciada en Periodismo por la Escuela Carlos Septién García y maestra en Periodismo sobre Políticas Públicas por el CIDE. Es supervisora de contenidos del IMCO. Fue community manager en Deloitte y coordinadora de Estrategia Digital en México, ¿cómo vamos?

X: @KarlaRuAr @imco_mx

Dar por sentado el trabajo del hogar
Foto por Sáshenka Gutiérrez para EFE.

Es poco el tiempo que las labores del hogar y de cuidados no remuneradas han sido consideradas como actividades que sostienen el desarrollo económico del país. En México, apenas en 2003 comenzamos a cuantificarlas, a ponerle un valor para visibilizar su importancia y magnitud.

7.2 billones de pesos generados en un año es una cifra inimaginable para la mayoría. Pero eso es lo que valdrían las labores no remuneradas en el país si les asignara un valor económico. En la realidad, hay mucho detrás de ese número: la cotidianeidad de millones de personas, en su mayoría mujeres, cuyos esfuerzos damos por sentado, pero que tienen un costo real.

El dato es contundente: ellas aportan 2.6 veces más valor económico por el trabajo no remunerado que realizan que los hombres. ¿Agotador, no? Y el costo de oportunidad es altísimo en muchos ámbitos de sus vidas. Al tener que “dividirse” en mil partes y asumir dobles, triples o cuádruples jornadas, dejan a un lado mecanismos para mejorar su calidad de vida. Por ejemplo, el manejo de su dinero en el sistema financiero formal.

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Dado que muchas de ellas no tienen ingresos estables o comprobables, es más difícil que tengan una cuenta de captación -que les permita generar intereses- o de ahorro para el retiro. En otras palabras, es menos probable que las mujeres que se dedican al trabajo no remunerado aprovechen la oportunidad de crecer su patrimonio y de planear para su vejez, por mencionar algunos de los beneficios que ofrece el sistema financiero.

Las diferencias en la inclusión financiera de aquellas mujeres con un trabajo formal y aquellas que se dedican al hogar como actividad principal son evidentes: 88% del primer grupo tiene una cuenta de banco, mientras que solo 28% del segundo cuenta con una, una diferencia de 60 puntos porcentuales (pp). En el crédito la diferencia es de 30 pp, en los seguros de 30 pp, y si se agrupan todos los productos financieros formales, asciende a 50 pp.

La solución para cerrar las brechas de género en la inclusión financiera parecería sencilla: incorporar a más mujeres a empleos formales. ¡Eureka!

Pero, una vez más, los empleadores formales dan por sentado que habrá alguien más para realizar estas labores mientras ellas dedican 8 horas de su día a estar detrás de un escritorio. Son pocos los que ofrecen flexibilidad de horarios o esquemas híbridos para que puedan cumplirlas, no solo para las mujeres sino para toda su plantilla laboral. Mucho menos salarios lo suficientemente competitivos como para delegarlas.

Hoy por hoy, parecería que un trabajo formal es un privilegio para las mujeres. Que abrir una cuenta de banco, pedir un crédito, ahorrar para el retiro o asegurar su patrimonio es cuestión de voluntad. Y aunque hoy ya se reconozca el valor económico de las tareas que realizan, aún hay un largo camino por recorrer para redistribuir y reducir la carga que asumen. Y dejar de darla por sentado.

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