Encuentros con un presidente
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Encuentros con un presidente
Foto: Facebook / Felipe Calderón Hinojosa

La primera vez que vi de cerca a un presidente de México fue por allá de 1985, en el estadio Jesús “Palillo” Martínez, de la Ciudad Deportiva. En uno de esos encuentros ridículos que programaba la SEP con “alumnos distinguidos” de escuelas oficiales –por supuesto yo no era uno de ellos-, al grupo de mi hermano Iván lo llevaron a presentar una “tabla gimnástica” enfrente de Miguel de la Madrid y su señora esposa, doña Paloma Cordero. Desde una grada del “Palillo” vi como don Micky se bajó de un Grand Marquis azul marino y pasaba escoltado por los integrantes del Estado Mayor Presidencial hasta el estrado.

A Carlos Salinas nunca lo vi de cerca, pese a que fue profesor del ITAM. Pero uno de sus hijos, Carlos Emiliano, fue mi compañero en clase de derecho y a Cecilia me la encontraba cuando salía de su clase de Política Comparada, con Denise Dresser, y yo esperaba para entrar a Opinión Pública, con Jeff Weldon. Eran los meses en que Radio Pasillo decía que Cecilia era novia del “Burro” Van Rankin y que cerraban la biblioteca Bailleres para los encuentros furtivos de la hija del presidente con el conductor de “El Calabozo”. Yo nunca vi nada.

Al sucesor de Salinas, Ernesto Zedillo Ponce de León, lo vi a pocos metros de distancia en la residencia oficial de Los Pinos cuando fui, como invitado, a la toma de protesta de la nueva mesa directiva del Colegio Nacional de Ciencia Política. Alguno de mis compañeros de la carrera era cercano a Mauricio Merino, el nuevo jerarca de los politólogos y “comprometió” nuestra asistencia al acto.

Aquella noche cenaba en casa cuando sonó el teléfono: “¿Eras tú el que estaba en Los Pinos hoy en la tarde?”. Del otro lado de la línea estaba la voz asombradísima de Víctor Sol, un excompañero de la prepa al que había dejado de ver en mis años salvajes de heavy metal. “El Pastel” no podía creer que aquel sujeto trajeado y de cabello corto que salió en una toma de televisión fuera aquel greñudo irreverente de la UVM-Xochimilco. A Los Pinos regresé, ya como reportero, cuando Zedillo abanderó a la selección mexicana de futbol que participaría en el Mundial de Francia 98.

Mi siguiente encuentro con un primer mandatario, o que posteriormente lo sería, fue en julio de 1996, cuando Vicente Fox, entonces gobernador de Guanajuato, accedió a tomarse una foto con los alumnos del Taller de Redacción Periodística del periódico Reforma.

Esperábamos al dueño de Reforma, Alejandro Junco, cuando el futuro “presidente con botas” atravesó el patio central del edificio del diario. A mí, que había visto a Fox en un par de eventos partidistas, se me hizo fácil gritarle: “¡Vicente, una foto!”. Y Fox accedió. Estuve a punto de terminar con mi incipiente carrera como periodista. El enojo de las instructoras del taller no se hizo esperar. Me regañaron por mi falta de respeto hacia el licenciado Junco y mi falta de profesionalismo como reportero, aunque todavía no lo era.

Mi ‘amigo’ Calderón

A Felipe Calderón lo vi por primera vez en la primavera del 93, en el ITAM. Era mi primer semestre en el instituto y entré a una conferencia de nosequé. Alguien en la mesa emitió alguna crítica hacia Acción Nacional y en la sesión de preguntas Calderón replicó. Después de la conferencia salí del instituto y fui a comer una torta con “Don Chucho”. Me encontré nuevamente con Calderón. Recuerdo que entre tortas de lomo y un Boing le comenté que me había gustado su comentario, a lo que sólo me contestó: “¿Eres panista?”

Un año más tarde, cuando Calderón ya era secretario general del CEN panista, lo volví a encontrar en el ITAM. Fue en mayo del 94, el día en que Diego Fernández de Cevallos fue al instituto como candidato a la presidencia. Entraba al estacionamiento de alumnos y delante de mí vi un Cavalier color vino con una calcomanía de la campaña de Diego. Como no había lugar nos estacionamos juntos y ahí me di cuenta que el conductor de aquel auto era Calderón. Me presenté, lo saludé y le dije que quería incorporarme a la campaña. Me dio una tarjeta personal para que lo llamara. Días después marqué a su oficina y su secretaria me dio el teléfono del comité distrital que me correspondía.

Meses después de la campaña y cuando ya era “miembro adherente” del PAN, concerté una cita con Calderón. Unos amigos y yo queríamos presentarle una propuesta para formar un órgano alterno a Acción Juvenil, esa cofradía de boy scouts católicos que tenía secuestradas todas las actividades juveniles del partido. El encuentro fue cordial. Calderón no nos dio mucha bola, pero nos platicó muchas anécdotas. No recuerdo bien en qué momento la dijo pero, por obvias razones, tengo muy presente una frase que nos dijo aquella mañana: “Desconfía de todo panista que no beba alcohol”.

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La siguiente vez que vi a Calderón fue en el Salón México un miércoles por la noche, durante un evento de la representación de Ciencia Política del ITAM. Le había platicado a una compañera el encuentro con Calderón en el CEN. No me queda duda de que no creyó ni una de mis palabras, por eso aquella noche se acercó a mí y me dijo burlonamente: “¿Ya viste quién llegó? Tu amigo Calderón”. Su comentario me molestó y le respondí: “Ven, si quieres te lo presento”. Caminamos hacia donde estaba el entonces secretario general del PAN y luego de un “buenas noches, licenciado”, él volteó a saludarnos: “¿Cómo estás, Roberto?” No recuerdo qué cara puso mi compañera, pero sí que Felipe nos presentó a Margarita Zavala, su esposa, y que platicamos unos minutos en medio de la pista de baile.

Poco menos de un año más tarde, en marzo de 1996, vi a Calderón por última vez. Fue en el hotel Camino Real de la Ciudad de México, minutos después de haber sido electo presidente nacional del PAN. Felipe derrotó en la contienda a Ernesto Ruffo y entre los vítores para ambos contendientes, un sonriente Calderón salió del salón repartiendo abrazos. En algún momento del trayecto pasó junto a mí y lo felicité. Me dio la mano y me dijo: “Gracias, Roberto”. Todavía hoy me parece extraño que haya recordado mi nombre. Como Presidente de México, nunca lo vi.

A Enrique Peña Nieto no lo conocí ni de cerca y a López Obrador sólo lo vi de lejos en algún par de mítines o en su inolvidable cierre de campaña en 2006. Aún me quedan unos meses para acreditarme e ir a una mañanera.

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