Marcha (te) ya…
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Marcha (te) ya…
No podemos permitir que las tragedias se traspapelen, que una atropelle a la otra y se apilen como cuerpos en fosas clandestinas enterrando la indignación colectiva. Foto: Laura ArPar/Wikimedia Commons - Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International

Nunca he cantado el himno nacional fuera de territorio mexicano, en un Mundial de futbol o en unos Juegos Olímpicos, por ejemplo, pero dicen los que lo han hecho que la experiencia es impresionante. Cantarlo en el zócalo, junto a más de 100 mil personas, es indescriptible. El 16 de julio de 1988, 10 días después de las elecciones federales que convirtieron en presidente a Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Rosario Ibarra de Piedra y Manuel Clouthier, reunieron a decenas de miles de simpatizantes en el zócalo de la Ciudad de México y sus calles aledañas. Fue la primera marcha a la que asistí en mi vida y, sin duda, la más impresionante, por la multitud que llegó al zócalo y porque estaba por cumplir apenas 17 años. Aunque no voté aquel año, el recuerdo de la campaña de “Maquío” despertó en mí un interés en la política que no se fue nunca más. Aunque quizá, como me han dicho algunos amigos, mi despertar político tendría que haber sido con Cuauhtémoc Cárdenas. Pero esa es otra historia de la que ya platicaré por acá.

Durante los siguientes 25 años participé en diversos procesos electorales como observador, representante de partido, representante general y como candidato a diputado local suplente. Asistí a decenas de asambleas, mítines y a tres cierres de campaña multitudinarios en el zócalo, dos acompañando al actual presidente de México por el que, aclaro, no voté en 2018. Todo eso volvió a mi mente esta semana, cuando me acredité para la concentración en la que ya estoy mientras tú lees esto. Sí, otra vez en el zócalo, la emblemática plaza a la que llegué también en al menos media docena de marchas del 2 de octubre, a las que a mi papá no le gustaba que asistiera.

Después de la de julio de 1988, nunca vi una concentración de gente más grande en el zócalo hasta el cierre de campaña de Andrés Manuel López Obrador, en 2006. Aquella tarde dejé mi auto en un supermercado de la colonia Nativitas y desde ahí caminé con un amigo y su esposa al centro. No recuerdo el contenido de los discursos, pero sí la mirada de esperanza de cientos de personas que creían ciegamente en las palabras de aquel candidato. Por la noche, al hablar por teléfono con Adriana, le platiqué que me había conmovido tal concentración de gente y que a punto estuvieron de salírseme las lágrimas: “Pues sí, esa es gente real, no pinches ‘rojillos’ de Zara y Camper que quieren arreglar el mundo mientras hablan de los libros que leyeron en el ITAM y toman cerveza en Coyoacán”, respondió.

No te pierdas: La banda sonora de mi vida

Greenpeace, antiguerra y de ciclistas

A pesar de la devoción que le tuve a Pumas durante gran parte de mi vida, nunca fui a uno de esos “banderazos” que hacía la Rebel antes de los partidos contra el América, pero sí he participado en otro tipo de manifestaciones, como aquella protesta de Greenpeace contra las pruebas atómicas de Francia en el atolón de Mururoa, en 1996; la marcha del primer aniversario de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, en 2015, cuando a la “Caraja” y a mí nos iban a asaltar en un puente, o varias concentraciones tras la desafortunada muerte de algún ciclista en las calles de la Ciudad de México.

Inolvidable fue también aquella “cadena humana” entre las embajadas de Estados Unidos e Irak, el 16 de enero de 1991, para pedirle a George Bush que no bombardeara Bagdad un día después, en represalia por la invasión de las tropas de Sadam Husein a Kuwait meses antes. Junto a cientos de jóvenes, casi todos lo éramos, terminamos cantando “Imagine” a los pies de la columna del Ángel. Aquella noche, sin un peso en la bolsa, recorrí los últimos metros de regreso a casa trepado en una “barredora” del gobierno capitalino.

No te pierdas: Notas desde la friendzone

También he participado en bloqueos. Dos, para ser exacto, en la esquina de mi casa. El primero fue hace más de 30 años, para exigir un semáforo en Canal de Miramontes después de la muerte por atropellamiento de una vecina. Mi papá y un numeroso grupo de vecinos no nos quitamos de la avenida hasta que la diputada Silvia Pinal se comprometió a poner el semáforo, que tres días después ya funcionaba. El año pasado, volvimos a tomar la calle para exigir la reparación de uno de los pozos que abastece de agua a la colonia Avante.

Trabajé casi 23 años como periodista deportivo y la cobertura de otro tipo de eventos, a los que muchos de mis colegas están acostumbrados, es algo nuevo para mí. Por eso, más allá de simpatías políticas, estoy emocionado. En los próximos meses acudiré a muchas concentraciones y marchas. Ya les contaré.

Síguenos en

Google News
Flipboard