Notas desde la friendzone
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Notas desde la <i>friendzone</i>
Foto: Roberto Vargas

Después de pasearme por la cara a tres novios sangrones, uno de ellos extranjero, una noche, al salir de una fiesta, Nina soltó la pregunta que terminó con nuestra amistad: “¿crees que si nos damos un beso algo cambiaría?” No supe qué responder y aceleré el auto para llegar a su casa sin decir palabra alguna. Semanas después le escribí un correo de madrugada. Le dije que siempre había estado enamorado de ella y me dio miedo besarla. No me respondió y sólo la volví a ver una vez, cuando fue a recoger una bicicleta que había dejado en casa de mis papás. De eso ya pasaron casi 27 años.

Aunque ya tenía 23 o 24, nunca había tenido novia y mis pocas salidas habían sido un desastre. Prefería encerrarme a escuchar heavy metal, leer o echar caguamas en el auto, cuando todos mis amigos ya habían comenzado noviazgos. Por eso cuando la señorita Walker (un año más grande que yo) apareció en mi vida, me confundió aún más. Ella salía de un matrimonio tormentoso y no sabía si quería estar conmigo o con el golpeador, con el que finalmente regresó. Cuando me dijo una mañana: “tú vas a ser mi recreo de todos los viernes”, me sentí muy afortunado, aunque un día que la vi con él fui sumamente infeliz. El numerito se prolongó durante varios años, mientras ella preparaba su matrimonio con un gringuete que conoció en el trabajo y se la pasó presentándome a cuanta chica se le ocurría: compañeras de trabajo, amigas de la infancia y hasta a la esposa insatisfecha de un amigo de su ex, aunque después termináramos encerrados en un cuarto de hotel. ¿En la friendzone se vale “echar brinco”?

No suelo mantener contacto con mis ex, aunque con un par me mensajeo de vez en cuando. ¿El término friendzone aplica cuando te vuelves amigo de alguna de tus exparejas? ¿Cuántos tipos de friendzoneo existe? ¿Es más cruel mandar a alguien a la friendzone o hacerle el tan temido ghosting?

No sé por qué te quiero

Una mañana, mientras revisaba mis libretas en busca de un tema para redactar esta columna, me encontré en Twitter la publicación de un excompañero de trabajo: “estoy en el MP (porque me chocaron y se dieron a la fuga) y una chava habla por teléfono y dice: ‘Yo a él lo quiero mucho, pero tú me sirves mucho más, tú me das más, así que prefiero quedarme contigo que con él’”. ¡Me sonó tan conocido!

Alguna vez, luego de andar en bicicleta en CU, Nina me dijo que tenía ganas de un sándwich. Pero de un sándwich frío, sencillo, como los de un día de campo. Fuimos al Superama que estaba en la entrada de Ciudad Universitaria y compré pan, jamón, crema y queso, jugos y un mantel de papel e hicimos nuestro pícnic en uno de los jardines del Instituto de Investigaciones Jurídicas. Aquella mañana nos reímos mucho. Recuerdo el brillo de sus ojotes verdes cuando me dijo: “Alejandro nunca hubiera hecho esto por mí, en su casa siempre comen con servilletas de tela”. Claramente prefirió a donservilletasdetela que a mí, hasta aquella pregunta que mandó al carajo todo.

Hace tiempo salí con alguien (casi de mi edad) que después de algunos besos, abrazos y apapachos, me dijo que mejor fuéramos amigos para conocernos mejor. O sea, a mis cincuentaytantos años me mandó a la friendzone mientras ella encontraba a su “bateador emergente”. ¡Berrinchitos a mí! Por supuesto yo también he estado del otro lado y me he sentido completamente miserable, pero… ¡El que esté libre de haber friendzoneado, que reciba el primer desprecio!

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