Indecisos a la deriva
De Realidades y Percepciones

Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.

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Indecisos a la deriva
Foto: Maryna Kazmirova/Unsplash

En el río de gritos de las campañas electorales y de la conversación pública no corre ya la mesura. Con facilidad desenfundamos veredictos sin tener las dos versiones y los hechos en la mano. Nos aturden los anuncios, nos satura la propaganda y nos enganchan en una batalla campal donde los extremos se fortalecen y los indecisos quedan a la deriva. 

Solo nos basta saber quién lo dijo para tener la respuesta sin importar el fondo. A eso hemos reducido el debate público. Dos polos en constante enfrentamiento y un electorado buscando huir del fuego cruzado.

¿Acaso debemos criticar la guerra contra el narco de Calderón, pero avalar la militarización de López Obrador?

¿Debe Epigmenio Ibarra pasar la lista de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, pero ignorar la muerte de un estudiante a manos de un agente de la policía de Guerrero solamente porque hoy es un estado gobernado por Morena? 

¿Es preciso jerarquizar la tragedia de la guardería ABC frente a lo sucedido en la Línea 12 del metro o la negligencia en la caída del Colegio Rébsamen? 

¿Es indispensable ponderar la corrupción de Lozoya frente a la de Pío López Obrador o a la de los amigos cercanos a la familia presidencial? 

¿Por qué vendemos tan barato nuestro silencio para salvarle la carrera política a quienes lucran con el electorado y persiguen fuero más que justicia?

Vivimos tiempos donde nuestro criterio agoniza, donde las ideas propias sobreviven malheridas y aquel que alza la voz por la mesura queda expuesto a la jauría del cobarde anonimato.

Hemos cedido la reflexión por el resentimiento, el análisis por el impulso, la templanza por el acto reflejo de la revancha y la investigación por la provocación. 

Defendemos lo indefendible o embestimos a ciegas para salvarle el pellejo a innombrables de la clase política. Atacamos porque así lo muestran las tendencias y callamos el acierto del otro cuando no nos conviene. 

Hemos optado por ganar las sobremesas a toda costa y abrirle los ojos a quienes piensan distinto con golpes en la cara. Hemos tomado el camino de convencer al indeciso con embates descalificatorios y nos hemos convencido de creer que con esta estrategia estamos ganando, cuando en verdad estamos perdiendo.

Y es que a pesar de que no existe la objetividad absoluta, nos queda el intento de alejarnos de la subjetividad para ponernos en el contexto de los hechos antes de emitir sentencias. Ser empáticos con las razones de quienes opinan distinto, buscar un acercamiento más limpio a nuestros propios juicios, dejar caer el velo de las consignas para transparentar la crítica y entablar mejores debates con aquellos que navegan indecisos.

Porque es en ellos, en quienes todavía dudan el sentido de su voto, donde recae la esperanza de un cambio de timón. Porque mientras respondamos con enojo, etiquetando, nublados por opiniones incendiarias y replicando agendas ajenas; la demagogia y los extremos irracionales seguirán creciendo.

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