Vitaminas azulgranas
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Vitaminas azulgranas
La única camiseta de un equipo del futbol mexicano que vestiría ahora sería la del Atlante, institución que el jueves 18 de abril cumplió 108 años de vida. Arte: Roberto Vargas

Desde que dejé de seguir el día a día del Club Universidad, el 9 de diciembre de 2018, lo que pase en la Liga MX me interesa poco y nada. En realidad, ya no me siento a ver un partido de futbol. Eso sí, leo artículos, revistas y libros que me parecen interesantes.

Hace un par de semanas el Athletic Club ganó su vigésimo quinta Copa del Rey. Me emocioné, lo celebré y me puse la camiseta del Bilbao, como muchos lo conocen por acá, pero no vi el partido. La única camiseta de un equipo del futbol mexicano que vestiría ahora sería la del Atlante, institución que el jueves 18 de abril cumplió 108 años de vida.

Al “Equipo del Pueblo” le tengo un gran afecto y son varios los lazos que me unen a él. Dicen que mi abuelo Roberto era seguidor de los Potros y hace un par de años me enteré que mi tío abuelo, Marcos Olaya, fue jugador de la “Juvenil Especial” del cuadro azulgrana en 1950. Su hijo Víctor conservó el amor por los colores.

A finales de los 70, cuando mis hermanos y yo íbamos a la natación en la Unidad Independencia, era frecuente cruzarnos en el deportivo con los jugadores del Atlante. Eran los años del polaco Lato, Vázquez Ayala, el “Ratón” Ayala, el “Actor” Anguiano, el “Richard” La Volpe y el hombre con el mejor apodo en la historia del futbol mexicano, Alejandro “Bonavena” Ramírez. Una década más tarde, cuando el equipo se fue a la Segunda División, no fueron pocas las noches que acompañé a mi amigo Jorge Magaña a ver a los ex “prietitos” al estadio de la Ciudad de los Deportes.

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En Torres de Mixcoac, nuestro vecino era Ernesto Cisneros, técnico atlantista por aquellos años, y en Rinconada Coapa, Manolo Almazán tenía como vecinos al “Clan La Volpe” y a Luis Carlos Bongiovanni, el “profe” del equipo campeón en la temporada 1992-93.

Mi primer partido como reportero fue un Atlante-León y cuando alguno de mis compañeros descansaba, me mandaban a cubrir los entrenamientos de los Potros al Seminario Menor, en Coapa. Ahí conocí a mi amigo Israel Hernández, con quien compartí incontables horas de futbol viendo al Atlante, el equipo con el que soñaba jugar en Primera División. Cuando él trabajaba con el ingeniero Lamadrid en “Dos en el área”, me regalaba boletos para los partidos del Atlante, a los que iba con mi viejo los viernes por la noche. Cuando Ángel Cappa llegó a dirigir al cuadro azulgrana, Israel y yo lo íbamos a buscar al hotel en el que vivía para platicar con él. Fueron horas en las que aprendí a ver el futbol de una manera diferente, más desde lo táctico. Con el “Potro” Israel también íbamos al Estadio Azteca. En un irrelevante partido contra el Toluca en el que nos la pasamos molestando a Hernán Cristante con cantos de estadio argentino, me presentó al “Vitaminas”. Esta es su historia.

Vitaminas para el potro

El “Vitaminas” era un viejo futbolero, porrista del Atlante y eterno inconforme con su equipo. No tenía nombre, pero podría haberse llamado Daniel.

De su cuello colgaba una credencial del INSEN con sus datos, que a golpe de vista resultaban ilegibles. Hace dos años decía que tenía 98, que vivía de las vitaminas (de ahí su sobrenombre); aseguraba tener dos hijos que decían no conocerlo y le pegaban cuando lo veían, incluso mostraba las huellas de los golpes. Dormía donde lo agarraba la noche.

Vestía un sucio saco gris, pantalones negros, una sudadera Adidas gris y tenis blancos del mismo color y marca. La indumentaria deportiva se la regaló Gustavo Cañete. El paraguayo fue defensa del Atlante hace dos años. Era lento y torpe con el balón en los pies, pero demostró tener un gran corazón.

Dentro y fuera del estadio, el “Vitaminas” sólo platicaba de futbol. Y de alguna manera trataba de vivir del mismo, revendiendo los boletos que le regalaban los jugadores. Las anécdotas que contaba eran divertidísimas. No se le escapaba nadie, ni jugadores ni directivos o técnicos.

Hace tiempo que no se le ve en las tribunas cuando juega el Atlante. Sus amigos y algunos curiosos lo han buscado antes de los partidos, pero no se le ha visto por ningún lado.

Afuera del Azteca nadie sabe de él. Los “puesteros” no lo han visto y tampoco los azulgranas más humildes, esos que piden “10 ‘varos’ para ver al Potro”.

Los nuevos aficionados no se acuerdan de él y los reporteros que cubren la fuente no lo conocen. “¿Quién es ese?”, responden cuando se les pregunta sobre el paradero del viejo animador azulgrana.

Atlante recuperó su viejo escenario de Insurgentes, pero cambió su sede de entrenamiento, su filosofía y su futbol. El equipo azulgrana perdió gracia, aunque sus aficionados lo nieguen.

El “Vitaminas” explicaba el alejamiento de la gente, que ahora ya no quiere ni regalados los boletos para ver a los Potros: “Este equipo ya no es luchón como el de antes”, añoraba el “Vitaminas”, al recordar al cuadro que en los 50 se ganó el sobrenombre de los “prietitos” y años más tarde el de “El Equipo del Pueblo”. Ahora, con las rubias melenas al viento de Manuel Sol, Carlos Casartelli o Germán Arangio, podrían ser llamados los “oxigenados”.

El cuadro azulgrana dejó de entrenar en Acoxpa y se trasladó al Centro Pegaso, ese complejo futbolístico de primer mundo que está cerca del Colegio Militar y al que con dificultad llegan los reporteros que no tienen auto.

El legendario liderazgo del General Núñez no existe más. El hombre fuerte de los Potros se llama ahora Alejandro Burillo. Su segundo apellido es Azcárraga, por si algo sirve el dato para probar su linaje, y es dueño, entre otras cosas, del lugar donde entrena el Atlante.

El “Vitaminas” no conoció Pegaso, desapareció antes de la mudanza pero, con seguridad, el viejo porrista no se hubiera podido trasladar hasta allá a saludar a sus jugadores.

Atlante tiene problemas de descenso y el “Vitaminas” no aparece por ningún lado. Quizá ya murió y se convirtió en un ángel. Los Potros necesitan de su aliento.

(Diario Metro: marzo 17, 2001)

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