Carta a los danzoneros: hay que salir de la burbuja
Contextos

Reportero egresado de la UNAM, formó parte de los equipos de Forbes México y La-Lista. Con experiencia en cobertura de derechos humanos, cultura y perspectiva de género. Actualmente está al frente de la Revista Danzoneros. X: @arturoordaz_

Carta a los danzoneros: hay que salir de la burbuja
Hay que salir de la burbuja y conquistar nuevos terrenos, no sólo para que el danzón deje de depender de un mismo público que no siempre estará sino para que se convierta en algo más grande de lo que ya es. Foto: Arturo Ordaz

Soy un foráneo del danzón, el gusto por este ritmo musical no fue una herencia familiar, como es el caso de muchos otros. En mi casa no se escucharon los clásicos de Acerina ni de Carlos Campos. Por el contrario, la música tropical tuvo una casi nula participación en el estéreo familiar, ya que siempre imperaron los Bee Gees, Franck Pourcel, Donna Summer y otros clásicos de los 70. En una que otra fiesta sonaban las sonoras Matancera y Santanera, pero muy rara vez.

La música tropical fue mi punk durante mi adolescencia, Dios sabrá de dónde saqué esa fascinación, con el tiempo me hice la oveja tropical de la familia. Primero conocí la cumbia, después la salsa y hasta el último el danzón. Este género afroantillano lo encontré una tarde por la Ciudadela, me enamoró el ritual que hacían las parejas al bailarlo, así como la elegancia con que se conducían. Tardé varios años en armarme de valor para ir a tomar clases y aprender ese baile tan cautivador. Se puede decir que mi vida tuvo un antes y un después de conocer el danzón.

Conforme hice mis primeros pasos, me di cuenta que había toda una comunidad entorno al danzón: bailes sociales, congresos, presentaciones, varios grupos musicales, venta de vestuario, etc. Para mí fue como encontrar un microcosmos que pasaba desapercibido, un mundo independiente que vive de manera paralela al que todos conocen. Hasta que llegué a este mini universo encontré personas con el mismo nivel de pasión o mucho mayor por este ritmo afroantillano.

Para muchos el danzón significa una tradición, un linaje que les dejaron sus abuelos o sus padres. Para otros los remonta un sentimiento de nostalgia porque les recuerda a alguien que no está, pero también tiene un significado. En mi caso fue algo nuevo, un ente que yo descubrí por mérito propio, y aunque este ritmo no fue mi herencia, si tuve la oportunidad de vivir una vida sin danzón, por lo tanto, tener una perspectiva diferente a los que nacieron con este ritmo.

Cuando me convertí en danzonero me di cuenta que vivía en dos mundos paralelos, uno con danzón y otro sin él. Cuando les platicaba a mis amigos de la preparatoria sobre este ritmo ni siquiera lo conocían, había quien en su vida habían oído esa palabra. Para otros conocidos de diferentes edades lo asimilaban con la Sonora Santanera o algunos boleros tropicales. Poco a poco me di cuenta que el grueso de la población no tenía ni idea de la existencia de que había una comunidad en resistencia por mantener un ritmo musical de antaño.

Y no se trata de una falta de cultura de los demás, simplemente tenían historias de vida que no los relacionaban con la música tropical. En su mayoría, mi círculo ajeno al danzón se vía relacionado con el rock, el reguetón y la música en inglés. Muchos de ellos, y de la gente que me conoce, se dieron cuenta de la existencia de la comunidad danzonera por mí, lo cual me hace sentir muy orgulloso de manera personal.

El danzón es un ritmo maravilloso, que te envuelve cada célula de tu cuerpo y tiene impactos muy positivos en la salud, pero el ambiente que impera en su comunidad es muy complicado: existen los egos, la envidia, los celos y muchas otras acciones que son normales en las comunidades humanas. Sin embargo, me di cuenta que esta comunidad está tan enfrascada en sí que pareciera que no está consciente de la existencia de un mundo que es ajena a ella, que no sabe que existe o si quiera le importa.

He platicado con decenas de músicos y bailarines, y la constante es la misma: ellos son los chingones y los demás son unos pendejos. Todos creen tener la verdad absoluta, mientras que los demás sólo están celosos de su trabajo. Muchos integrantes de la comunidad están muy preocupados por el reconocimiento de ese microcosmos, para saber quién es el mejor instructor de baile, el bailarín que tiene más gracia y precisión, así como el músico o danzonera con mejor archivo y calidad musical. La lucha interna en esta brava que no sólo es desgastante, también limita el impacto que puede tener este ritmo más allá de la misma comunidad.

Como en cualquier congregación humana es natural que haya opiniones divididas o desacuerdos, pero eso no debería de ser un impedimento para que todos trabajemos juntos en favor de un sólo objetivo: que el danzón lo conozca el mundo entero. Este género musical es tan noble y fascinante que puede conquistar muchos corazones, pero está frenado por la pelea de egos y de conocimientos.

Esta carta es una invitación a trabajar unidos con un sólo objetivo: que le danzón llegue más lejos y rompa esa burbuja. No tenemos que ser amigos ni sentirnos una familia para lograr un mismo punto. Tal vez si cada quien dejara de luchar por su cuenta y uniera esas fuerzas, el resultado sería diferente.

Admiro a quienes, desde su trinchera, tratan de hacer este cambio: quienes se preocupan por reclutar más alumnos de baile y enseñarles lo mágico que es el danzón, también por quienes tratan de hacer música nueva que le sea de interés a las nuevas generaciones. Hay muchos que están tratando de hacer un gran esfuerzo, pero todo eso se ve mermado por lo que parece un autosabotaje.

El danzón tiene años en crisis, unas décadas han sido más brutales que otras, pero siempre en pie de lucha. Los organizadores de eventos contratan a las mismas danzoneras porque las que aseguran un buen boletaje, hay otros que apuestan por conseguir recursos públicos para costear todo un festival. La pasión de los bailarines es tan grande que casi siempre son los mismos los que aparecen en todas las presentaciones alrededor de toda la república.

En el gremio de los músicos hay una realidad muy parecida, la paga es demasiada baja y muy alto el nivel que se exige. Aunque hay quienes optan por sacar una nueva propuesta musical, pero es difícil su impulso porque el público ya está casado con lo clásico. Hay quienes dicen que hay una crisis de artistas en este gremio: no hay quien quiera tocar partituras con tal dificultad, lo haga bien y con tan poca paga.

Lo anterior lo resumo en una premisa básica de los negocios: hay mucha oferta y poca demanda. Cuando hay demasiados productos y poca gente que lo consuma el precio tiene a disminuir, esto da como resultado una guerra para ganarse al cliente. Teniendo ese precedente, no queda más que ampliar la base de consumidores, estimular la demanda para que el danzón se convierta en un negocio sustentable.

Hay que salir de la burbuja y conquistar nuevos terrenos, no sólo para que el danzón deje de depender de un mismo público que no siempre estará sino para que se convierta en algo más grande de lo que ya es. Hay que romper esa barrera entre el mundo que viven sin danzón y quien vive con él. Tal vez no todos estén dispuestos a que este género sea parte de su vida, pero que al menos sepan que existe.

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