Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak
#3AñosDeGobierno | Huir hacia adelante
¿No es hora de dejar de enojarnos con los malos y comenzar a cuestionar la ineptitud de los buenos?
¿No es hora de dejar de enojarnos con los malos y comenzar a cuestionar la ineptitud de los buenos?
Conforme más avanza el sexenio, me voy sintiendo como en el final de una temporada de alguna serie política de intrigas: se acumulan las tramas cruzadas, los agraviados por un político, aumentan las decisiones de riesgo y los frentes de conflicto. Sin embargo, en lugar de pensar qué está pasando, o los efectos de las decisiones que se están tomando para ver a futuro, tanto simpatizantes como opositores están a la expectativa de la siguiente escena.
Si vemos al sexenio con cierta distancia, en realidad el guion es predecible, y muy lejano a, digamos, House of Cards. El presidente representa todos los clichés y lugares comunes que nos inculcó por décadas el PRI. Su discurso es simple, de toques nacionalistas y le dice a cada grupo que le apoya lo que desea escuchar. Las cuentas que hace son más malabarismos de cifras para apantallar que un acto de rendición de cuentas. Nunca asume responsabilidades, pues él solo es víctima de otros, llámense neoliberales, neoporfiristas, mafia del poder y cualquier otro calificativo. Todo lo anterior, aderezado por dichos y refranes, como un abuelito dicharachero.
¿Es un discurso burdo y banal? Ríanse, pero se ha mantenido los últimos tres años con niveles altos de apoyo a partir de decir diario las mismas cosas.
¿El país se está cayendo a pedazos? Difícil no estar de acuerdo con eso, si vemos las estadísticas e indicadores de desempeño. Sin embargo, la oposición se asume más como antagonista de una persona que una alternativa: se la pasa reaccionando, asume una postura “golpeadora”, emite diario sus jeremiadas sobre el país que se nos cae en pedazos y califica como tontos y locos al presidente como a sus seguidores.
De esa forma, la oposición carece de contenido, dependiendo de los dichos y actos de una persona. Con ello solamente se mantienen inofensivos: no tienen mucho de dónde crecer, al no representar una alternativa para quienes no están en los extremos. Por si fuera poco, ayudan a que los simpatizantes al presidente se conserven emotivizados y justificados: a final de cuentas, los críticos y opositores están siendo castigados y solo buscan conservar sus privilegios, dirían.
¿Puede caer la popularidad del presidente en un futuro próximo? Quizás, pero eso no significaría necesariamente el crecimiento de la oposición: para que tal cosa suceda, necesita haber un líder que sepa canalizar el descontento en torno a una alternativa, como en su momento Vicente Fox y el propio López Obrador. De no haberlo, al presidente y quien le sustituya podrá pasar su sexenio huyendo hacia adelante, haciendo creer que siempre vendrá un futuro mejor. Como hizo en su momento el PRI, a propósito.
Además, si por algún acaso las cosas empeoran, es posible radicalizar de manera creíble ese mismo discurso. La retórica del presidente es fatalista y con tintes claramente religiosos: bastaría con decir que la oposición es un obstáculo a vencer para que se consolide la Cuarta Transformación, para comenzar las purgas a manos de masas enardecidas que se ven como agentes para alcanzar nuestro destino. Nuestra historiografía de bronce abunda en evocaciones y ejemplos a seguir: por eso la abundancia de efemérides y símbolos en su gobierno.
Seamos realistas: a menos que haya algún imprevisto fatal, todo parece indicar que el presidente se saldrá con la suya a final de esta temporada. ¿Spoiler? Más bien es dos más dos.
¿No es hora de dejar de enojarnos con los malos y comenzar a cuestionar la ineptitud de los buenos?