¿Ahora a quién culpamos? La política racial de la reelección de Donald Trump

Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.

En todos lados: @Monsieur_jabs

¿Ahora a quién culpamos? La política racial de la reelección de Donald Trump ¿Ahora a quién culpamos? La política racial de la reelección de Donald Trump
El presidente electo Donald Trump tras una conferencia de prensa. Foto: Sarah Yenesel/EFE.

Pocos momentos de la historia reciente se sintieron tanto como que antecedían un cambio social como durante el verano del 2020.

Un repensar de las relaciones desiguales entre distintos grupos, ¿raciales?, guiado por un asesinato al que nadie se artrevía a defender.

Las elecciones estadounidenses de ese mismo año, si bien cerradas, parecían demostrar la hipótesis. El arco del universo moral es largo, sí, pero se inclinaba hacia la justicia. Trump, el invencible, el que quería ser dictador, fue derrotado por una coalición de gente de clase trabajadora, de mujeres, de personas de color, con una vicepresidenta que no solo era mujer, sino negra, del sudeste asiático e hija de migrantes.

En el centro, además, estaba la hipótesis que había guiado sus estrategias electorales. La idea de que la demografía era destino y la coalición electoral que ya les había bastado para obtener el ejecutivo en el 2008, 2012 y nuevamente en el 2020, lo haría indefinidamente.

Una población cada vez más diversa racialmente, de orígenes cada vez más distintos, conjugada a un cambio económico-social que orientaba a los votantes blancos, educados, de los suburbios por los candidatos demócratas, parecía bastar para sostener indefinidamente a un partido que en la práctica se giraba hacia el centro de una gran carpa.

¿Qué podría salir mal?

Fastforward a la mañana del seis de noviembre del 2024 y la coalición de los ascendientes se ha quebrado.

Los intelectuales orgánicos, comentaristas televisivos y opinólogos de twitter despertarían en shock con las primeras encuestas de salida y los primeros indicios de un fracaso presidencial en los lugares que desesperadamente necesitaban para mantener su coalición viva.

El voto dividido de la izquierda llevaría a Trump a una victoria en la región con más alta presencia árabe del país en Dearborn, Michigan. Con casi 70 mil votos menos que los que obtuvo Joe Biden en 2020, la depresión en el voto árabe le pudo haber costado el estado a Harris. De forma similar, el turnout demócrata en las ciudades universitarias –como Ann Arbor– colapsó, dejando la imagen de una contienda mucho más reñida en el que había sido otro sector fervientemente liberal. Sin embargo, la sorpresa más grande llegó al observar los distritos latinos de una diversidad de Estados, donde por primera vez los republicanos ganarían, como en los condados de Miami en Florida o del sur de Texas, u obtendrían ganancias hasta hace poco tiempo insospechadas, como en Brooklyn o en Queens en Nueva York.

Inmediatamente después de que se confirmase la derrota demócrata lo primero que sucedió fue el inicio del juego de las culpas, como hasta cierto grado es normal en cualquier partido político. No obstante, en lugar de fincar responsabilidades hacia tomadores de decisiones en específico o dirigir los esfuerzos hacia señalar a las políticas impopulares como, bueno, francas políticas impopulares (como el apoyo al genocidio en Gaza, por ejemplo). El juego de las culpas comenzó hacia lo que ha sido considerado como una práctica de la política del fracaso; la de la culpa a los votantes.

La que será la nueva oposición estadounidense parece estar tomando inspiración directa de los lemas de nuestra propia oposición:

¡Disfruten lo votado!

Exclaman a los votantes latinos que disfruten las deportaciones masivas (a pesar de que votaron en su mayoría por Kamala, quien no ofreció una alternativa real al discurso anti inmigrante). A los votantes árabes les dicen que disfruten el genocidio (que empezó la administración Biden). A los votantes afrodescendientes reclamaron que su misoginia interiorizada no les permitió apoyar a una mujer negra (a pesar de que son y continúan siendo la base de apoyo demócrata más grande).

La esperanza de la nueva coalición demócrata fue destruida por la reelección de Trump. Pero no por la respuesta más obvia de un repentino giro a la derecha de sus bases, sino por el abandono constante de un partido que ha acomodado al poder y la blanquitud. Si no se ofrece una alternativa real al poder, no debe ser sorpresa para un partido de élites que quienes no caben ahí no les vean como alternativa al poder.

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