Hoy se cumplen dos décadas de uno de los actos más infames de la historia política reciente de México: el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, un intento descarado de la vieja clase política por eliminar al más fiel defensor del pueblo, al líder más íntegro que inició una transformación.
En 2005, durante el sexenio de Vicente Fox, AMLO fue desaforado por supuestamente incumplir una orden judicial relacionada con la construcción de una calle en un terreno privado del entonces Distrito Federal. Sin embargo, este proceso fue un intento de evitar que participara en las elecciones presidenciales de 2006, en las que finalmente se orquestó un fraude electoral que benefició a Felipe Calderón.
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Aquel 07 de abril de 2005 no solo se pretendió arrebatarle sus derechos políticos, sino silenciar la voz de millones que ya veían en él la esperanza de un México justo. Pero fallaron. Porque cuando el pueblo abraza a una persona con verdaderos principios, ningún tribunal injusto, ningún cálculo mezquino, puede derribarlo.
Fue en la Cámara de Diputados donde López Obrador, con esa entereza que solo da la convicción, pronunció un discurso que quedó grabado en la memoria nacional. Sus palabras no eran solo suyas: eran el grito acumulado de los olvidados, la denuncia de un sistema podrido, la semilla de la transformación que hoy florece. Recordarlas hoy es un ejercicio de nostalgia y de fortaleza. Porque en cada frase, en cada llamado a la resistencia, está el fundamento del movimiento que hoy cambia México.
El desafuero no fue un error jurídico, fue un crimen político. Lo quisieron hundir por pensar distinto, por defender a los pobres, por desafiar a los poderosos. Lo acusaron, lo difamaron, lo persiguieron, pero no entendieron que quien lleva al pueblo en el corazón es invencible. A las mentiras se las llevó el viento, y dos fraudes electorales después la Historia lo colocó donde siempre debió estar: al frente de la nación, limpiando la cloaca que otros crearon.
A pesar del desafuero, AMLO demostró ser un líder resiliente y determinado. Su lucha por la justicia y la democracia en México lo convirtió en uno de los gigantes más grandes de Latinoamérica. El desafuero y los posteriores fraudes electorales fueron catalizadores para el nacimiento de la Cuarta Transformación, un movimiento que priorizó a los más pobres y marginados del país.
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Hoy, quienes aprobaron aquella infamia lloran sus privilegios perdidos. Los mismos que vendieron el país, los que despreciaron al pueblo, hoy hasta mendigan una pensión que ya no tienen o se esconden en otros países, la justicia les llegó y seguirá llegando. Y mientras los expresidentes de los engaños y los fraudes, así como sus secuaces se pudren en el olvido, López Obrador de pie, concluyó un mandato que será memorable y que cambió la vida de millones.
Presidente, gracias. Gracias por no rendirse jamás, por demostrar que con moral y principios se puede vencer a las oligarquías más arrogantes que por años se pensaron dueñas del país. Gracias por ser un luchador social que nunca se rindió, gracias por iniciar la transformación de todo un país y por inspirar a miles de jóvenes para un cambio verdadero. Gracias por enseñarnos que “con el pueblo todo, sin el pueblo nada” es una verdad que hoy guía a México. Usted ya fue juzgado por la Historia, y su veredicto es claro: es el mejor presidente que este país ha tenido.
Hoy recordamos el desafuero no como una derrota, sino como la prueba de que cuando el pueblo decide, nadie lo detiene. Y a los que lo traicionaron, que les quede claro: el México que soñó López Obrador, así como millones de mexicanos y mexicanas ya no tiene lugar para ustedes. ¡Que vivan los héroes que nos dieron patria, y el hombre que nos la devolvió!