El aborto espontáneo sigue siendo tabú; de ahí el poder de las palabras de Meghan
Las reacciones a un texto de Meghan prueban que hay mucho por hacer para que las mujeres se sientan cómodas compartiendo su dolor.
Las reacciones a un texto de Meghan prueban que hay mucho por hacer para que las mujeres se sientan cómodas compartiendo su dolor.
Zeynep Gurtin/The Guardian
Ayer, la duquesa de Sussex se convirtió en la más reciente figura pública en revelar su pertenencia a un club secreto al que nadie quiere unirse. En un artículo que se leyó rápidamente en todo el mundo, Meghan describió la mañana de julio en la que sufrió el aborto espontáneo de su segundo embarazo y el “dolor casi insoportable” que ella y su esposo han experimentado. “Sabía”, escribió, “mientras abrazaba a mi primogénito, que estaba perdiendo al segundo”. Es una imagen contundente, inusual en su representación de las dos verdades opuestas sobre la reproducción (nutrir una nueva vida por un lado, y la pérdida y la muerte por el otro) tan cerca una de la otra.
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Aunque los abortos espontáneos son sorprendentemente comunes (los tienen casi una de cada cuatro mujeres) persisten tabúes generalizados en torno al tema. Esto se debe en parte a que alrededor del 85% de los abortos espontáneos ocurren durante el primer trimestre, antes de que la mayoría de las mujeres anuncien públicamente sus embarazos. Esto deja a muchos, como Meghan, de luto por la pérdida de un bebé tan deseado que nadie conocía. La activista de la infertilidad Katy Lindemann ha llamado a los primeros meses “una especie de embarazo de Schrödinger”, cuando se espera que las mujeres cubran sus aspiraciones y acepten los abortos espontáneos sin problemas. Ella señala que la regla de las 12 semanas impone un secreto innecesario y dañino en torno a la pérdida del embarazo, lo que deja a las mujeres a solas cuando más necesitan apoyo y comunidad.
Durante los últimos 15 años, como parte de mi investigación sobre diferentes experiencias de reproducción, he entrevistado a innumerables mujeres que soportaron sus abortos espontáneos en silencio, obligadas a negociar el abismo entre su devastadora experiencia emocional y la expectativa social de continuar con normalidad. Algunas cuentan haber asistido a reuniones de trabajo en piloto automático, incluso cuando todavía sangraban; otras celebraron los baby showers de sus amigas mientras enmascaraban su propio dolor de corazón; y otras describieron abrirse tentativamente con amigas, solo para descubrir cuántas otras ya habían pasado por lo mismo.
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Por supuesto, la pérdida de un bebé deseado es una tragedia profundamente personal que se desarrolla principalmente en privado, pero nuestra profunda aversión cultural al dolor y la pérdida crea capas adicionales de culpa, vergüenza y estigma para aquellos cuyo dolor podría ser aliviado de alguna manera al compartirlo. Incluso si ya no medimos el valor de las mujeres simplemente por su capacidad para reproducirse, nuestras ideologías dominantes de progreso, control y productividad significan que las pérdidas reproductivas se consideran transgresoras y amenazantes.
Algunas mujeres nunca cuentan de sus abortos espontáneos a familiares o amigos porque temen que esas personas se sientan incómodas. Otras se culpan a sí mismas por haber “fracasado” en el embarazo y sienten que algo anda mal con ellas. Por ello, los relatos personales de mujeres como Michelle Obama, Chrissy Teigen y ahora Meghan son tan importantes. Al hablar sobre su pérdida y dolor, ayudan a las mujeres “normales” a sentirse menos solas y brindan un punto de referencia para nuevas conversaciones. Lo personal no solo es político, sino también profundamente poderoso.
Susie Kilshaw, antropóloga médica cuyo trabajo se centra en el aborto espontáneo, dice que acoge con satisfacción este creciente reconocimiento público de la pérdida reproductiva y la mayor sensibilidad en cómo se maneja médicamente. Pero advierte que las respuestas de las personas pueden ser muy diferentes. Por ejemplo, mientras algunas de las mujeres a las que ha entrevistado se consolaban al recordar a sus bebés perdidos con joyas personalizadas o tatuajes simbólicos, otras abordan la experiencia de manera más pragmática y ni siquiera piensan en sus pérdidas como “bebés”. Ninguno de los enfoques es mejor, por supuesto, y las mujeres deberían poder responder de la manera que les parezca adecuada. Kilshaw dice: “Hablar de esto de manera más abierta permitirá que se escuche una mayor diversidad de voces para que podamos reconocer el sufrimiento de otras personas y sentir empatía por ellos aunque nosotros pudiésemos catalogar eso de manera distinta”.
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Aunque la mayoría de nosotros no hablaríamos de eso, en un momento dado probablemente haya al menos una mujer en su grupo de amigos, oficina o Facebook que esté lidiando con un aborto espontáneo reciente y la gama de emociones que lo acompañan. Sophie King, una partera que trabaja para la organización benéfica Tommy’s, me dijo que la honestidad y franqueza de Meghan envía un mensaje poderoso a estas mujeres: “Puede que te sientas increíblemente sola, pero no estás sola”. La normalización de las conversaciones en torno al aborto espontáneo no solo permite que más de nosotras accedamos a la ayuda y la información cuando la necesitamos, sino que también podría crear una sociedad más compasiva en la que todos se beneficien.
Al leer las palabras de Meghan sentí simpatía por una pareja que no solo había perdido un bebé, sino que presumiblemente lo había hecho mientras negociaba el tipo de intenso escrutinio público que la mayoría de nosotros ni siquiera podemos imaginar. Admiro el coraje que debió haber tenido Meghan para compartir su experiencia, sabiendo la reacción mixta que provocaría. De hecho, junto con el apoyo y elogios, también ha habido juicios y críticas brutales por parte de quienes la acusaron de compartir demasiado y de buscar atención. Pero, como señala la psicoterapeuta Jody Day: “Así es precisamente como se rompen los tabúes, cuando la gente elige hablar a pesar de saber que será criticada, atacada y avergonzada por hacerlo”.
*La autora es profesora de salud de la mujer en UCL.
Traducido por Graciela González