El error de Autos, Mota y Rocanrol

Domingo 16 de noviembre de 2025

Carlos Celis
Carlos Celis

Como crítico de cine y música tiene más de 30 años en medios. Ha colaborado en Cine Premiere, Rolling Stone, Rock 101, Chilango, Time Out, Quién, Dónde Ir, El Heraldo de México, Reforma y Televisa. Titular del programa Lo Más por Imagen Radio. X: @carloscelis_

El error de Autos, Mota y Rocanrol

Pocos eventos en la historia de la música en México tienen tanta importancia como lo sucedido en Avándaro en 1971.

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Película: Autos, Mota y Rocanrol

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Foto: Cinépolis Distribución.

Me parece que al tema de esta semana podemos entrar directo y sin escalas: la mala representación de los hechos históricos es un error que nos puede costar muy caro a todos, y esto es algo en lo que incurre Autos, Mota y Rocanrol, una película mexicana empaquetada como comedia sobre un hecho histórico que -en el gran esquema de las cosas- no tuvo nada de gracioso.

Como periodista de cultura y entretenimiento, pasé buena parte del inicio de mi carrera escribiendo sobre el rock mexicano y entrevistando a representantes de este movimiento cultural que me contaron, una y otra vez, sobre el impacto negativo que la censura y la persecución tras el “Festival de Rock y Ruedas en Avándaro” tuvo, no solo en sus carreras, sino en el desarrollo de la música en México.

Apenas este año, el documental Tutti Frutti: El templo del underground (mostrado en pocas salas del circuito cultural) volvió a hacer eco de estos mismos reclamos que escuché durante al menos el primer cuarto de mi trayectoria como reportero musical y que, en los últimos años, ya se habían desvanecido ante el cambio de generaciones, modas y gustos en el público masivo.

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Las voces del rock -y su historia- han quedado ahogadas en el bullicio de los ritmos latinos y los corridos tumbados. Ya ni siquiera el rock es “urbano”, porque urbano es el trap y el reguetón. Que en este preciso momento surja una película como Autos, Mota y Rocanrol, que utiliza los acontecimientos de Avándaro como pretexto para hacer reír y, de paso, haya críticos que la alaban por no ser una revisión histórica de los hechos, me parece muy mala idea.

Pocos eventos en la historia de la música en México tienen tanta importancia como lo sucedido en Avándaro en 1971, no solamente para el rock sino también para los movimientos sociales y las manifestaciones juveniles. Que la primera gran producción cinematográfica que pretende abordar estos hechos desde la ficción no lo haga con mayor seriedad es algo delicado.

Dicen que “el que paga manda” y supongo que los productores de esta película pueden financiar el guion que más les apetezca, pero eso no los exime de responsabilidades con la sociedad y con la historia. Contar Avándaro desde la perspectiva de los empresarios se siente como un despropósito porque lo sucedido ahí no se debió a ellos, fue una manifestación espontánea que ocurrió gracias a las juventudes de la época. Fue un auténtico signo de los tiempos.

Y aquí es donde conviene revisar Tutti Frutti: El templo del underground (2022), pues varios de los involucrados en la realización de este documental cuentan cómo los hechos acontecidos en Avándaro continuaron afectando a las juventudes de los años 80 y su libertad de expresión. Pero, sobre todo, cómo fue que los empresarios secuestraron estas expresiones juveniles para después crear los festivales de música como hoy los conocemos en México, sustituyendo pancartas y consignas políticas por anuncios de marcas y productos de consumo.

En lo personal, me llama la atención que el director de Autos, Mota y Rocanrol, el prolífico J.M Cravioto, no haya sentido un mayor compromiso con este lado de la historia, si consideramos que uno de sus créditos más destacados hasta la fecha es la realización del documental Seguir siendo: Café Tacvba (2010), que trata precisamente del rock en México.

Y no es que su película no sea respetuosa, de hecho se siente como una carta de amor al México de los años 70, pero el México de las televisoras, las agencias de publicidad y las corporaciones como Coca Cola. Quizá la falta de participación de figuras del rock en Autos, Mota y Rocanrol (pues en este tipo de historias se acostumbran los cameos) pudiera interpretarse como una señal de inconformidad de los artistas.

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Y es que, duele decirlo, pero aunque pasen los años no estamos tan lejos de repetir algo como la represión tras Avándaro. Apenas esta semana, elementos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana intimidaron a la clientela del restaurante y foro cultural La Caña. Enseguida, se encendieron las alertas entre la comunidad de músicos y artistas independientes de la Ciudad de México, con el apoyo de espacios como el Multiforo Alicia, que en años recientes también sufrió persecución y se vio obligado a cerrar sus puertas para después reubicarse.

Vamos, que a pesar del entusiasmo de algunos cinéfilos mexicanos alrededor de Autos, Mota y Rocanrol, en este particular caso no se trata únicamente de la calidad del producto o el talento de los involucrados, sino de algo mucho mayor: una cita con la historia. Mi compromiso como periodista es recordarle a la ciudadanía que, a pesar de que los poderosos son los que escriben los libros (producen las películas) y cuentan la historia oficial, es responsabilidad de los guardianes de la memoria mantener viva la llama de la verdad.

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