Hace casi 26 años, en 1999, estrenaba oficialmente Una historia sencilla (The Straight Story), la película menos “Lynchiana” de David Lynch, el director reconocido durante toda su carrera por crear tramas de pesadilla con personajes sumamente oscuros. A través de un juego de palabras, el título anunciaba que -a diferencia de sus películas más famosas- esta era una historia simple, sencilla y directa: “a straight story”, como comúnmente se les llama en el idioma inglés.
En la actualidad, varios directores de cine contemporáneo que también han construido su nicho de seguidores a través de filmografías extravagantes, parecen haber entrado en esa misma etapa en la que Lynch entró, cuando por sugerencia de sus allegados (solamente podemos especular) decidió realizar aquella película para “agradar” a los miembros de la Academia y ampliar sus posibilidades de ganar un Oscar. Una movida que otros realizadores tan peculiares como Tim Burton (Big Fish, 2003) o Yorgos Lanthimos (Poor Things, 2023) también han tenido que hacer en algún momento.
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Como hoy ya lo sabemos, ese premio evadió a Lynch toda su carrera y solamente se hizo acreedor a un reconocimiento especial en 2020. A pesar de ser nominado como director por películas como El hombre elefante (1980), Blue Velvet (1986) y Mulholland Drive (2001), ninguna de sus películas ganó un premio Oscar (Una historia sencilla solamente obtuvo una nominación a Mejor actor), y sus intentos por hacer un cine más accesible para el público tampoco prosperaron. Su adaptación de Dunas (1984) fue un sonado fracaso, aunque su incursión en las series de televisión, Twin Peaks, fue un éxito de culto.
Lynch falleció en enero de este año, pero las cosas ya son muy diferentes para las generaciones de realizadores que vinieron después de él. Hoy lo “raro” está de moda, y películas con una clara influencia de este director son reconocidas en las entregas de premios y reciben ovaciones de pie en festivales alrededor del mundo. Todavía este año, una historia llena de metáforas como La hora de la desaparición (Weapons), es uno de los mayores éxitos de 2025.
Sin embargo, la situación actual plantea un nuevo problema para estos directores: ¿cómo convencer al público de pagar por un boleto? Ya no se trata solamente de ser el director más raro, sino de probar su valor para la industria. El cambio que vive Estados Unidos en temas sociales, políticos y económicos, es un constante recordatorio de que el cine “friki” no es para todos, y aunque funciona con públicos jóvenes también hay que convencer a otro tipo de audiencias para salir de sus casas y regresar a las salas de cine.
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Quizá por esto, personalidades como Benny Safdie, Ari Aster y Luca Guadagnino son algunos de los directores que más recientemente se han animado a hacer una movida del tipo Lynch y crear “una historia sencilla” que pudiera atraer a un público más grande que el de su propio nicho y, de paso, agradar a los miembros de la Academia. ¿En qué orden de importancia? No lo sé. No todo lo que le gusta a la Academia le gusta al público pero, para la trayectoria de un director, un Oscar vale casi lo mismo que un éxito de taquilla.
Seguimos siendo testigos del desmantelamiento de la cultura “woke” y de las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión, por lo que me atrevería a hablar de la muerte, o el final, de la metáfora. Durante esta etapa en la que se dio prioridad a temas de justicia social, creció un fenómeno donde todas estas historias se abordaron, no solamente de manera clara pero también de manera sutil, en películas para niños y para toda la familia, en el terror y la fantasía, y sí, como ya lo hemos dicho, también en las comedias.
El uso de las metáforas, tan típico del género fantástico, se extendió hacia otro tipo de historias: se popularizó el surrealismo, regresaron los musicales, y de pronto todo era posible dentro de una misma película. Para no tener que criticar frontalmente a Trump, se usaron parábolas sobre el fin del mundo; para no mencionar la guerra entre Israel y Palestina, se habló de conflictos geopolíticos entre razas de otros planetas.
Fue así como en los últimos 10 a 15 años, nos acostumbramos a ver temas como el privilegio, el racismo, la otredad, la sexualidad, la maternidad y hasta la política, primero en películas de terror como The Babadook (2014), It Follows (2014) o Get Out (2017), y después en historias tan diversas como Black Panther (2018), Bridgerton (2020), Duna (2021), Cónclave (2024), Civil War (2024) o Emilia Pérez (2024).
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Pero todo indica que estamos llegando al final de la metáfora y lo que el público ahora necesita es que le volvamos a hablar directo y sin rodeos. Ari Aster, conocido por relatos extrañísimos como Midsommar y Beau is Afraid, decidió contar en Eddington (2025) una historia más aterrizada sobre la polarización en Estados Unidos, con Pedro Pascal como protagonista. Benny Safdie dejó atrás títulos como Uncut Gems y se inclinó por un drama deportivo muy convencional como The Smashing Machine (2025) con “La Roca” en el papel estelar, y a Luca Guadagnino le ha tocado anunciar el final de la era “woke” con After the Hunt (2025), un thriller genérico sobre la cultura de la cancelación, con Julia Roberts.
Quizá en otra oportunidad convenga hacer este mismo planteamiento a través de las películas que se han llevado los premios más importantes en los festivales de cine de este año, pero como un adelanto, apenas en la Bienal de Venecia se desató una polémica entre la película ganadora del León de Oro, Father Mother Sister Brother de Jim Jarmusch, un drama sobre relaciones familiares, y The Voice of Hind Rajab, ganadora del León de Plata, que cuenta el asesinato de una niña palestina durante el conflicto en Gaza. Gran parte del público y la crítica han calificado de cobarde al festival por no reconocer con el oro a esta película basada en una historia real. Es hora de abrir paso a la literalidad.