Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.
En todos lados: @Monsieur_jabs
Hablemos del racismo en el deporte
El deporte, más allá de la meritocracia, refleja y eterniza desigualdades de clase, género y raza, y su potencial para impulsar el cambio social, afectando a atletas desde el acceso hasta la competencia, perpetuando diferencias sociales y económicas.
El deporte, más allá de la meritocracia, refleja y eterniza desigualdades de clase, género y raza, y su potencial para impulsar el cambio social, afectando a atletas desde el acceso hasta la competencia, perpetuando diferencias sociales y económicas.
El deporte me ha fascinado desde que era (aún más) pequeño. No sé exactamente por qué, pero la idea de llevar el cuerpo humano a su máximo rendimiento por medio de constancia, fuerza y disciplina me parecía imposible de ignorar. Desde muy temprana edad comencé a practicar artes marciales y no lo he dejado. Sin embargo, al mismo tiempo que esta fantasía meritocrática intentaba tomar control de mi cabeza (casi me la creo), muy rápido comencé a dar razón del cómo el deporte, como el resto de actividades, estaba atravesado por un mar de desigualdades.
Las dificultades de clase fueron las primeras que vi. El cómo algunas infancias podían, o no, practicar un deporte o podían, o no, avanzar en él, no por sus capacidades sino por sus recursos. Lo segundo que vi fueron las barreras de género; cómo algunos entrenadores se trataban de pasar de listos con mis compañeras. No fue hasta que me tocó incorporarme a la reflexión crítica del racismo en todos los espacios que empecé a dar razón de cómo el mundo deportivo no estaba separado de la realidad social; aunque yo iba tarde.
Leyendo algunas respuestas a las voces críticas que entonces se levantaron, como la de Adalid Maganda, a denunciar la situación del racismo en el deporte mexicano me di cuenta que no era yo el único que iba tarde.
“Se fue por cuestiones profesionales, no por racismo”, decían.
La cosa es que si bien el ámbito deportivo, como el académico, el empresarial o el político, encuentra su legitimación en la lógica meritocrática. En el deporte, tal vez más que en los demás ámbitos, la meritocracia es la fundación de toda su estructura; “avanza quien gana”. Tan es así que se ha vuelto un método de legitimación para sistemas más amplios presumir las historias de éxito de deportistas de la periferia, racializados o empobrecidos; para estas narrativas las excepciones demuestran la regla. No obstante, esta visión tan extendida que obvia al racismo como si no fuera un problema, ignora lo implícito de su funcionamiento en cada etapa del ecosistema deportivo.
Para lxs atletas el racismo planta un problema de fondo. Desde el acceso al deporte, con algunas disciplinas actuando como perpetuadoras de élites, véase el golf, la esgrima o el tenis. Pasando por su propia continuidad en ambientes inhóspitos, creados por otros atletas, como el que experimentó Simone Biles por parte de la delegación italiana o sus mismas compañeras. Hasta su incorporación en otros ámbitos, como el arbitraje.
La última serie de jornadas olímpicas más que ejemplificar un mundo idílico, sin clases, ni razas, lo que ha hecho es evidenciar la permanencia del racismo como un sistema transversal.
No sólo al interior de cada deporte, como los gritos de las aficiones argentinas o francesas evidenciaron sino que especialmente en su relación con el exterior; como muestran las acusaciones contra Prisca Awiti y contra Imane Khelife. Esto, sin hablar del rol ideológico y propagandístico que las competencias deportivas han interpretado en varias ocasiones para legitimar a regímenes autoritarios y profundamente racistas como los del Estado de Qatar o el Estado israelí.
Como pudiste haber adelantado, México no es la excepción en la permanencia del racismo en el ámbito deportivo. En todo caso, como lo marcan nuestras propias particularidades, nuestro racismo es ligeramente más discreto que el estadounidense pero no por eso menos grave.
Empecemos por reconocer que el acceso a deportes profesionales para la gran mayoría de la población es prácticamente imposible; desde la dedicación de tiempo que es requerida, la permanencia de equipamiento como barrera de entrada, hasta la pobre remuneración que lxs mismxs atletas reciben.
La permanencia de estas desigualdades hace que historias de éxito del deporte como medio de movilidad social sean más bien la excepción y no la regla. Al mismo tiempo, hay un historial gigantesco de racismo explícito contra atletas racializados; como muestra la larga historia de insultos dados por las aficiones mexicanas, desde Felipe Baloy hasta Quiñones.
El deporte puede ser un gran medio de cambio; tiene la capacidad de generar comunidades dispuestas a mejorar la sociedad. Como el club Palestino en Chile o el club Celta de Escocia nos demuestran. Entonces, es momento de discutir que deporte queremos; uno que normalice las desigualdades o uno que de apertura a su combate.