Honduras, la izquierda y el golpe
Medios Políticos

Es un periodista especializado en el análisis de medios y elecciones. Tiene posgrado en Derecho y TIC, obtuvo el premio alemán de periodismo Walter Reuter en 2007, fue conductor en IMER y durante 12 años asesor electoral en el IFE e INE, editor, articulista y comentarista invitado en diversos diarios, revistas y espacios informativos. Twitter: @lmcarriedo

Honduras, la izquierda y el golpe Honduras, la izquierda y el golpe
Xiomara Castro, habla en la sede del partido después de las elecciones generales en Tegucigalpa. Foto: Luis Acosta / AFP

Los resultados del domingo 28 de noviembre, en la elección presidencial de Honduras, favorecen con amplio margen la opción de izquierda que encabeza Xiomara Castro, 1.1 millones de votos (51.5%) frente a los 803 mil (35.3%) del oficialista Nasry Asfura. Perdió la derecha del Partido Nacional que postuló a Asfura y encumbró antes a Juan Orlando Hernández, el polémico gobernante en funciones acusado de vínculos con el narcotráfico y corrupción. 

Fueron 12 años de gobiernos de derecha hondureña. Ante el descrédito de Hernández, Asfura trató de tomar distancia, pero de todas formas la población salió a votar por la izquierda que recupera en las urnas el poder arrebatado con fusiles abruptamente en 2009, a través de un violento golpe de Estado. 

Castro, la presidenta electa, está casada con el exmandatario Manuel Zelaya, quien no pudo terminar su periodo porque el 28 de junio de 2009 fue víctima de ese golpe, desterrado de su país por militares en un episodio que revivió los peores tiempos de la región.

Las sanguinarias dictaduras militares que se impusieron en América Latina durante la Guerra Fría son un referente que explica el necesario rechazo generalizado que deben tener este tipo de imposiciones armadas. Si un proyecto político debe o no prevalecer es por respaldo popular en elecciones libres y no por acuerdos cupulares o con fusiles.

Aquel 2009 en Honduras, otra arma se accionó: la televisión privada apoyó a golpistas y la pública fue tomada el día del golpe, apagada, mientras las grandes cadenas, propiedad de empresarios que apoyaban la ilegítima maniobra, escamotearon la información de lo que ocurría y minimizaron incluso un toque de queda que ordenó el espurio gobierno de facto de Roberto Micheleti.

Ni siquiera el gobierno de Estados Unidos avaló en público ese atropello ocurrido en territorio hondureño. Barack Obama dijo que Zelaya había sido electo democráticamente y que su mandato debía concluir. La OEA también condenó el hecho (entonces el secretario general era José Miguel Insulza), pero el rechazo unánime en los discursos no fue suficiente para restituir el gobierno de Zelaya, los poderes fácticos se atrincheraron, incluso con apoyo de jerarcas de la iglesia que grabaron mensajes propagandísticos para pedirle al expresidente depuesto no volver al país.

La gestión de Zelaya no concluyó. Los opositores justificaban el golpe con el argumento de que buscaba cambiar la constitución a través de una consulta popular general (no vinculante) con la que podría cambiar las reglas para reelegirse, aunque en realidad fue en 2015, por impulso de la derecha, cuando se permitió reelección de un periodo adicional en el país y es esa regla la que le permite hoy al presidente Hernández colmar su segundo mandato consecutivo. 

El experimento golpista en Honduras incluyó no asesinar a Zelaya, calculando que así se evitaría un rechazo mayúsculo en el mundo. El destierro forzado evitaría escalar la presión internacional y local. 

Aquella vez fue clave la OEA de Insulza, quien condenó el hecho desde el primer día y lo calificó sin dudar como golpe de Estado que alteraba gravemente el orden democrático. Sin elección de por medio, Micheletti no hizo caso al llamado, entonces líder del congreso y opositor a Zelaya tomó el poder presidencial “de facto” y también el control de la televisora estatal (TDN, Canal 8), de la radio pública.

Hay nuevos aires en Honduras y han llegado por decisión democrática, 5.1 millones de electores fueron llamados a las urnas, la participación ronda el 69% en las cifras disponibles. Cayeron a cuentagotas los resultados, como en otros años y eso generó temores de algún fraude, aunque la tendencia es contundente en favor de Castro y todo indica que habrá una transición pacífica del poder. Se gobernará por la izquierda un país fundamental para la región.

Si hay cambio de proyecto político en un futuro que sea siempre en las urnas, nunca más por las armas o la censura y toques de queda que en 2009 se mostraron tentaciones autoritarias vigentes. 

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