Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.
La cultura y las instituciones para la prosperidad económica
A los ganadores del Nobel se les agradece sobre todo la claridad de sus argumentos y el impresionante acopio de evidencia histórica y comparativa para mostrar que las instituciones importan, como los precios, en todas partes.
A los ganadores del Nobel se les agradece sobre todo la claridad de sus argumentos y el impresionante acopio de evidencia histórica y comparativa para mostrar que las instituciones importan, como los precios, en todas partes.
Una lección para quienes iniciaban el estudio del desarrollo económico con ojos occidentales, especialmente anglosajones, en la segunda mitad del siglo 20 era que la cultura -ese conjunto de normas sociales de convivencia, costumbres, tradiciones, hábitos de la mente y hábitos de la comunicación, entre otros- iba después de los “incentivos” y los factores materiales señalados como factores explicativos.
No se valía explicar la diferencia en el nivel de desarrollo de dos países apuntando a sus diferencias culturales. No podía decirse que Japón era más rico que Argentina porque uno hablaba japonés y el otro español, porque los primeros comían más pescado que carne, porque socialmente en Japón se prefería el consenso y en Argentina no tanto, porque los núcleos familiares eran distintos, porque en Japón eran más disciplinados y respetaban la ley, etcétera.
Los economistas apuntaban que lo anterior podía ser cierto pero no cambiaba un asunto clave: en Japón, Argentina, Latvia o Camerún la gente responde a las señales de precio de la misma manera. Si el precio de la carne sube sin que ningún otro precio lo haga, y sin que vaya acompañado de un aumento en el ingreso, podemos asegurar que en cualquier país la gente comprará menos carne. Ni el idioma, ni las costumbres, ni ningún otro factor cultural alterará esa adaptación a un nuevo precio de manera significativa.
El principio aplica también a la producción. Salvo que no haya un sustituto evidente, si el precio del trigo aumenta, la producción de pan contendrá menos trigo o empleará más de algún otro ingrediente. En China, Armenia, Paraguay o Tumbuctú.
La fuerza de ese principio se extendió al análisis de la economía del hogar, de la natalidad, del comportamiento de los políticos y de un sinfín de actividades. Si cuesta más para una mujer, en términos de ingreso perdido, tener una familia que buscar una carrera profesional, demorará su decisión de tener hijos. Si un político presenta una propuesta que eleva el costo de ganar una elección, habrá que sigerir otra. Y así por el estilo.
Los precios de comprar o actuar, convertidos en resumen de incentivos y en árbitros sobre lo que conviene o debe hacerse, tomaron el papel protagónico en las recomendaciones para el desarrollo. Si una actividad se llevaba a cabo en exceso, porque gozaba de un subsidio o provocaba costos a terceros, podía moderarse corrigiendo las señales de precios. Eliminar el subsidio para que el resultante precio mayor refleje efectivamente las valoraciones de quienes compran y venden en el mercado, o crear un mercado libre para encontrar un nuevo precio de compra y venta del derecho a contaminar hasta cierto límite.
Liberalizar, privatizar y desregular, los tres pilares de las reformas “neoliberales”, se convirtieron en los mecanismos para alinear precios a la realidad y ampliar la cobertura de los mercados. El ajuste derivaría en menos excesos y, vía las ganancias en eficiencia, más prosperidad.
No pasó mucho tiempo para notar que esas ganancias en eficiencia, sin duda disponibles a quien permitiera a los precios hacer su magia, no generaban por sí solas la prosperidad prometida. A mediados de los años noventa el foco migró al papel de las instituciones. Sin reglas claras, funcionarios preparados y capacidad de coerción, entre otros, los gobiernos no podían ayudar a los precios a llegar a su nivel ni a los inversionistas a tomarlos en cuenta.
Los tres galardonados con el premio Nobel de economía de este año iniciaron sus investigaciones justo cuando la atención comenzó a centrarse en las instituciones. Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, han explorado desde ángulos diversos cómo las instituciones influyen sobre el desarrollo. Acemoglu y Robinso han propuesto que las instituciones “extractivas” fijan sistemas de precios que transfieren riqueza de los muchos a los pocos. Las instituciones “incluyentes” distribuyen mejor la riqueza. El resultado es que la prosperidad es menor en donde hay instituciones extractivas.
El tipo de herencia colonial es un factor en el comportamiento institucional. Las colonias europeas se hicieron extractivas donde el entorno, determinado por la abundancia de cierto tipo de recursos naturales, enfermedades o algún otro factor, así lo exigía para el éxito de la producción.
Por ejemplo, los sistemas institucionales de economías de plantación, como el algodón, son diferentes de las economías de granjeros, como la del trigo. En el primero se requiere para lograr la rentabilidad sembrar grandes extensiones de tierra y mucha mano de obra. En los segundos, no necesariamente. En el primero es más probable observar a pocos dueños de la tierra con muchos trabajadores; en el segundo, a muchos dueños con menos trabajadores. La probabilidad de que surja un sistema autoritario y extractivo en el primero es mayor que en el segundo. En las plantaciones es más factible ver esclavitud que en las granjas.
Ahora bien, ¿cómo se convierte a una institución extractiva en otra incluyente?
Los tres ganadores del Nobel no dan una respuesta. Sugieren implícitamente que el éxito requiere parecerse a Europa o Estados Unidos, donde las instituciones son menos extractivas que en África o América Latina. Hablan poco de Asia, donde el autoritarismo ha generado crecimiento, si no incluyente, mucho menos extractivo que en Latinoamérica.
En un giro insospechado, por lo menos para el círculo de los economistas teóricos (no historiadores) de hace cincuenta años, las repuesta ha regresado a la cultura. Quizá bastaba con ser latinoamericano o africano para saber que las leyes escritas en papel, las instituciones creadas para cumplir alguna misión particular, solo cobran vida a partir de los seres humanos que las aplican y las habitan. La ley puede hablar de un estado incluyente, pero si los funcionarios en las instituciones no actúan de esa manera, no habrá inclusión.
Ese comportamiento de las instituciones y los funcionarios responde al “conjunto de normas sociales de convivencia, costumbres, tradiciones, hábitos de la mente y hábitos de la comunicación, entre otros”. La ética de una sociedad cuenta para el desempeño económico.
La afamada historiadora económica Deidre McCloskey, en su juventud de inclinación de izquierda tradicional pero desde hace mucho tiempo liberal económica y políticamente, ha argumentado que el énfasis puesto por Acemoglu, Johnson y Robinson en las instituciones sin duda importa para el ingreso, pero no tanto como una cultura que dignifica la libertad de comerciar, inventar, comercializar y competir. Una cultura así de abierta genera más ideas útiles que otra represiva. Fue la que nació hacia fines del siglo 17 por accidente en el Mar del Norte y se fue extendiendo al resto del mundo. Fue la que permitió no solo un aumento en la eficiencia, sino un aumento sostenido y exponencial en la producción de ideas que derivaron en las tecnologías responsables de la inédita e insólita experiencia de crecimiento en los últimos 200 años. De entonces a la fecha, la riqueza material de los seres humanos se ha multiplicado unas 30 mil veces.
A los ganadores del Nobel se les agradece sobre todo la claridad de sus argumentos y el impresionante acopio de evidencia histórica y comparativa para mostrar que las instituciones en efecto importan, como los precios, en todas partes. Su originalidad asombra menos a los historiadores económicos de larga escuela. Su contribución para explicar el papel de las instituciones en la generación de la prosperidad ya no puede ser separada del papel de la cultura. Hemos vuelto al comienzo.