Al grito de “¿Dónde están? ¿Dónde están? Nuestros hijos, ¿Dónde están?” el pasado 10 de mayo las madres buscadoras caminaron por el Paseo de la Reforma sosteniendo carteles, pancartas y fotografías de sus desaparecidos.
El dolor y la rabia han sido motores en la larga lucha por la justicia, la verdad y la no impunidad ante la crisis de desaparición forzada que atraviesa el país. Las exigencias de las madres han sido claras: acciones concretas en contra de las desapariciones, protección para las familias buscadoras, verdad, transparencia, y no criminalización.
Ninguna madre debería tener que buscar a su hijx, y el silencio de las autoridades hace eco de una de las frases más crudas en la narrativa de esta crisis: “el Estado no busca, porque si lo hiciera, se encontraría a sí mismo”; la crisis de desapariciones forzadas es una de las expresiones de un sistema que sólo puede sostenerse a través de la violencia y la muerte.
Como lo anunciaría Sayak Valencia, el poder siempre opera sobre los cuerpos, los convierte en mercancía y, al mismo tiempo, articula en su carne todos los procesos y relaciones de violencia que sostienen una estructura que administra la decisión de permitir la vida y también de procurar la muerte, promoviendo las dinámicas que precarizan no sólo el cuerpo individual sino también el colectivo.
Esta lógica necropolítica se circunscribe en todas las escalas geopolíticas. Aunque coloca al cuerpo como escala síntesis, transversaliza una calle, una colonia, la ciudad, el Estado y hasta la esfera política global que también jerarquiza y concede a actores particulares el monopolio – u oligopolio — de la violencia.
¿Cuáles son los cuerpos que le importan al sistema? Parte fundamental de la necropolítica y del reconocimiento de la violencia siempre cruel y exacerbada del sistema capitalista neoliberal es situar geo y racialmente el poder que atraviesa la piel; no hay forma en que la necropolítica no esté encarnada.
La racialización – proceso mediante el cual asignamos una raza y por ende un lugar en el espectro de la existencia y no existencia en términos de Fanon – trasciende el cuerpo individual e impregna un cuerpo colectivo que además se construye en términos también de clase, fenotipo y geografía.
Recuperando de nuevo a Sayak Valencia y a su acercamiento al capitalismo gore, un capitalismo caracterizado por la violencia, estamos rodeados por sujetos endriagos, sujetos monstruosos que tienen en el cuerpo la articulación de dinámicas
de muerte y, por otro lado, al cuerpo cuya existencia está condenada por los monstruos.
La crisis de desapariciones forzadas en el país está inscrita en una estructura de sujetos endriagos, de monstruos que operan en todas las dimensiones del sistema de muerte. Estos sujetos endriagos entorpecen el acceso a la justicia, obstaculizan la verdad, perpetran violencia física, criminalizan a las madres y familias buscadoras, y hunden en un ciclo de duelo, pérdida y dolor a todos los involucrados.
No es fortuita la manera en que los sujetos endriagos expanden su crueldad, y no es fortuita la forma en que los cuerpos no-endriagos se ven subsumidos por la esfera de violencia y muerte. Las lógicas raciales, de clase y género son escamas del monstruo endriago.
Las madres buscadoras son una línea de fuga, un espacio de esperanza, de preservación de sueños y, sobre todo, de exigencia de verdad. Es cierto que el Estado se encontraría a sí mismo y a sus atrocidades si mirara hacia adentro de la tierra, y las madres llegarán, siempre, a la verdad.