Una de las estampas más hermosas que podemos encontrarnos en la ciudad es la de una persona que en medio del tumulto en un vagón de metro hace lo posible por pasar una página más: va leyendo. Una estampa similar: estudiante que aprovecha 5 minutos o 10 minutos de espera - antes del cine o en una banca en el parque - para poder adelantar algo de la lectura elegida o la de la tarea. Una más: el personaje en un puesto de periódicos leyendo y al mismo tiempo viviendo, de leer, y que alguien más lea lo que en ese lugar se vende.
No romanticemos: de México se dice que no lee. Los números no son alentadores. Y, sin embargo, no hay día en que falten las señales de que quienes nacimos en México leemos donde y como se nos da la gana. Igual que nacer, vaya, como dijo Chavela Vargas.
Y es que podríamos dedicar esta columna a hablar de las razones que han propiciado una crisis de lectores y de lectura como la que nos cuentan. Podríamos visitar cada uno de los lugares comunes y no por ello falsos. Desde la crisis económica, la distribución de los libros, la disputa por los espacios comerciales y de ahí saltar a lugares menos comunes. Sirva esta columna para hacer un ejercicio distinto a eso.
Volvamos al personaje sentado leyendo. Personaje con libro en mano. Personaje con libro en la mochila.
Pensemos en los proyectos que nos recuerdan que vale la pena todo lo que se haga, con tal de leer. Pensemos en las editoriales independientes, las editoriales que han sido las responsables de que hoy estemos hablando de escritores y escritoras, que si no hubiera sido porque fueron publicados primero ahí, no estarían en los listados mundiales de los mejores libros del inicio de siglo. Pienso en personajes como Emiliano Monge, Fernanda Melchor o Valeria Luiselli. Pienso en cuánto de su trabajo tuvo que ver con editoriales independientes. En lo que fue para mí descubrirlos vía una editorial independiente.
Pensemos en esas librerías, las librerías de viejo de la calle de Donceles en la CDMX que se replican una a una y que tienen versiones en todos los lugares de este país. Pensemos en todos esos establecimientos que deciden abrir un pequeño librero para poder ofrecer a sus comensales o asistentes la oportunidad de acceder a un libro. Pienso mucho en las librerías que han abierto en los últimos años, en El Desastre, en Antonia, en Utópicas. Apenas tres ejemplos de proyectos gracias a los cuales estamos repensando la manera en la que leemos, pero sobre todo estamos leyendo.
Pensemos en las ferias independientes que sumando todos los esfuerzos posibles se convierten en oportunidades para conocer a estos nuevos nombres, a estas nuevas propuestas, a estos nuevos formatos. En los bazares y en cada evento que nace de las ganas de querer leer.
Por esta razón es que hace unas semanas decidimos lanzar la primera edición de la Feria de Libro y Barrio desde Altar Galería y Centrina.
El pretexto es hacer del barrio el espacio. El Centro Histórico es un espacio donde sucede la cultura, cruza la cultura, vive la cultura y nace la cultura. Creemos que poner ahí una mesa con libros y novedades es suficiente para recordarnos que podemos siempre encontrarnos con algo que nos haga leer.
Lo que queremos hacer es más que una mesa, pero la intención es así de sencilla. Quisimos juntarnos con las editoriales que admiramos para hacer un evento con una única intención, crear un espacio nuevo. Crear un espacio que se vaya modificando con el tiempo y que tenga sobre todo la firme intención de convertirse en un lugar de oportunidades. Crear un espacio, vaya, para que sigamos leyendo donde y cuando se nos da la gana.