Sábado 28 de junio
Estaba regresando un poco triste a mi casa. Después de ver a unos amigos en la marcha del orgullo, tenía la intención de ver a un hombre que ya me había ghosteado anteriormente. Me dijo que lo fuera a ver y, cómo decimos los gen z, yo no estaba para rechazar unas buenas migajas. Lo esperé unos 20 minutos y me dejó de responder. Pasó lo que me imaginaba, no llegó, y mejor me fui.
Agarré mi bicicleta para tomar mi típico retorno a casa, agarre Eje Central, politécnico, y me empecé a incorporar a las calles aledañas a donde vivo.
Faltan 2 cuadras y ya estoy pensando en la comida. Me incorporo al carril para dar vuelta a mi calle, un coche me cede el paso, avanzo y vuelvo a voltear el sentido de la calle.
De repente, un coche gris a exceso de velocidad arremete contra mí. Cierro mis ojos
Siento el impacto Aire
Dolor en mi pierna Más aire
Un golpe en mi espalda Siento un impacto en el casco Abro los ojos
Estoy en el piso
Apenas siento mis piernas Está lloviendo
Grito
Tengo frío
Apenas estoy entrando en conciencia de qué pasó. Siento mucho dolor, sigo en el piso. Escucho el coche irse
Logro mover mi cabeza a un lado y veo a la gente de la taquería que se empieza a mover. Detienen el tráfico y se acercan a verme. Me ayudan a hablarle a mi mamá y a contactar a una ambulancia. Les toma 40 minutos llegar.
Cuando llega un policía pregunta: ¿Que paso? Y le dijo el primer paramédico, un derrapado en moto. A lo que yo interrumpo y grito: no me derrape, un coche en exceso de velocidad me atropelló.
El policía guarda silencio.
…
La realidad de la violencia de tránsito en México es profundamente cruel. Propio de una política de movilidad que prioriza el automotor ante la vida, todxs lxs que nos movemos por medios distintos nos vemos negativamente afectados. Desde la pobre calidad de aire que daña la salud de las personas, hasta la revalorización de inversión pública que empeora la misma calidad de vida de quienes no usamos un automotor.
Lo que me pasó el sábado solo es evidencia de la pobre política de movilidad capitalina y los daños colaterales que somos todos los demás. En principio la zona donde sucedió el incidente es escolar, por lo que el coche no debió de haber ido a más de 20 km/h, traía luces, traía casco, era de día; un incidente de ese estilo no debía suceder. Sin embargo, como es costumbre, la presencia de normatividad que nominalmente impida una conducta no basta con hacer para que esa acción no suceda. La cultura de la impunidad conjugada en razón del coche como único medio de transporte valorizado, acaba permitiendo e incentivando que situaciones como la mía sigan pasando.
A qué cochistas imprudentes se sientan con el derecho de atentar contra la vida de las personas y con el cinismo de irse una vez eso suceda.
A qué policías se sientan en la libertad de revictimizar a una víctima de un hecho de tránsito, a querer echar la culpa de lo sucedido y a faltar a sus propios protocolos sin tomar evidencia de un posible homicidio.
Acaba dando pie a qué la última experiencia de muchos ciclistas que solo querían llegar a casa, acabe haciendo eco de la mía. Tirados en el piso, con miedo, con frío. Siendo la
diferencia principal entre ellos y yo, tal vez, la falta de un taquero solidario la que determine si sus últimas palabras son más bien un grito de desesperación o una columna en algún medio.
Cuando estaba en el piso en Moyobamba solo podía pensar en Oscar Iván, quien vio su vida acabar en avenida del IMAN después de que un cochista atentará contra su vida sin que se detuviera o una ambulancia lo auxiliara. En Jessica Zúñiga, quien fue arrollada por un tráiler mientras iba a su trabajo y el responsable fue dejado en libertad. En Carolina Espinosa, cuya vida fue arrebatada por un cochista que manejaba en exceso de velocidad, ebrio, y sigue sin ver justicia.
Ellxs, cómo yo, fuimos víctimas de una política de movilidad pensada para máquinas y no para personas, para el capital y no para la salud. La brutalidad que viví no es otra cosa sino la encarnación de la crueldad sobre la que se sostiene dicho sistema. A pesar de eso una realidad es cierta, yo viví para contarlo, un lujo que no todas, todos, ni todes les ciclistas tuvieron.
En México, la política vial cobra vidas y las autoridades hacen poco para cambiarlo.