Paramount, Warner y el nuevo mapa del poder cultural

Lunes 24 de noviembre de 2025

Ingrid Motta
Ingrid Motta

Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

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Paramount, Warner y el nuevo mapa del poder cultural

Paramount, está en el centro de la discusión tras la fusión de Paramount Global con Skydance en una operación de 8.4 mil millones de dólares, aprobada por los reguladores estadounidenses.

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La venta de Warner Bros Discovery no definirá solo el destino de una empresa, sino la forma en que se organiza la imaginación pública.

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Durante décadas, pensar en Hollywood era pensar en estudios que competían entre sí, estilos que chocaban y miradas políticas opuestas obligadas a compartir cartelera. Ese ecosistema murió; hoy el mundo del entretenimiento se decide en juntas de inversión donde se redacta el manual del nuevo poder.

Paramount, está en el centro de la discusión tras la fusión de Paramount Global con Skydance en una operación de 8.4 mil millones de dólares, aprobada por los reguladores estadounidenses después de meses de presión política y polémica en torno a CBS y “60 Minutos”. La nueva empresa, Paramount Skydance Corporation, debutó en Nasdaq con recortes de personal y un reordenamiento editorial.

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Casi de inmediato, Warner Bros Discovery, dueño de HBO, CNN y el estudio Warner, se declaró dispuesto a escuchar ofertas. Paramount Skydance, Comcast y Netflix ya presentaron propuestas preliminares para comprar todo o partes de la compañía. Paramount busca quedarse con el grupo completo; Comcast y Netflix están interesados en el estudio y el músculo de HBO y HBO Max. Si alguna operación se concreta, no será un simple movimiento corporativo, sino un rediseño del mapa del entretenimiento global.

Hollywood ha sido, durante el siglo XX y lo que va del XXI, el dispositivo cultural más poderoso del mundo. Sus historias moldean aspiraciones, definen quién puede ser héroe, qué conflictos importan y qué temas ni siquiera se nombran. Quien se quede con Warner acumulará, además de contenido, el poder de controlar los filtros a través de los cuales el mundo verá la realidad.

El modelo de televisión tradicional, antes definido por programadores y ejecutivos de canal, está siendo reemplazado por algoritmos de recomendación. Y cuando dos o tres conglomerados concentran tanto las bibliotecas de contenido como los sistemas que deciden qué se muestra, ese algoritmo se convierte en política cultural.

La magnitud de estas operaciones revela que una fusión de Paramount con Warner daría a la nueva compañía una cuota del 32% en las salas de cine de Norteamérica, según Comscore, mientras que una integración con Comcast superaría el 43%. En streaming, Paramount+ reporta 79.1 millones de suscriptores globales, y la suma con HBO Max elevaría esa cifra a un nivel que pondría en jaque la diversidad de contenidos.

Aun así, las herramientas clásicas para medir competencia: cuota en salas, suscriptores, e ingresos publicitarios, no miden cuánta pluralidad narrativa sobrevive después de una megafusión.

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Hace unos días circuló un reporte en Variety que aseguraba que Paramount Skydance estaba armando un consorcio con fondos soberanos de Arabia Saudita, Qatar y Abu Dhabi, el Public Investment Fund (PIF), la Qatar Investment Authority (QIA) y la Abu Dhabi Investment Authority (ADIA), para lanzar una oferta de 71 mil millones de dólares por Warner Bros Discovery. La empresa lo desmintió, pero que la versión resulte verosímil se traduce en que ya no son los estudios quienes deciden, sino los capitales transnacionales que dictan las condiciones políticas y reputacionales.

Ese rumor, más allá de su veracidad, es una radiografía que muestra quién tiene la capacidad real de comprar Hollywood y bajo qué narrativas de Estado o de mercado se pretende reconfigurar la cultura global. Porque lo que está en juego es el tablero completo de la competencia cultural:

• Estados Unidos exporta plataformas privadas con lógica de maximización de retención y explotación de datos.
• China impulsa una industria audiovisual alineada con la narrativa de Estado.
• Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos buscan activos de prestigio que les otorguen influencia en la conversación global.
• La Unión Europea intenta poner límites mediante cuotas mínimas de contenido europeo y reglas de prominencia que exigen visibilidad para al menos 30% de producciones locales en las plataformas de streaming.

Latinoamérica y el mundo hispanohablante, corremos el riesgo de quedar reducidos a nicho. La consolidación significa menos compradores con más poder para decidir qué historias en español merecen existir, cuánto presupuesto reciben y si permanecen confinadas como contenido local o son reempaquetadas desde una visión que no nos representa.

El efecto dominó alcanza al trabajo creativo. Con menos estudios grandes y más presión por entregar resultados trimestrales, el margen para riesgos artísticos se acorta. La apuesta se concentra en franquicias conocidas y formatos diseñados para garantizar retención. Las historias incómodas, los personajes no normativos y las narrativas que no se prestan fácilmente al merchandising quedan rezagados por el algoritmo o fuera del catálogo.

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México no es un espectador pasivo. Nuestro consumo audiovisual depende de decisiones tomadas en Los Ángeles, Nueva York o Silicon Valley. Si Estados Unidos permite una concentración extrema, el menú cultural de nuestro país se definirá ahí. Pero también podemos actuar: actualizar nuestras reglas de telecomunicaciones y medios para exigir transparencia en sistemas de recomendación, proteger catálogos locales y negociar mejores condiciones de visibilidad para contenidos producidos en español.

La venta de Warner Bros Discovery no definirá solo el destino de una empresa, sino la forma en que se organiza la imaginación pública en la próxima década. Si aceptamos un Hollywood reducido, hipereficiente y homogéneo, estamos aceptando que el futuro cultural del mundo responda a los intereses de unos cuantos accionistas y a la lógica de algoritmos.

El asunto ya no es quién compra a quién, ni el futuro de un estudio, sino la narrativa cultural que consumiremos durante los próximos años. ¿Estamos dispuestos a que la diversidad de nuestras historias se decida en juntas de inversión a miles de kilómetros, sin tener ninguna participación activa?

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