Psicoterapeuta familiar sistémica, escritora, meditadora y activista por la equidad de genero. Su práctica está encaminada al reconocimiento de la herida emocional infantil para el desarrollo integral del adulto consciente. Instagram @rominalcantar
Me da miedo amar
La madurez personal implica asumir que siempre habrá gente que no me amará y es en este momento cuando comprendemos que, aunque haya personas que no se someten a nuestros gustos y opiniones, también podemos amarlas.
La madurez personal implica asumir que siempre habrá gente que no me amará y es en este momento cuando comprendemos que, aunque haya personas que no se someten a nuestros gustos y opiniones, también podemos amarlas.
El temor de amar no es algo que esté alejado de muchos de nosotros. Y aunque creemos que nos da miedo el amor, lo que realmente nos da miedo es que nos lastimen, nos abandonen, nos rechacen. Es el miedo a que el dolor que alguna vez sentimos vuelva y reviva lo que tanto queremos evitar.
El deseo de ser feliz existe en todo ser humano, aunque el concepto de felicidad no siempre es el mismo y varía de acuerdo con el desarrollo de cada individuo, también su percepción de la vida, sus experiencias, creencias. Para un bebé, por ejemplo, la felicidad es la satisfacción de todos sus deseos en ese instante y exactamente de la manera en que él quiere. Y lo cierto es que de estas primeras vivencias de la infancia, todos los seres humanos guardamos una memoria a lo largo de nuestra vida.
Cuando maduramos, el concepto de felicidad va cambiando y aunque su premisa siempre debería de basarse en el “puedo ser feliz no importando mi mundo exterior y bajo cualquier circunstancia” no siempre es así
La mayoría tenemos una idea inmadura de felicidad en la edad adulta y se basa en esa primera etapa donde consideramos que puedo ser feliz si tengo lo que quiero, si soy amado, si ese ser cumple todas mis expectativas y necesidades y soy admirado por otros.
Es importante descubrir a nuestro “bebé interno” como voz interior en nuestra psique, pues mientras no lo experimentemos no podremos comprender algunos de nuestros conflictos más centralizados.
El bebé se da cuenta pronto de que su deseo de satisfacción total es imposible, así que aprende rápidamente a esconderlo y reprimirlo y a medida que va creciendo, se pierde el olvido. Esta represión se disfraza con los años en la necesidad de ser perfecto: ser el mejor hijo, el mejor estudiante , la mejor pareja, el mejor padre… con una gran necesidad de amor y aprobación de todos aquellos que le rodean. Pero este amor total por parte de los demás no sucede y entonces el niño va creciendo o bien con una sensación de fracaso y vergüenza, por sentirse él mismo insuficiente, culpable y por lo tanto no digno de recibir ese amor que tanto anhela; o crece enfadado y lleno de resentimiento y culpa a las circunstancias externas.
Es importante observar que lo largo de los años solemos sustituir este deseo infantil de ser amados “incondicionalmente” por el afán de ser aprobados, de ser mejor que los demás, de hacer todo lo posible: desde tener el mejor coche, el mejor físico, el mejor trabajo o la mejor pareja, tan solo por el anhelo de impresionar a los demás y, de esta forma, recibir su amor y admiración. Así que nos pasamos la vida poniéndonos a prueba. Caemos en juegos de poder, tratamos de que la gente esté de acuerdo con nosotros o nos adaptamos a la opinión pública para sentirnos pertenecientes. Así que caemos en el juego de una personalidad egocéntrica o sumisa, pero ambas alejadas de la autenticidad.
Y es lógico que si esperamos ese amor de nuestra pareja, también tengamos miedo a que nos pida lo mismo: amor incondicional que asociamos lógicamente con sumisión y pérdida de libertad. Con estas ideas erróneas sobre el amor, es comprensible que tengamos miedo a comprometernos en una relación, pues inconscientemente estamos recibiendo el mensaje de que esto significa perder la autonomía o la libertad. Tenemos miedo a amar por nuestras ideas erróneas, ideas que giran en torno a relacionar el compromiso y la pareja con sumisión o pérdida de individualidad.
La madurez personal implica asumir que siempre habrá gente a la que no le gusto y que no me amará y es en este momento cuando comprendemos que, aunque haya personas que no se someten a nuestros gustos y opiniones, también podemos amarlas.
La clave de este camino de madurez está quizá en aceptar que no podemos vivir ese amor incondicional: ni recibirlo ni darlo. Se trata de observar ese anhelo de nuestra alma y a la vez abrazar con autocompasión nuestras debilidades, pues “también somos eso”. Podemos ser vulnerables, imperfectos, valientes, podemos SER.
Abrazar y aceptar nuestro temor a reconocer ser decepcionados y heridos, aceptar la infancia que hemos tenido y aprender a honrarla y agradecerla. Bien sabemos que si no aceptamos esa infancia, inconscientemente elegiremos como pareja a aquella persona que represente los aspectos del padre o de la madre que se quedaron en necesidades insatisfechas, quizá faltantes de afecto y amor.
Es importante dar espacio a nuestro niño interior para sentir aquel dolor de la infancia y permitirle llorar por lo que sufrió, solo así dejaremos de reproducir con nuestra pareja esa situación de la infancia para tratar de vivirla en el presente como nos hubiese gustado. Y llegados a este punto, es cuando buscamos otro tipo de pareja, una pareja con diferentes características de las que tuvimos hasta entonces, una pareja a la que ya no le pedimos que nos ame como una niña/o. Entonces buscaremos el amor de una manera diferente, compartiendo ese amor que ya somos, sin esperar que no los den o darlo solo compartiendo.