Nayib Bukele y la utilización de las instituciones democráticas en favor de la autocracia

Jueves 7 de agosto de 2025

Marco Antonio Zeind Chávez
Marco Antonio Zeind Chávez

Académico de la Facultad de Derecho de la UNAM, socio de la firma Zeind & Zeind y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

X: @antoniozeind

Nayib Bukele y la utilización de las instituciones democráticas en favor de la autocracia

La clave encontrada por Bukele ha sido simple en su diagnóstico y seguramente compleja en su implementación.

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El presidente de El Salvador, Nayib Bukele.

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Foto: Rodrigo Sura/EFE

“Me tiene sin cuidado que me llamen dictador”, se trata de una de las últimas declaraciones de Nayib Bukele, presidente El Salvador. Y es que luego de distintas críticas que este personaje ha recibido dentro (con la represión correspondiente incluida) y fuera de su país, finalmente el Congreso de El Salvador aprobó diversas reformas impulsadas por el partido Nuevas Ideas que establece mandatos presidenciales ilimitados, la eliminación de la segunda vuelta electoral, la extensión del periodo presidencial de 5 a 6 años y adelanta las próximas elecciones. Con ello se confirma lo que desde hace tiempo se esparcía como un rumor: las instituciones democráticas se pueden y se están utilizando en El Salvador para la promoción de ideas y reformas que pueden ir en contra de los valores democráticos.

Con una aplastante mayoría legislativa y con un claro apoyo popular, se lograron estos profundos cambios en la Carta Magna salvadoreña luego de un proceso paulatino en el que los diferentes órganos del Estado se fueron capturando y el sistema presidencial se fue exacerbando. A Nayib Bukele le ha bastado haber llegado al poder a mediados del año 2019 para lograr un control férreo de las instituciones públicas y de diversos sectores de la sociedad salvadoreña y, con ello, convertirse en líder carismático de los que han surgido históricamente en Latinoamérica tendientes a la concentración del poder y a la convicción de ser los únicos que pueden garantizar el buen futuro y la prosperidad de sus países.

La clave encontrada por Bukele ha sido simple en su diagnóstico y seguramente compleja en su implementación: garantizar en una sociedad que históricamente ha sufrido de altos niveles de inseguridad revertir esta tendencia y convertirse en uno de los países más seguros del mundo. Desde luego, para lograr este importante hito hemos podido ser testigos del alto costo que esa sociedad ha pagado con un evidente detrimento en su régimen de libertades y violaciones a derechos humanos impensables en una democracia. A partir de ahora y a pesar de un apoyo popular mayoritario, los costos serán probablemente más altos e incalculables al contar con un líder que no se sabe cuánto durará en el poder y también se desconoce qué estará dispuesto a hacer para permanecer ahí.

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Aun cuando en la administración de Bukele se han cometido errores tan graves como una adopción frustrada del Bitcoin como moneda de curso legal o la construcción de un centro penitenciario de alta seguridad al que han ingresado una gran cantidad de personas sin saber bien a bien si debían estar en reclusión, la sociedad salvadoreña ha parecido dispuesta a pagarlos con tal de vivir en un ambiente de seguridad que, cabe decir, hasta hace poco podía ser una ilusión.

Con una capacidad para comunicar sobresaliente y con un manejo intensivo de las redes sociales, el carisma de Bukele y su estilo personal de gobernar caracterizado por la dureza en el ejercicio del poder, se ha aderezado con un proceso meticuloso para desmantelar el sistema de pesos y contrapesos con el que aspiraba contar aquel país, aportando algunas páginas al manual para acceder por la vía democrática al poder para luego derruir a la democracia desde adentro.

Hoy el grupo de líderes carismáticos que a pesar de todo siguen existiendo puede añadir a un distinguido integrante que, como establece aquel manual, permanecerá en el poder por el tiempo y bajo las condiciones que mejor le parezcan o que la vida le permita.

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