A menos de un mes de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cumpla 80 años de existencia oficial (24 de octubre de 2025), su propósito mayor que es mantener la paz y la seguridad en el ámbito internacional sencillamente no se ha logrado y, al contrario, los días actuales se han caracterizado por la irrupción de un ambiente caótico en el que la polarización tanto política como social y los conflictos entre distintos países y regiones se han agudizado.
El contexto en el que se celebró la Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco en 1945 (coincidente con la parte final de la Segunda Guerra Mundial), hizo que los consensos si bien no se lograran fácilmente, al final fueran una realidad y países que se pensaba que nunca podrían haberse puesto de acuerdo lo hicieran. Sin duda, la llegada al momento de contar con un organismo internacional de la envergadura y con los objetivos perseguidos por la ONU fue una noticia que marcó un hito en la Humanidad y en su largamente acariciado deseo de contar con una convivencia armónica entre las naciones.
Precisamente del 23 al 29 de septiembre se está celebrando la Asamblea General de la Naciones Unidas en Nueva York, misma que reúne a jefas y jefes de Estado y de gobierno y en la que António Guterres, secretario general de la ONU, llevó a cabo “un llamado urgente a la unidad y a la renovación del multilateralismo”.
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Desde luego, dicho llamado tiene como origen la grave crisis que enfrenta no solo la ONU, sino una gran cantidad de organismos internacionales que en los últimos tiempos han sido cuestionados de manera severa no solo por lo que hace a su legitimidad, sino incluso en los recursos que los Estados miembros aportan para su sostenimiento. Las dificultades que estas instituciones enfrentan quizás son las más profundas que han vivido.
Y es que hoy la ONU no solo corre el riesgo, sino que definitivamente se está caracterizando por su irrelevancia y por las limitaciones claras en su margen de acción derivadas del restringido mandato con el que cuenta. La evolución misma de la sociedad global ha traído consigo nuevas necesidades a satisfacer y e inéditos problemas por resolver, reduciendo esta realidad en algunos casos a la ONU a jugar un papel puramente testimonial.
En un entorno marcado por los conflictos en Ucrania, en Gaza o en Sudán, la Comunidad Internacional se encuentra lejos de llegar a un consenso que contribuya a que estos se extingan. Aunado a ello, algunos de los resabios de la pandemia han conllevado fuertes ataques al multilateralismo y varios de los proyectos más importantes en la historia de la ONU como lo es la Agenda 2030, sencillamente fracasaron en buena parte del mundo.
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Aun cuando la situación que actualmente vive la ONU dista de ser la óptima, pensar que podemos aspirar a tener un mundo mejor sin una organización que sirva de punto de convergencia entre los países es un error. Instituciones como la ONU deben ser apoyadas por todas y por todos, pues la apuesta por un mundo multipolar es la apuesta por un mundo en el que las brechas entre los países no solo se acrecentarán, sino que los riesgos de que se presenten más conflictos y de que se genere un entorno poco propicio para la subsistencia de la Humanidad se incrementarán sustancialmente.
A ocho décadas de su fundación, es indispensable e impostergable fortalecer a la ONU ampliando los objetivos que debe perseguir y depositando la confianza necesaria para que lo haga de manera eficaz. Por supuesto, para ello se precisará que la propia ONU busque desempeñar el rol protagónico que la historia le ha atribuido.