En una de las escenas más memorables de la película Miseria (1990), el personaje de la enfermera Annie Wilkes -interpretado por la fabulosa Kathy Bates-, explica que ir al cine era uno de sus pasatiempos favoritos cuando era niña, y cómo con el paso del tiempo también se convirtió en una de sus mayores decepciones: “Nos hicieron trampa. ¡Esto no es justo!”.
Cualquiera que la haya visto, recuerda que en ese momento ella explica la naturaleza engañosa de la ficción y cómo es que el cine nos miente para manipular nuestras emociones y nuestro pensamiento. Pero claro, a ella se le presenta como una loca paranoica, por lo que dicha escena vive grabada en nuestra memoria como un ejemplo de lo que no hay que hacer: no cuestionarás a la industria cinematográfica.
Hollywood, alguna vez la cloaca de la sociedad, como bien se cuenta en la película Babylon (2022) de Damien Chazelle, pasó a convertirse en algún momento en una especie de olimpo inalcanzable, trepado en su propia superioridad moral, y desde donde Estados Unidos le dicta al resto del mundo lo que está “bien” y lo que está “mal”.
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Las personas que (como Annie Wilkes) tenemos suficiente tiempo viendo cine y dándonos cuenta de que es una de las herramientas favoritas de aquel país para colonizar el pensamiento de otras naciones, tenemos claro que es necesario hacer constantemente el ejercicio de separar realidad de ficción -por más obvio que esto suene-, si es que queremos seguir disfrutando de nuestro pasatiempo favorito, o simplemente dejar de consumir cine y cualquier cosa que venga de ese país, evitando confrontaciones ideológicas con otras personas por temor a ser juzgados como locos paranoicos.
El problema es que, en realidad, nadie le otorgó a Estados Unidos esa capacidad de árbitro del pensamiento que terminaron adjudicándose ellos mismos. Por supuesto, Hollywood no es el único lugar donde se produce cine y en la última década han cobrado mayor importancia las cinematografías del mundo, pero lo que Estados Unidos ha hecho desde siempre es aprovechar la fuga de talento y apropiarse de nuestras voces y de nuestros mejores representantes.
Un ejemplo sería el relativamente nuevo sistema mediante el cual la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas empezó a incluir miembros más diversos, por los que sus filas han crecido con cineastas de distintos países, y todo en nombre de la inclusión. Pero es quizá nuestra propia actitud aspiracional, esas ganas de vivir “el sueño americano”, lo que ha ocasionado que los cineastas más destacados del mundo dejen sus propios países para irse a trabajar a Hollywood y cumplir con esa ilusión. Cada vez más, las películas que se hacen en Estados Unidos usan las voces de artistas del mundo pero siguen imponiendo su propia ideología.
Al mismo tiempo, los realizadores estadounidenses siguen dándose baños de pureza al abordar en su cine temas comprometidos con la justicia social que, independientemente de resultar en películas de excelente calidad como el estreno de esta semana, Una batalla tras otra (One Battle After Another, 2025) de Paul Thomas Anderson, que toca “de pasadita” el tema de las políticas migratorias en Estados Unidos, aún conservan la arrogancia de quienes se sienten el centro del mundo.
La película está basada en el libro “Vineland” de Thomas Pynchon que, tras su publicación en 1990, el escritor Salman Rushdie describió como “una gran novela política sobre lo que Estados Unidos se está haciendo a sí mismo”. El cinéfilo observador podrá darse cuenta de que una gran cantidad de películas estrenadas en Estados Unidos este año tratan sobre las armas, ¿pero sirve de algo esta denuncia cuando portar un arma en ese país es un derecho constitucional?
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Es simplemente paradójico que el país que empuja las guerras, vende el armamento, coloniza, divide, explota, discrimina y no respeta los derechos humanos, sea el mismo país que pretende darnos lecciones de moral a través de Hollywood. En realidad, no importa quién es el presidente en turno porque esto es algo que ha venido sucediendo desde que Estados Unidos se dio cuenta de la capacidad de penetración que tiene su producción de entretenimiento.
Hoy no es necesario cruzar la frontera para comprobar cómo son nuestros vecinos del norte porque están viviendo entre nosotros, y así es como sabemos que no son como los personajes de las comedias románticas, si acaso se parecen más a como los describe desde el título la película Amores materialistas (Materialists, 2025). La mayoría de las relaciones entre extranjeros y mexicanos son meramente utilitarias, y solamente funcionan cuando son de provecho para el extranjero.
Quizá es por esto que hoy, al ver películas hollywoodenses con un mensaje motivacional como La vida de Chuck (The Life of Chuck, 2024) o El gran viaje de tu vida (A Big Bold Beautiful Journey, 2025), ya no siento la misma catarsis que antes me provocaron historias como Tomates verdes fritos (Fried Green Tomatoes, 1991), Forrest Gump (1994) o Erin Brockovich (2000). Viniendo de Hollywood, ese tipo de historias ya no se sienten sinceras, porque como bien dijo Annie Wilkes: “Nos hicieron trampa”.